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Unidad en el mando

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La arenga antes del combate

Antes de la lapidación y la estigmatización que se acostumbra frente a opiniones que se salgan de la línea en las redes sociales se pide encarecidamente que lean hasta el final. Pueden mantener la guaratara en la mano si lo quieren, lista para disparar como el pequeño David de la Biblia. Después de la lectura completa, láncenla. Y pueden tener a mano la lata de pintura amarillo tránsito terrestre para pintar en la espalda la sinrazón con la que se acompaña instintivamente en comparsa al régimen, en eso de parcelar y etiquetar a los enemigos políticos y escribir en mayúsculas “Este es un alacrán”. Pero al menos lean el texto. O terminen de leerlo. Algunos cuando empiezan a descifrar el contenido del artículo, lo medular del desarrollo textual y su objetivo; de una cierran la lectura, sacan su pistola cargada de bilis y empiezan a tirotear de manera inmisericorde desde la cintura. Sin apuntar. Se sabe que cuando no se alinean los aparatos de puntería el proyectil cae lejos del blanco. Y en todos los casos se quiere que llegue a la diana del blanco. Mucho más en este.

Los riesgos de la guerra

El principal riesgo para un comandante en la guerra es ser abatido por el enemigo. De hecho el principal objetivo de toda planificación es cortar las líneas de comunicación. Neutralizar esa raya imaginaria que existe en la carta sobre la mesa, entre el comandante y sus unidades de maniobra. Ese es el asunto más importante en un gabinete de guerra cuando se diseña un plan. Hacia allá se priorizan los esfuerzos operacionales de planificación del estado mayor en la carpa del comando. Cuando se lea en un parte de guerra “al enemigo se le cortó la línea de comunicación” tradúzcalo coloquialmente como que se eliminó el enlace del comandante con sus unidades de maniobra, con la maraña logística y con la protección del área de retaguardia (PAR). Se aíslan los enlaces entre los distintos puestos de comando. Al eliminar la comunicación entre el comandante y sus unidades se entra en desbandada. Y de allí a la derrota total solo hay un paso. Por eso uno de los principios de la guerra más importantes es el de la unidad de mando. En palabras sencillas significa que el comando debe estar activado permanentemente. Si matan al comandante, automáticamente asume el segundo, o el tercero. Eso está estructuralmente definido en el campo de batalla. Y por eso el comandante nunca está en el mismo lugar que el segundo. Y por eso existe el Grupo de Comando (GC), el Puesto de Comando Principal (PCP), el Puesto de Comando Alterno (PCA) y el Puesto de Comando de Retaguardia (PCR). El mando se garantiza con el relevo en tiempo real sin necesidad de debates. Ya está establecido estructuralmente. En la guerra el tiempo es una variable de prioridad. Es un desperdicio horario estar determinando en pleno fragor de la batalla a quien le corresponde asumir las decisiones mientras el fuego de la artillería enemiga y el avance de las unidades de infantería empiezan a vencer las resistencias en lo más profundo de las posiciones defensivas. Esa fase del combate así ilustrada, es una extravagancia que se paga con el resultado de la guerra. Con la derrota.

Los riesgos de la política

Sin necesidad de pelar por el librito del prusiano en esa parte donde indica que la guerra es la continuación de la política por otros medios, en los conflictos políticos, en plena crisis, con señales caracterizadas por el fanatismo, el radicalismo, y los extremismos, la necesidad de tener identificados los relevos en los liderazgos también es fundamental. El tiempo ante la ausencia del líder principal es un factor primario cuando se está frente a un proceso de elecciones y están vigentes las posibilidades de la anulación y la inhabilitación (el equivalente a ser abatido en combate). Esto se intensifica cuando se está frente a un adversario carente de escrúpulos para mantenerse en el poder. Estos recursos son parte de las armas del enemigo para impedir la victoria de la democracia y negar el cambio político. Maquiavelo y Clausewitz al caletre de un lado, ingenuidad y beatificación del otro pueden distanciar el palmarés de la victoria y acercar la derrota. Hay que cubrir todos los frentes por donde el enemigo abra las posibilidades de presencia. En el caso que este se mantenga en el poder hay que capturarle la iniciativa y la libertad de la maniobra. Pasar de la defensiva a la ofensiva e imponer una agenda que cubra durante una campaña electoral todos los frentes e incorpore la mayor cantidad de recursos frente al poder del enemigo. Por eso el líder debe estar en presencia y actividad en la arena política las 24 horas que es el equivalente a la continua movilización para concentrar, desplegar y maniobrar con las unidades en el campo de la batalla política. La guerra es continuación de la política y esta no puede desvincularse de aquella ni en esencia ni en concepto. Sobre todo con un adversario que ve en sus opositores a enemigos desde hace 25 años y está en guerra contra el sector que se le ubique en la acera contraria; y que mantiene vigentes planes ad hoc que los ensaya y renueva con una frecuencia anual. La revolución bolivariana tiene debajo de la almohada una tríada bibliográfica que le ha funcionado a la perfección como sus referentes y sigue línea política y estratégica en el eje Caracas – La Habana con la bandera del socialismo del siglo XXI.

