El comunismo, esa utopía convertida en distopia, continúa extendiendo su larga y siniestra sombra sobre la historia contemporánea. China, gobernada por el Partido Comunista desde 1949, encarna como ningún otro país las paradojas del marxismo en el siglo XXI.
Detrás de su faceta de potencia tecnológica, China oculta el lado más oscuro del totalitarismo. El régimen dictatorial del presidente Xi Jinping ha construido un sistema orwelliano de control social y vigilancia masiva sobre los individuos, erosionando sistemáticamente las libertades individuales.
Así, mientras 850 millones de chinos salieron de la pobreza, más de 1 millón de uigures sufren detenciones arbitrarias y abusos bajo el eufemismo de “campos de reeducación”. El omnipresente sistema de crédito social, con sus códigos QR que regularon los movimientos durante la pandemia, fue un experimento que no ha sido descartado y esto no hace más que exacerbar a niveles muy preocupantes el autoritarismo pleno del Estado.
El saldo global del comunismo en el siglo XX es escalofriante: se estima que provocó cerca de 150 millones de muertes entre gulags, hambrunas, masacres y genocidios. China no escapa a esta macabra estadística, ya que se estima que el comunismo en China ha causado la muerte de aproximadamente 82 millones de personas. Esta cifra incluye víctimas de hambrunas, purgas políticas, represión y otros actos de violencia estatal.
Hoy el expansionismo chino y la represión interna son las dos caras de una misma moneda. Mientras crece la presión sobre la isla rebelde de Taiwán, en el frente interno se sofoca cualquier vestigio de disidencia.
¿Hacia dónde conduce esta peligrosa combinación de capitalismo de Estado y neocomunismo high-tech? Es la interrogante que está dando forma al siglo XXI, con una China convertida simultáneamente en el mayor laboratorio del progreso técnico y a su vez, de las distopías políticas más macabras.
Lo Bueno: auge económico y avances tecnológicos
El espectacular despegue económico de China en las últimas cuatro décadas es la mayor hazaña capitalista desde la Revolución industrial. De ser una economía agraria retrasada pasó a convertirse en la fábrica del mundo, luego en potencia exportadora y finalmente en la segunda superpotencia global.
Este “milagro chino” ha mejorado exponencialmente el nivel de vida de cientos de millones de personas. 850 millones de chinos salieron de la pobreza extrema gracias a la implementación de reformas promercado por parte del régimen comunista, en un giro pragmático sin parangón en la historia contemporánea.
Asimismo, la expectativa de vida pasó de 68 años en 1981 a 76 en la actualidad. Estas espectaculares cifras son el mejor termómetro del radical cambio en las condiciones materiales experimentado por la sociedad china gracias a la adopción de políticas capitalistas.
China no solo es el gran taller manufacturero del orbe; también se ha convertido en una usina de innovación tecnológica. Con 19 centros de desarrollo tecnológico, 420 agencias para transferencia de conocimientos y 40 mercados para intercambio de patentes, el gigante asiático compite ya de igual a igual con Occidente. Ejemplos como el dominio casi monopólico en tecnología 5G, el liderazgo en inteligencia artificial (con más patentes que Estados Unidos) y el récord en velocidad y escala de adopción de innovaciones, indican que China se consolida como facilitador global de la economía high tech.
Sin embargo, prácticas poco ortodoxas como el robo y la copia desenfrenada de propiedad intelectual generan roces y desconfianza creciente. Surgen así interrogantes cruciales: ¿convivirán pacíficamente la innovación china y la occidental? ¿O estamos ante los albores de una nueva guerra fría, esta vez por la supremacía tecnológica?
Lo Malo: comunismo arraigado y desafíos socioeconómicos
China, segunda potencia mundial, sigue anclada a uno de los regímenes más represivos del orbe. El Partido Comunista Chino ejerce un control asfixiante sobre todas las palancas del poder: burocracia estatal, fuerzas armadas, medios de comunicación, universidades y sector privado. Su longevidad -más de 70 años en el gobierno- no tiene parangón entre las tiranías contemporáneas.
Detrás de la épica del desarrollo económico se esconde una realidad siniestra de sometimiento político y violación masiva de derechos humanos.
