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Peatones versus carajolos

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«Un hombre gris avanza por la calle de niebla» (LUIS CERNUDA)

Alguien un día tuvo una idea mientras veía a un chaval subido a un patinete de esos con manillar. Me imagino al individuo entretenido en la pantalla del celular. Lo estoy viendo molesto por la interferencia del jadeo del chico que pasa a su lado empujando la tabla del monopatín con un pie en el asfalto. No sé. Creo que esta pudo ser la manera en que al inventor del patinete eléctrico se le ocurrió asociar la simplicidad de la tabla de dos ruedas con el hada madrina del siglo XXI. Dicho de otro modo, así pudo surgir la idea de dotar al monopatín de la magia de la electricidad.

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La consecuencia de esta creación alegró a mucha gente. Aquellos que no dudaron en pagar lo que fuese a cambio de conseguir un patinete eléctrico, llegar puntuales a los sitios y no cansarse nunca. El caso es que estos aparatos han hecho desaparecer a aquellos otros que se movían con el impulso natural de las piernas. Y sin embargo, el usuario del patinete eléctrico es, al igual que usted y yo, un hombre que camina. Todos esos carajolos que adelantan a toda hostia a los peatones- pedestrians para los bilingües-, no son extraterrestres, ni seres dotados de un poder superior que les permite desplazarse como surfistas en un océano gris azulado de alquitrán, cemento y arena o de lo que sea. Esos trapecistas de semáforos rojos violados pertenecen a la misma especie a la que pertenecemos todos. Todos somos homo sapiens sapiens. No obstante, conviene señalar ciertas diferencias observables entre ellos y nosotros. Esos viajeros pegados a un suelo portátil parecen tener siempre prisa para llegar a algún lado. Como si a nosotros no nos esperase nadie en ningún sitio. No quiero ponerme a pensar en lo hacen esos carajolos con el tiempo extra del que disponen gracias a su desplazamiento veloz. Es posible que se apeen del vehículo, lo dejen estacionado un instante y entren a la biblioteca a leer un rato. Es posible, también que aprovechen los minutos de sobra para preparar sus cosas en la oficina o el despacho ¿Quién sabe? A lo mejor una vez en su destino se relajan, cierran los ojos y piensan en el programa de la jornada.

La idea de deslizarse sobre la superficie dura del pavimento resulta atractiva; no voy a negar eso. El caso es que a mí me gusta caminar. Me gusta pensar cada paso que doy y no tengo prisa por llegar, lo cual no significa que sea impuntual.

Tal vez, estemos yendo demasiado deprisa en muchas cosas. El tráfico bestial de carajolos es agobiante para los hombres libres que transitan por las aceras de las ciudades. Cada vez que un peatón camina se ve obligado a mirar a ambos lados de la acera, por delante -no venga uno de esos de frente- y por detrás, tris tras, para evitar el atropello en todos los sentidos de esos alienígenas con cara de velocidad que desprecian la independencia de quien pasea despacio por el espacio que le pertenece o debería pertenecerle a él. El peatón es el amo de la acera. Este es un derecho del caminante, del hombre solo

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