El principal problema de la raza es que es inmóvil, permanente, insuperable. Es biológica y sus atributos, buenos o malos, son inmodificables. Y como todas presentan caracteres distintivos, unas tienen que ser mejores y otras peores. A las superiores debe corresponderle lo mejor del pastel, incluso todo (eso pensaban los nazis de los arios, en especial de los alemanes) y las hay no solo poco favorecidas sino perversas y por ende eliminables (eso pensaban los nazis de los judíos y los gitanos…). El antisemitismo es una posición racista, hay muchas otras, explícitas e implícitas.
Es cierto que la ciencia ha demostrado la inexistencia de las razas, que es un falso concepto. Lo cual no quiere decir en absoluto que haya desaparecido de las ideologías, de las mentes y el sentir de los individuos, las clases o las naciones. Como pasa con tantas ideas que sin ningún fundamento científico o meramente racional, ruedas de molino con que personas o pueblos piensan su residencia en la tierra. Y con las cuales se pueden justificar horrores, guerras y otras formas de exterminio. Por lo tanto, hay que combatirlas, hay que deshacerlas en la medida de lo posible y lo imposible.
Si las razas no existen, también deben desaparecer las identidades nacionales, entendidas como definiciones inamovibles. Lo mínimo que puede implicar un concepto sociológico es su historicidad, su devenir, más o menos lento, fugaz o muy duradero y la posibilidad de explicarlo racionalmente.
Esto basta para salir del fascismo, esa enfermedad que se extiende hoy como una pandemia por buena parte del mundo. Desde Vox en España hasta los jerarcas iraníes, por ejemplo. O de los chavistas patrioteros venezolanos a los trumpistas y no pocos europeos que detestan a los negros y a los morenos también, a los cuales masacraron durante el coloniaje de siglos y ahora detestan porque les piden un lugar para sobrevivir. Quizás sea uno de los grandes abismos que se abren en este siglo lleno de acechanzas.
Pero lo que nos interesa mostrar es que si mantenemos esta mínima condición epistemológica de lo humano, su devenir y la posibilidad de racionalizar éste, estaremos en una posición mínimamente adecuada cognoscitivamente y con posibilidad de ser sana políticamente.
Uno puede detestar, yo lo detesto, la actitud de Netanyahu, la masacre de Gaza y sus secuaces fundamentalistas. Sin salir del nivel en que detesto a Maduro y su tribu que han destrozado a Venezuela, que la han llevado a su mayor tragedia histórica, a un cuarto de siglo de horror. O la soberbia criminal de Putin. Ninguna de esas valoraciones necesita del concepto de raza, hay factores geopolíticos e históricos que pueden explicarlos. Explicar a los venezolanos, a los israelíes y los rusos de esta hora.
Las religiones son también historia. No vivimos en la inquisición ni los judíos atraviesan la persecución criminal, infernal, del nazismo. Se puede criticar y alabar, negar y afirmar, la religión y sus efectos sin que esto implique identidades, por poderoso que sea su influencia en un momento dado. La mujer perseguida y vejada sobre todo en el islamismo, por ejemplo, y en general en todas las religiones. Pero Francisco ha movido algo, no mucho, su condición en el catolicismo. O las feministas de todo el mundo cuestionan la milenaria represión de las religiones, y las cosas caminan y cambian para bien. Muchos ateos tienen derecho a considerar el hecho mismo religioso como una forma de alienación y represión de lo humano.
Netanyahu es una amenaza rechazada por casi todo el planeta. Putin y Maduro también. Las mujeres son minusvaloradas, más o menos, en casi todas las religiones. Eso son asuntos políticos.
Pero no hable de negros o judíos o latinos… minusválidos. Y europeos de nobles y milenarias esencias. Esto lo convierte en un cerdo fascista.
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