La mañana del 15 de febrero de 1944 en la abadía de Montecassino los monjes rezaban. Era el primer monasterio de la cristiandad occidental fundada por San Benito de Nursia en el año 529 y modelo de la vida monástica que preservó la cultura clásica. En el cielo, y no precisamente al que hacían referencia las oraciones de los benedictinos, 142 cuatrimotores B-17 de la United States Army Air Forces (USAAF) lanzaban sus bombas sobre este “faro de Occidente”. Pero como si esto no fuera poco, luego vendrían más de 80 bimotores B-25 y B-26 para terminar la destrucción; y posteriormente la artillería atacaría sus ruinas. El presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y el primer ministro británico Winston Churchill habían prohibido su destrucción, pero el diagnóstico realizado por los órganos de inteligencia del fracaso de la primera ofensiva en el valle de Liri (enero, 1944), se centró en el supuesto que los alemanes tenían en el lugar un centro de comunicaciones. Y al estancarse el desembarco en las playas de Anzio (“Operation Shingle”: 22 de enero) con el cual se trató de saltar “Gustav”, todo el esfuerzo Aliado buscaría insistir en el mismo sitio. La historiografía ha culpado principalmente al teniente coronel neozelandés Bernard Freyberg que creyó en los errados informes y propuso el bombardeo, que no sirvió para evitar lo que se ha considerado la batalla más sangrienta del lado angloestadounidense en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (las bajas Aliadas doblaron las del Tercer Reich).
El avance Aliado hacia Roma, después de las difíciles victorias en Salerno y Nápoles (Desde el 9 de septiembre al primero de octubre de 1943) fue lento debido a que la geografía se complicaba por la gran diversidad montañosa de los Apeninos y sus numerosos ríos, además del problema del terrible otoño que convirtió en lodo los caminos, caminos y pueblos que los alemanes llenaban de minas. De esta forma fue en diciembre cuando llegaron a la mayor línea defensiva del Tercer Reich antes de la capital de Italia: “Gustav”. En este lugar la principal ruta por donde podían pasar los tanques era el valle de Liri en el Lacio a 150 kilómetros de Roma, allí la colina que podía observar toda la región era Montecassino. La gradualidad de las montañas y ríos facilitaban la defensa con nidos de ametralladoras y morteros, obligando a su captura por la infantería una a una. En muchos casos batallones enteros desaparecieron al luchar cota por cota de las montañas, y en los pueblos: casa por casa, habitación por habitación. Parecía que la Wehrmacht (ejército alemán) había aprendido bien de Stalingrado, y ahora eran ellos los que llevaban a cabo una defensa fanática de cada metro.
La Batalla de Montecassino fueron casi 5 meses de combates, desde principios de enero hasta el 18 de mayo de 1944 cuando los polacos izaron su bandera en Montecassino, los ejércitos Aliados dominaron el valle de Liri y la Wehrmacht se retiró a la siguiente línea defensiva un poco más al norte cerca de Roma. Los combates de la Primera Guerra Mundial parecieron repetirse, y la artillería y la aviación moderna no marcaron diferencia alguna salvo en la destrucción del terreno y el sufrimiento humano, en especial de los civiles. Durante ese largo tiempo los Aliados intentaron romper la línea defensiva no solo con bombardeos “en alfombra o saturación”, sino con 4 ofensivas (una por mes aproximadamente) que se daban cuando cesaba la lluvia de explosivos. Se intentaron diversas tácticas y siempre tenían que retroceder con numerosas bajas, la victoria final fue lograda como en la Gran Guerra: triunfa el que tenga mayor capacidad de lanzar vidas a la “picadora de carne” que son los conflictos armados desde el siglo XX. Lo cuantitativo se impuso sobre lo cualitativo.
La campaña en Italia, por ser una iniciativa británica que desde finales del 43 tuvo menor apoyo estadounidense en lo que se refiere a soldados, debido a la concentración de sus mejores tropas para el desembarco en Francia en el verano del 44; mantuvo las características de la guerra en el Norte de África. Nos referimos a la participación de diversas nacionalidades y etnias como combatientes de los Aliados, tal cómo era la costumbre británica y su “mancomunidad”. Pero también estaba el creciente papel de la Francia Libre desde que la “liberación” con los desembarcos angloestadounidenses a finales de 1942 con la “Operación Antorcha”; y naciones ocupadas de Europa como el caso de Polonia. No podemos olvidar que era el único frente terrestre Europa diferente al Soviético y a la Resistencia, de modo que para romper la Línea Gustav lucharon, además de británicos y “yanquis”, polacos, franceses, australianos, neozelandeses, canadienses, sudafricanos, italianos, indios y nativos de las colonias franceses como argelinos, marroquíes, tunecinos, senegaleses, etc. Más adelante los brasileños se les unirían en la lucha en el norte de la península italiana.
Al final de la Batalla de Montecassino, cuando probablemente se pensaba con optimismo que la pronta caída de Roma pondría fin a la tragedia de los italianos pero también al sufrimiento de los soldados, vino la tristemente famosa “marroquinada” (marochinatte). En la región de Ciociaria, los “goumiers” (soldados marroquíes) del Cuerpo Expedicionario Francés al lograr avanzar y entrar a los pueblos, se dice que su máximo comandante el general Alphonse Juin les permitió que por 50 horas podrían hacer los que quisieran y nadie se los reclamaría. De esa forma se desató una salvaje rapiña sobre campesinos por parte de sus “libertadores”. Las investigaciones cifran en 2.000 las violaciones de mujeres (entre 11 y 70 años) y 600 hombres, también hubo castrados y más de 800 asesinatos. Testigos señalan que hubo muchos más casos en otras villas. No hay palabras. El escritor italiano Alberto Moravia reconstruyó los hechos en la novela La Ciociaria que fue adaptada al cine en 1960 con el mismo nombre por Vittorio de Sica y protagonizada por Sophia Loren (con dicha actuación ganó el Oscar). Existen otros filmes sobre la Batalla, como la italiana: Montecassino (Arturo Gemmiti, 1947), la alemana Los diablos verdes de Montecassino (Harald Reinl, 1958), y se está produciendo una para el 2025 de Anthony Sarraco y otra dirigida por John Irvin para el 2028. Documentales son innumerables. La destrucción de la abadía a solo un mes de iniciada la lucha fue el triste prólogo del abandono de la condición humana. La cristiandad occidental parecía haber caído en las tinieblas con la desaparición de su primer monasterio.
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