La historia de la humanidad podría resumirse como una búsqueda incesante de progreso a través de la tecnología. Desde la revolución agrícola hace 12.000 años, pasando por la revolución industrial en el siglo XVIII, hemos empleado herramientas y conocimientos técnicos para transformar drásticamente la sociedad.
Hoy nos encontramos en los albores de una nueva era: la era digital. Tan solo en la última década, los avances tecnológicos han modificado nuestra forma de vivir, interactuar y desarrollarnos de maneras que hubieran sido imposible unos pocos años atrás. Conceptos como realidad virtual, realidad aumentada, blockchain, internet de las cosas, vehículos autónomos o edición genética eran definiciones solo para crear ciencia ficción, pero ahora forman parte de nuestra realidad tangible.
Según el Foro Económico Mundial, la inteligencia artificial, el big data, la robótica y otras tecnologías disruptivas podrían generar un impacto económico de hasta 15,7 billones de dólares para el año 2030, transformando radicalmente industrias completas y creando nuevas profesiones y habilidades humanas (y transhumanas) que hoy no existen.
Pero el verdadero potencial de esta Cuarta Revolución Industrial va más allá de lo económico. La tecnología representa una fuerza positiva que tiene el poder de mitigar algunos de los retos más acuciantes de la sociedad e impulsar un nuevo paradigma de libertad, democracia y prosperidad compartida.
Con soluciones exponenciales, podemos ya experimentar, imaginar y ver bastante viable un mundo con menos pobreza, mayor acceso educativo, servicios de salud de calidad universal, reducción de la desigualdad social y un planeta más habitable. Así como Internet democratizó el conocimiento, las innovaciones de las tecnologías disruptivas prometen democratizar la igualdad de oportunidades.
El futurista Roy Amara acuñó la famosa Ley de Amara que establece: «Tendemos a sobreestimar el efecto de una tecnología a corto plazo, pero subestimamos su efecto a largo plazo». Quizás estamos en ese punto intermedio en el que aún no comprendemos del todo hacia dónde nos llevará esta revolución tecnológica. Pero si asumimos un enfoque con visión, responsabilidad y valores éticos, podremos aprovechar el enorme potencial de la tecnología para construir un mundo pragmáticamente mejor.
Hacia una democracia aumentada
La democracia, nuestro mayor logro, se encuentra en jaque. A pesar de que ha demostrado ser el sistema político más efectivo históricamente, el descontento ciudadano con el status quo y las instituciones democráticas tradicionales viene creciendo. Según datos de Latinobarómetro, en el 2018 la insatisfacción con la democracia alcanzó un 61%, el nivel más alto en los últimos 20 años.
Sin embargo, gracias al potencial de la tecnología, estamos ante una oportunidad única de reinventar y fortalecer nuestros sistemas democráticos. Conceptos como democracia digital, democracia directa aumentada o democracia participativa, apuntan hacia un paradigma donde el ciudadano recupera el protagonismo en la toma de decisiones y con información detallada al alcance de la mano.
Un caso emblemático y que siempre resalto es Taiwán, cuyo gobierno ha implementado vPoli, una plataforma digital que permite a los ciudadanos participar directamente en propuestas de políticas públicas. Desde el año 2018 más de 4,7 millones de usuarios han contribuido con sus opiniones en temas de relevancia nacional. Esto personifica una democracia líquida, adaptable a las necesidades reales de la gente y realmente efectiva.
Por otro lado, la inteligencia artificial abre la puerta a gobiernos más efectivos y transparentes. Estonia, otrora parte de la Unión Soviética y “territorio comunista” es hoy pionera en la creación de «países digitales» donde todas las interacciones entre Estado y ciudadanos ocurren virtualmente. Desde contratos hasta votaciones, pasando por control fiscal y expedientes médicos, todo se tramita sin papeleos y con máxima trazabilidad.
Según un estudio de la Universidad de Oxford, esta aplicación de inteligencia artificial enfocada en la administración pública, puede reducir los costos operativos en 20%, combatir la evasión fiscal en 25% e incluso disminuir significativamente la corrupción.
Mediante la tecnología, ahora es posible evolucionar hacia democracias de alta participación y bajo fraude. Un modelo que recupera la voz del individuo ante el Estado, ayuda a la transparencia de la gestión de lo público, y restaura la confianza en instituciones sólidas que velan por el bien colectivo. Si aprovechamos responsablemente sus beneficios, la innovación tecnológica puede sanear y darles vitalidad a los ideales democráticos.
