Al no poder compartir con los lectores mis impresiones del debate del domingo en la noche debido a los horarios y compromisos adquiridos con los medios, me limito a recordar el día de mi santo con el nuevo récord del gobierno de Peña Nieto: más muertos que nunca.
El domingo se publicaron las cifras de homicidios dolosos para el primer trimestre de 2018. Crecieron 15% en relación con el año pasado. Pasaron de 3.654 en el año 2015, uno de los años más bajos desde que arrancó la guerra de Calderón en 2007, a 4.363 en 2016, 5.673 en 2017 y 6.553 este año. A este ritmo, llegaremos a más de 26.000 homicidios dolosos para todo 2018, un nivel de casi 25 por cada 100.000 habitantes. Cada 24 horas, 85 personas son asesinadas en México.
Estas cifras provienen del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Cuando se publiquen las del Inegi, dentro de casi un año, resultará que esos datos, más confiables, arrojarán un total más o menos 10% más elevado: una cantidad estratosférica. Cuando los políticos afirman que Peña Nieto y su predecesor convirtieron al país en un cementerio, tienen razón.
Comprobamos entonces que este sexenio resultará ser más sangriento que el anterior, que el anterior echó a andar una de las guerras más innecesarias e inútiles de la historia reciente y que las cosas empeoran en lugar de componerse. La gran pregunta que debemos plantearnos todos –todos los candidatos a la Presidencia, todos los partidos, toda la comentocracia– es ¿qué hubo a cambio de esta hecatombe? Hoy en día, según cifras del gobierno de Estados Unidos y de la Oficina de Naciones Unidas sobre Drogas y Crimen en Viena, México cultiva y exporta más amapola y heroína que nunca. Tenemos un segmento del mercado de la heroína en Estados Unidos más grande que ninguna fecha desde los años setenta. Los precios de la heroína en Estados Unidos siguen subiendo, al mayoreo o en la calle. La presión norteamericana para que nos ocupemos de los cultivos de amapola en Guerrero y en la sierra de Sinaloa y de Chihuahua, son también mayores que nunca. Y nuestra capacidad de respuesta es la misma de siempre, si no es que menor que nunca.
El fin de semana, The New York Times publicó un editorial sobre la crisis de los opioides en Estados Unidos, e insinúa que es un grave error tratar de impedirle el acceso a la heroína, la morfina o sus sucedáneos antiadictivos como la metadona o la buprenorfina. Al contrario, sugiere el rotativo: la mejor manera de combatir la adicción a los opioides es reduciéndola con sustancias naturales o químicas menos dañinas. Eso implica una mayor producción de heroína o morfina en el mundo, y por lo tanto en México. No parece un planteamiento absurdo, aunque implique revisar nuestra relación con las tres convenciones antiestupefacientes en el mundo, y en particular con la Junta Internacional de Control de Narcóticos de Viena.
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