Si pudiera, probablemente Pedro Sánchez borraría esta semana que acaba, la semana previa a su 52 cumpleaños, para más inri. El presidente del gobierno no ha tenido más que disgustos. El domingo, el PSdeG se dejó los dientes en las elecciones gallegas. El martes, Junts puso de manifiesto que no va a aflojarle la soga al cuello, al admitir a trámite una iniciativa legislativa popular en el Parlamento de Cataluña (en contra del criterio de los letrados) para declarar la independencia. Los que habían sido rehabilitados –según el PSOE– para la política española.
Ese mismo día, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, fue reprobado en el Senado por no dotar a sus agentes de medios suficientes para luchar contra el narcotráfico en el Estrecho. El miércoles estalló el «caso Koldo», arrasando el PSOE a su paso. Mientras, los tractores tomaban el centro de Madrid en medio de la polémica por el dispositivo policial desplegado.
Ese día, Mohamed VI convocó al presidente en Rabat. Pero la foto que Sánchez llevaba un año buscando no sirvió para disimular la enésima negativa del país vecino a abrir de una vez las aduanas comerciales de Ceuta y Melilla. El jueves, el lendakari convocó elecciones en el País Vasco para el 21 de abril, en mitad de dos borrascas: la Louis, meramente climatológica; y la del PSOE, mitad política, mitad judicial.
El curso se complica para Sánchez, que tiene como primera meta volante lograr un acuerdo con Carles Puigdemont sobre la ley de amnistía antes del 7 de marzo, la fecha límite para que el PSOE y Junts pacten un nuevo texto en la Comisión de Justicia. Será un curso que acabe con la traca final de las elecciones europeas del 9 de junio, a las que pretende concurrir el expresidente catalán.
Visto lo sucedido esta semana en la política española, habrá quienes se estén preguntando si el PSOE puede tocar fondo en esos comicios, que serán los primeros de ámbito nacional tras las elecciones generales del pasado 23 de julio. Pero nada parece indicarlo, y los populares han asumido que no. Porque el PSOE ha demostrado tener un suelo electoral más firme que las líneas rojas de su secretario general y por más factores.
«Le auguro un buen resultado al PP, pero no habrá un hundimiento del PSOE, que tiene un electorado fiel. Además, recuperará voto del bloque de izquierdas. No todo, pero parte», opina José Manuel San Millán, CEO de la empresa demoscópica Target Point. «Son elecciones que beneficiarán al PP, pero no arrasará porque Vox estará más fuerte que en las gallegas. Y el PSOE no se hundirá, la izquierda es muy estratégica en su voto y sabe a qué partido votar en cada elección», coincide la directora de Comunicación de GAD3, María Martín.
«Cinco puntos de distancia entre el PP y el PSOE ya sería muchísimo», añade Martín. No en vano, tradicionalmente la distancia entre los dos grandes partidos en las europeas se sitúa entre dos y cuatro puntos, gane quien gane. Salvo en 2019, cuando el PSOE sacó al PP casi 13 puntos. Por aquel entonces, los populares estaban con el agua al cuello, ahogados por Ciudadanos y, aunque en menor medida, también por Vox.
Las europeas, unas elecciones distintas
Éstas serán unas elecciones europeas híbridas. Por un lado, dados los pactos de Sánchez con independentistas y nacionalistas se prestan a convertirse en un plebiscito contra el presidente, once meses después de las últimas generales. Eso es lo que intentará el PP. «Prepárese para las europeas, y después para las generales. Esto no ha hecho más que empezar. A ustedes no los va a indultar nadie. El PSOE ya es solo un resto», le dijo el miércoles la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo a Sánchez durante la sesión de control al gobierno en el Congreso.
Por el otro lado, no hay que perder de vista que son unos comicios a circunscripción única y que los partidos de ámbito regional suelen concurrir en alianza para maximizar sus opciones de conseguir escaños. ERC, Bildu y el BNG ya lo hicieron en 2019 y repetirán en este 2024. La duda es qué harán Junts y el PNV, que hace cinco años se presentaron por separado pero que en esta legislatura han engrasado su relación.
De manera que la gran incógnita está en el «voto dual», como lo llama Sánchez: el del votante de izquierdas que le vota a él en generales y a los partidos territoriales en las autonómicas. «Cuando hay elecciones generales gana el PSOE, con autonómicas el PP y con municipales el PSOE», razonó el lunes la portavoz del PSOE, Esther Peña, obviando por completo el comportamiento del votante de izquierdas en las europeas.
Son comicios de baja participación, aunque la derecha está más movilizada. Y donde los votantes se permiten cierto voto de desahogo, o voto capricho: se permiten votar a opciones a las que no votarían en unas elecciones generales. El voto útil opera menos. Aunque si Puigdemont puede hacer campaña en suelo español, amnistía mediante, la polarización será máxima. La tensión, también.
En tensión, aunque de otro tipo, quiere Alberto Núñez Feijóo a su partido. No obstante, el martes varios presidentes regionales del PP advirtieron del riesgo de trasladar a su electorado que Sánchez está al caer, porque eso crea un «clima de ansiedad» en el votante contraproducente. «Oyendo a algunos dirigentes del PP, el martes entré al Consejo de Ministros pensando que me iba a encontrar allí a Feijóo. Pero no, seguía Sánchez de presidente», bromeó un ministro con los periodistas esta semana, en tono burlón. Aunque más diplomático, algo parecido aseguró el miércoles Pedro Sánchez desde la capital marroquí: «Yo estoy en pie en el gobierno y así seguiremos hasta 2027».
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