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La religión de la igualdad

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En su primer artículo, la Constitución del Perú señala que la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado. Esto quiere decir que el individuo prevalece sobre lo colectivo. Como cada individuo es único, resultado de una combinación genética irrepetible, fluye que las personas no son y nunca podrán ser iguales entre ellas. Además, el principio de la supremacía individual se nutre de la dignidad humana, el que, a su vez, nace de un concepto cristiano, el del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha vuelto un lugar común los pronunciamientos en contra de la desigualdad, poniendo a esta circunstancia como uno de los más perniciosos males que enfrenta la humanidad. Ya no se castiga la maldad, se sanciona las diferencias entre las personas.

Tanto se repiten los ucases criticando lo que separa a ricos y pobres que pareciera que la supuesta iniquidad es verdadera y que la existencia de unas personas más afortunadas que otras es un mal inaceptable. Aquí no nos referimos a la forma en que la ley trata a las personas, sino a los resultados económicos de sus decisiones. Lo mismo puede decirse de las diferencias entre los sexos, este demente argumento que hombres y mujeres son intercambiables y que millones de años de evolución no cuentan para nada.

Grave contrabando que el buenismo contemporáneo soslaya. Si las diferencias entre ricos y pobres o mujeres y hombres son inicuas, sigue que, quienes detentan el poder político y controlan los organismos capaces de ejercer violencia contra los ciudadanos, deben intervenir decisivamente para remediar la situación.

Para vivir en relativa paz y armonía ha sido indispensable concederle a “alguien” el derecho exclusivo de utilizar la violencia para preservar la paz. Ese “alguien” incurre en costos para utilizar esa violencia para lo que hay que dotarlo de recursos. Ese alguien es el Estado, cuya existencia permite proscribir la venganza privada. Esa es su razón de ser. Para ello está dotado de inmenso poder: aprueba leyes, determinan impuestos y los cobra, encierra a personas en la cárcel, mata legalmente y mantiene ejércitos y policías posibilitando todo lo anterior.

El problema es que no existe violencia o acción estatal capaz de borrar las diferencias que brotan de la naturaleza de la condición humana. Es por eso que la búsqueda de la quimérica igualdad lleva las cosas a otro nivel, siendo eso lo que distinguía al comunismo. Lo único que lograron los comunistas fue matar a cientos de millones de personas, sin que nadie se igualará, rico o pobre, hombre o mujer.

La antítesis de la tesis igualitaria es la libertaria. Al concepto que el Estado tiene que usar su poder para eliminar todo lo que nos diferencia, se le opone la idea de la libertad y de la supremacía del individuo y de la persona, principio fundacional de nuestra Constitución, aquella que los rojos quieren derogar. Si el Estado intenta igualar a las personas niega la individualidad de estas y que sus derechos son superiores a los de la colectividad. Bajo la tesis libertaria, la persona debe estar protegida del uso arbitrario del poder estatal, circunscribiéndolo a lo indispensable para el mantenimiento de la paz.

La igualdad necesita mucho Estado, uno enorme que todo lo controle y “arregle”.La libertad requiere para su preservación que el Estado sea mínimo.

Todo esto nos lleva preguntarnos por qué la religión igualitaria cosecha tanto adeptos y feligreses. La primera razón quizá sea una simple flojera intelectual de la mayoría de sus adeptos. Simplemente no han reflexionado sobre las implicancias de su nueva fe.

Pero, en la mayoría de los casos, hay algo más perverso y macabro atrás, pues no son los pobres y desfavorecidos los que lideran esta peculiar iglesia.

Por el contrario, es la iglesia del hombre relativamente próspero y acomodado, pero que no llega a ser rico o que siendo rico no ha sido el forjador de su fortuna. Aquella persona dotada del empuje para superar sus circunstancias nunca profesará esa fe, la fe de los mediocres.

Pero a estos prósperos relativos les permite hacerse del poder para nunca más soltarlo y gobernar a los demás para siempre.

Entonces, amigo lector, cuando lea usted panegíricos de la igualdad reconozca a un enemigo de su libertad.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú

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