Conocimiento liberador: educación accesible gracias a la tecnología
La educación es uno de los motores decisivos para la movilidad social y el desarrollo humano. Pero históricamente el acceso al conocimiento ha estado delimitado por factores socioeconómicos, geográficos y hasta generacionales.
Afortunadamente, en la era digital el paradigma está cambiando gracias a la democratización sin precedentes que permiten las nuevas tecnologías. Solo consideremos como cada vez más las personas tienen teléfonos móviles (unos 5 mil millones) más que un acceso a servicio sanitario decente.
Este cambio de paradigma educativo lo ejemplifican los MOOC (Massive Online Open Courses) o cursos gratis en línea que brindan las mejores Universidades del mundo y también plataformas como YouTube, que ha posibilitado que cualquier persona con conexión a internet pueda acceder a contenidos de elite creados en pro de potenciar todo tipo de habilidad y dictar todo tipo de conocimiento de manera gratuita. Por ejemplo, un joven en un área rural de cualquier país latinoamericano ahora puede tomar un curso de machine learning dictado por profesores de Stanford o MIT y obtener una certificación avalada por la institución. Este fenómeno ha permitido democratizar la educación de calidad más allá de barreras físicas o financieras.
Asimismo, el futuro del trabajo se centrará menos en el título obtenido por medio de la educación formal, y más en las habilidades blandas y técnicas que alguien pueda dominar. El Foro Económico Mundial estima que, en el año 2025, 85 millones de puestos serán desplazados por la automatización, mientras 97 millones de nuevos roles emergerán adaptados a la nueva realidad laboral.
En este contexto, las denominadas habilidades del siglo XXI como creatividad, inteligencia emocional, agilidad al aprendizaje, pensamiento crítico y alfabetización tecnológica serán indispensables.
Las opciones educativas hoy son infinitas. La tecnología aplicada a la educación representa una fuerza liberadora que derriba antiguas barreras y potencia el capital humano del futuro. El conocimiento al alcance de todos: ese es el poder transformador de la educación digital.
Inclusión e innovación: la tecnología financiera como igualador económico
Uno de los mayores impedimentos históricos para la prosperidad económica ha sido la falta de acceso a servicios financieros. Según datos del Banco Mundial, cerca de 1.700 millones de adultos no tienen cuenta bancaria, privándolos de medios seguros de pago, ahorro, crédito e inversión.
No obstante, la tecnología financiera o fintech, ha sabido innovar para bancarizar a millones de personas tradicionalmente marginadas del sistema financiero formal. Por ejemplo, en Kenia la plataforma de pagos móviles M-Pesa ha logrado una adopción del 81% entre la población, la mayoría previamente no bancarizada.
Asimismo, se estima que para el 2025 existirán cerca de 1.000 millones de usuarios de billeteras digitales en Asia y África. Servicios fintech como payTM en India, bKash en Bangladesh y Alipay en China han empoderado a millones brindando acceso a transacciones digitales seguras y de bajo costo.
El efecto dominó de la inclusión financiera digital es significativo. Un estudio del Banco Asiático de Desarrollo reveló que duplicar la penetración de servicios financieros en países en vías de desarrollo puede reducir la desigualdad de ingresos hasta en un 16% e impulsar el crecimiento económico en más de un 6% anual.
Por un futuro más prometedor
El poder de la tecnología como fuerza positiva tiene el potencial de aproximarnos a la utopía de una sociedad más libre, democrática y próspera.
Sin embargo, toda medalla tiene dos caras. Por cada posible beneficio, existen riesgos éticos que mitigar. Aspectos como la privacidad o los sesgos algorítmicos, deben abordarse con prudencia para garantizar un desarrollo tecnológico amigable a los derechos humanos.
Si bien la tecnología no es una panacea que podrá resolver todos los problemas con un “click”, sí representa la mayor oportunidad en la historia moderna para dar un salto de progreso sin precedentes.
Dependerá de nosotros orientar su fuerza creativa hacia la construcción de un mundo que refleje nuestros más altos ideales. El futuro no está escrito, y la tecnología puede ser el pincel con el cual escribamos nuevas páginas de esperanza. Con visión, valores e ingenio, el mañana puede ser definitivamente más libre, próspero y democrático.
Twitter X: @dduzoglou
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