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Axiología de la parrilla

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I

La parrilla es más antigua que el Homo sapiens, y los antropólogos, incluso, creen que fue el dominio del fuego el que alteró permanentemente nuestro camino evolutivo. Alrededor de 1 millón de años atrás, el Homo erectus, situado en la escala evolutiva antes del Homo neanderthalensis, fue el primero que probó la carne asada.

Meathead Goldwyn, en un artículo titulado Barbecue history, publicado en el portal amazingribs.com, nos cuenta cómo se cree que sucedió: una tribu de estos protohumanos se abría paso con cautela entre las cálidas cenizas de un incendio forestal, siguiendo con sus narices un aroma particularmente seductor. Cuando tropezaron con el cadáver carbonizado de un jabalí, se sentaron en cuclillas y le pusieron las manos en el costado. Olieron sus fragantes dedos y luego los lamieron. La mezcla mágica de proteína tibia, grasa fundida y colágeno untuoso en carne asada es un elíxir narcótico y los convirtió, a la primera mordida, en adictos. Se enfocaron, se obsesionaron, en agarrar y raspar los huesos, limpiarlos totalmente, gemir y negar con la cabeza. Los aromas sensuales hacían sonreír sus fosas nasales y los deliciosos sabores hacían llorar sus bocas.

Hoy en día, incluso en nuestra destruida Venezuela, la parrilla es un evento profundamente social: la parrilla celebra toda clase de eventos, se comparte y constituye una expresión de afecto.

II

La axiología tradicional busca investigar qué cosas son buenas, qué tan buenas son y cómo su bondad se relaciona entre sí. Independientemente de lo que tomemos como “sustrato primario” de valor, una de las cuestiones centrales de la axiología tradicional es la de determinar qué cosas son buenas: qué cosas tienen valor.

La cuestión central en la que los filósofos han estado interesados es aquella relacionada con el valor intrínseco. Se supone que el dinero es bueno, pero no intrínsecamente bueno. Se supone que es bueno porque conduce a otras cosas buenas: televisión con pantalla gigante de alta definición, casas en buenas zonas de la ciudad y lattes de vainilla, por ejemplo. La TV, las casas y los lattes solo pueden ser buenos porque conducen a reuniones en las que compartimos y conversamos, o a emocionantes domingos de fútbol, por ejemplo. Y todas esas cosas, a su vez, pueden ser buenas solo porque conducen a algo bueno. Sin embargo, eventualmente se argumenta que algo debe ser bueno no solamente porque conduce a algo que es bueno, sino por sí mismo. Se dice que tales cosas son “intrínsecamente” buenas.

La adopción de los filósofos del término “intrínseco” refleja una teoría común, según la cual todo lo que es no instrumentalmente bueno (aquello que conduce a algo bueno) debe ser bueno en virtud de sus propiedades intrínsecas.

La pregunta: “¿Qué es el valor intrínseco?” es fundamental ante la pregunta: “¿Qué tiene valor intrínseco?”, pero históricamente tales preguntas han sido tratadas en orden inverso. Durante mucho tiempo los filósofos parecen haber pensado que la noción de valor intrínseco es, en sí misma, lo suficientemente clara como para permitirles pasar directamente a la cuestión de qué debería decirse que tiene un valor intrínseco. El concepto de valor intrínseco se ha caracterizado anteriormente en términos del valor que algo tiene “en sí mismo” o “por sí mismo” o “como tal”.

Los argumentos anteriormente expuestos no son míos, sino de Mark Schroeder (B. A. magna cum laude, M. A. en Filosofía y Ph. D en Filosofía, los dos últimos grados obtenidos en Princeton University). Tales argumentos proceden de su texto Value Theory, que aparece en The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2016 Edition), editado por Edward N. Zalta.

III

Amigo lector, con los dos textos anteriores y desde el punto de vista de la axiología, intente usted responder esta pregunta: ¿tiene valor intrínseco la parrilla?

IV

Otra vez y desde el punto de vista de la axiología, parafraseando a Alberto Arvelo Torrealba en su “Florentino y el diablo”, contésteme la segunda si respondió la primera: ¿tiene valor intrínseco el petro?

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