En días recientes un abogado constitucionalista peruano, Lucas Ghersi, expresó en un programa de televisión, en medio de un debate, una idea absurda: “Mientras más avanzan los derechos humanos, más retrocede la democracia”, para más señas, insistió en que cada vez que se declara un derecho, este pasa a ser exigible y, a su juicio, ya no forma parte de la deliberación en el parlamento. Ese discurso, lamentablemente, está teniendo cada vez más adeptos. También, sorprendentemente, dentro de Venezuela donde precisamente la población padece una violación masiva, sistemática y persistente tanto de los derechos civiles y políticos como de los derechos económicos, sociales y culturales.
Lo peor es que quienes así se expresan son refractarios a los datos, a las evidencias, a la contra argumentación y, en general, a cualquier intento de meditación profunda sobre la interdependencia entre derechos humanos y democracia. Para ellos, la pobreza es simplemente un asunto de “baja autoestima” y que “la gente es pobre porque quiere”; frente a las personas que sufren una detención arbitraria dicen el refrán “si el río suena es porque piedras trae”; si alguien habla del feminicidio se le lanza sin aviso la animalada “es que a las mujeres no las matan por ser mujeres sino por cachonas” y así van los idiotas encontrándose, sumándose y convirtiéndose en una brutal mayoría para elegir, democráticamente, que todos caminemos en dirección a la guillotina.
Al ser tantos los que así opinan, dan pie a que los disolutos den un paso al frente y procedan también a colaborar con su voz y acción. Es así como un discurso de odio se convierte en un crimen de odio, “si la gente es pobre porque quiere”, “si la gente pasa hambre porque no emprende y no se reinventa”, pues, ¿para qué tener comedores universitarios? ¿Para qué tener Programa de Alimentación Escolar? ¿Para qué tener comedores vecinales? Si los pobres seguirán siendo pobres y, pues, si desean salir de la pobreza es cosa de ellos. Si los trabajadores y obreros son una gentuza que depende del salario y sus prestaciones sociales para tener una vida y vejez digna, haciendo que el patrón “tenga que” pagar por lo que “debería ser” una responsabilidad personal, pues, fácilmente llegamos a la conclusión actual, compartida de forma cómplice entre los patrones privados y la alta burocracia estatal venezolana, de que hay que eliminar el salario y las prestaciones sociales y dar bonos, al fin y al cabo, “la gente quiere la plata en su bolsillo” y después “sálvese quien pueda”.
Es que incluso pareciera que existe mucha gente incapaz de comprender que hay un término que explica, a la vez, el porqué un concierto con entradas extremadamente costosas para ver músicos sinceramente sobrevalorados puede ser posible en un país con crisis humanitaria. Ese concepto es la desigualdad. 1% de la población, parte del segmento poblacional que puede tener para sí más de la mitad de los ingresos nacionales, puede tener una vida opulenta y postearla en tiempo real en TikTok pero los que literalmente se encuentran padeciendo hambre, sed, esclavitud y violencia siguen aquí, no dejan de pisar esta misma tierra, respirar nuestro mismo aire y con solo dos vías de escape: la migración o la muerte. Para mis adentros pienso que ese pensamiento miope es de gente que puede tapar con dinero el vacío de la ignorancia, pero no, al contrario, en la fachósfera hay gente muy competente, muy estudiada, con varios títulos colgando en la pared y carreras profesionales notorias. El problema o la carencia es otra, quizá más ligada a la condición moral que a la capacidad intelectual. Pueden ser políticos, periodistas, médicos, ingenieros, empresarios, líderes religiosos, docentes universitarios y líderes estudiantiles, hasta politólogos, para vergüenza de mi gremio.
Los demócratas estamos en minoría, lo estamos porque pensamos que los derechos deben ser para todas las personas, porque creemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es una servilleta garabateada con unas firmas y arrojada a una papelera, no señor, al contrario, es la idea, poderosa idea, de que los individuos no son un medio sino un fin y que cada vida es valiosa y dotada de dignidad. Pensar eso nos coloca, frente a la fachósfera, en ser poco menos que comunistas nostálgicos. ¿Cómo enfrentaremos este desafío? Aún no lo sé. Veo con cierto temor que al consenso socialdemócrata de la interdependencia de los derechos humanos y la democracia se le está sustituyendo, en medio de un clamoroso aplauso, por el “modelo chino”.
[email protected] / @rockypolitica
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