A Chávez no le tembló el pulso para asesinar a mansalva a venezolanos inocentes cuando mostró su jeta sangrienta en sus golpes de Estado, indubitablemente no le temblaría si alcanzaba el poder…, como lo hizo.
Por él siempre hablaron las balas, los calabozos, los cementerios, como dice la activista Tamara Suju: “Chávez nunca tuvo un proyecto de país, siempre tuvo un proyecto de poder”, y estuvo dispuesto a hacer todo lo que perversamente fuese necesario para conservarlo, tal cual lo hicieron en su momento criminales de lesa humanidad como Stalin, Hitler, Mussolini, Mao, Castro, entre otros.
Los chavistas –todos– llegaron al poder para usarlo en contra de la ciudadanía y todo aquel que fue crítico, que hizo oposición o fue disidente fue perseguido, desterrado, encarcelado, torturado o asesinado. Siguiendo los fundamentos y doctrina de la psicopolítica soviética, cualquier persona que se resistiese a sus políticas represoras o que simplemente no estuviese de acuerdo con ellas, sería aplastado moral o físicamente.
Como nunca vimos antes en la historia de Venezuela y probablemente del continente, miles de venezolanos fueron presos políticos, muchos de ellos torturados, incluso asesinados por oponerse al régimen. Pero no sólo persiguieron a quienes se oponían a la dictadura, lo hicieron contra los artistas, intelectuales, sacerdotes, maestros, hasta panaderos, en su delirio autoritario todo aquel que no fuese un súbdito, cualquier venezolano virtuoso u honorable era enemigo de la “revolución”.
En Persecución, el episodio 5 de la serie La Peste Chavista, veremos cómo toda la fuerza pública del chavismo y las milicias paramilitares que crearon se dedicaron –y se dedican– a liquidar a venezolanos decentes. El terror se adueñó del país y ensayó sus prácticas criminales sobre una sociedad que no estaba preparada para tanta ferocidad.
Habiendo cruzado los límites de la civilidad, habiendo violado derechos humanos, habiendo estrangulado las instituciones republicanas, Venezuela, el país más próspero de América Latina con una de las democracias más sólidas y ejemplares del mundo, quedó hecha ruinas. 8 millones de venezolanos, casi 30% de su población, huyeron de la peste chavista en búsqueda de dignidad. La familia venezolana quedó despedazada.
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