A pesar del giro capitalista de las últimas décadas, el Estado conserva un rol protagónico en sectores neurálgicos: energía, telecomunicaciones, transporte aéreo, petróleo, carbón, navegación. Los dictados del Partido siempre anteponen la primacía política a la lógica económica. Esta simbiosis entre capitalismo de Estado y comunismo de mercado dificulta pronosticar la trayectoria de China.
Pero de lo que no hay duda es que el gran salto económico no ha venido acompañado de una mayor apertura política. Todo lo contrario, la distopía orweliana se ha sofisticado con nuevas tecnologías de vigilancia y control que anulan las libertades individuales, de religión, información y más. El totalitarismo no permite resquicios para la disidencia.
¿Logrará esta explosiva combinación de represión política y expansión económica prolongarse indefinidamente? ¿O se avecinan tormentas internas ante las que ni siquiera el todopoderoso Partido Comunista Chino podrá salir ileso?
Lo Feo: Metamorfosis Totalitaria en la Era Digital
Imagínense despertar cada mañana y que un algoritmo dictamine su valor como ser humano. Así funciona el sistema de control social “Made in China”, una distopía que ni Orwell ni Huxley consiguieron vaticinar. Cada movimiento, interacción y elección es observado, cuantificado, y juzgado. El Gran Hermano electrónico lo sabe todo, y su poder es absoluto.
Con más de 400 millones de cámaras CCTV y avanzadas técnicas de reconocimiento facial, no quedan resquicios para lo íntimo. Cualquier atisbo de disidencia es detectado y corregido incluso antes de concretarse. La masificación de la inteligencia artificial al servicio del control social marca un punto de inflexión orwelliano.
Así, cuando el COVID amenazaba al mundo, China respondió confinando ciudades enteras, restringiendo movimientos mediante códigos QR y anulando así por completo las libertades individuales. Fue un pacto faustiano aceptado por millones a cambio o en nombre de la estabilidad y la salud.
Lo Espeluznante: violación de derechos humanos y exportación de un modelo totalitario opresivo
Más de un millón de uigures (etnia de origen turco y de religión islámica) sufren una persecución tecnológica sin precedentes: obligados a realizar trabajos forzosos y sometidos a esterilizaciones masivas después de ser encerrados en campos de concentración del siglo XXI. Un horror que solo es posible gracias al big data, la inteligencia artificial y el reconocimiento facial. Un genocidio orquestado por algoritmos.
De igual manera, el expansionismo sobre Taiwán, considerada provincia rebelde por Beijing, siembra el temor fundado de una invasión que desestabilice gravemente la región Asia-Pacífico. El objetivo: aniquilar una de las democracias más vibrantes y avanzadas tecnológicamente del orbe.
A medida que China amplía su influencia global, exporta su modelo autoritario de manera agresiva. Un ejemplo destacado son las «ciudades de 15 minutos», como en Oxford, donde, bajo el pretexto del cambio climático, se ha hecho una prueba donde se restringe la movilidad. La población se divide en seis zonas, y para moverse entre ellas, los ciudadanos deben solicitar permisos limitados, generando una especie de limitación de derechos al estilo de los Juegos del Hambre. Esta práctica no solo limita la libertad de movimiento, sino que también crea divisiones sociales basadas en la situación económica, violando principios fundamentales de equidad y derechos individuales.
Conclusión
Ningún politólogo o futurista pudo imaginar este experimento a gran escala: comunismo, capitalismo de estado y tecnología de punta combinados para crear un sistema de control social omnímodo y absoluto. ¿Estamos ante el ocaso definitivo de la libertad individual o se trata solo de una pesadilla transitoria?
Por ahora, cientos de millones optan por la estabilidad y la prosperidad material a costa de las libertades que brinda la democracia. Pero surge una interrogante escalofriante: ¿cuánto tiempo más estará dispuesta la mayoría a pagar este precio por el progreso económico? ¿Y qué ocurrirá el día que la balanza se incline al otro lado?
Si de algo no hay duda es de que este experimento chino marcará el destino del siglo XXI. Para bien o para mal.
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