Estamos en guerra

Lo estamos desde 1998. Y si somos más afilados con el lápiz lo estamos desde 1992. Del lado rojo hay estados mayores, comandos, unidades de batalla, milicianos, movilizaciones, invasiones, etc. Toda la administración pública está cubierta de militares activos y retirados. Y esa actitud le ha sido eficiente en resultados al régimen. Tienen 25 años en el poder y están contando. Los libros del prusiano y del florentino hacen comparsa con el del chino milenario en todas las oficinas y en todos los cuarteles. El arte de la guerra, El príncipe y De la guerra hacen la trinidad de consulta bibliográfica y de aplicación estratégica que acompaña las decisiones que surgen desde el palacio de Miraflores en la línea imaginaria que se ilustra desde Caracas y La Habana para garantizarse la unidad en el mando revolucionario en el caso de cualquier contingencia que ponga en riesgo el poder por encima de cualquier individualidad. ¿Un ejemplo? El 11 de diciembre de 2012 cuando ante el avance de la enfermedad del teniente coronel Hugo Chávez, este le levantó la mano a Nicolás Maduro para relevarlo – por si acaso – pero además tenía sentado allí a Diosdado en otro por si acaso más especulativo. Puro Sun Tzu, Clausewitz y Maquiavelo. Una clara línea de sucesión ante un evento sobrevenido. No están inventando la fórmula del agua tibia. Está en los libros citados y está en la historia .No importa la persona. Importa el poder.

Hasta el final

Este año estamos decididos a alcanzar el cambio político en Venezuela. Ese esfuerzo colectivo pasa por consolidar y expandir el actual liderazgo. También por identificar las posibilidades que puedan anularlo. Ante esas eventualidades hay que establecer una clara línea de relevos que puedan llevar hasta el final el objetivo del cambio político en el país. El vector de la recuperación democrática debe vincularse con un concepto, con una idea, con un gran movimiento constitucional de recuperación de la libertad, de la independencia, de la soberanía y de la vigencia del estado de derecho asociado a que el testigo a lo largo el año electoral, pueda cambiar de mano frente al tiro de gracia de mantenerse la inhabilitación. Otro nombre y otro apellido con toda la iniciativa y la fuerza del liderazgo relevado y que sea capaz de provocar en el Consejo Nacional Electoral (CNE) un acto administrativo de reconocimiento de los legítimos resultados de unas elecciones presidenciales cuando los números sea irreversibles en la tendencia. Un relevo ante la baja combate (BC) o no combate (BNC) del comandante. Nada nuevo en el campo de batalla. Simple unidad en el mando como principio fundamental de la guerra. La que está registrada en los libros de historia. No importa la persona. Importa la victoria.

Sin necesidad de poner en escena a la venezolana, ese fantástico episodio biográfico de Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid) para aumentar su leyenda en el tiempo, ganando la batalla electoral con el cadaver de la candidatura unitaria inhabilitada, sobre una magnífica cabalgadura llamada Babieca y con la espada Tizona desenvainada y apuntando hacia lo alto,  hay que manejarse en las realidades con los pies sobre la tierra y establecer una clara línea de relevo a MCM de manera oportuna, desde ya, con nombres y apellidos. Se trata de la sencilla e histórica unidad en el mando y de garantizar el ejercicio del liderazgo para evitar la desbandada. Y la derrota.

En 1998 durante las elecciones del 6 de diciembre se empezaron a hacer relevos de candidaturas contra el teniente coronel Hugo Chávez, faltando apenas una semana para el proceso. A la hora y fecha, después de 25 años de desgracia revolucionaria ese grave error es otra ilustración de cómo en ausencia de la unidad en el mando en la batalla política, la derrota es inevitable.

Ahora sí, disparen a discreción a la opinión y al emisor, pero apunten bien.

 

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