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Carlos Cruz-Diez: genio del color

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Carlos Cruz-Diez, nacido el 17 de agosto de 1923 en Caracas, no solo fue un artista virtuoso, sino también un hombre apasionado por la música, la curiosidad y la investigación del color. Su trayectoria lo llevó a convertirse en una referencia universal del arte óptico. Desde sus inicios en la Escuela de Artes Plásticas en Caracas hasta su destacada presencia en la escena artística internacional, Cruz-Diez dejó una huella imborrable.

El camino artístico de Carlos Cruz-Diez se gestó desde su infancia, influenciado por la curiosidad que despertaban las botellas fabricadas por su padre, un químico. Desde el transparente universo de esas botellas, su interés evolucionó y lo condujo a convertirse en un apasionado estudioso e investigador del color.

En 1940 se inscribió en la escuela de formación de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, donde culminó sus estudios y se convirtió en profesor de las artes plásticas. También ingresó como ilustrador del gran diario El Nacional en 1959. A lo largo de su vida, París fue su hogar desde 1960, donde vivió inmerso en la investigación y el trabajo constante, superando obstáculos con su carácter y constancia.

Carlos Cruz-Diez logró trascender con éxito, convirtiéndose en uno de los grandes maestros del arte contemporáneo. Sus obras iluminan hoy los museos más importantes del mundo, desde el MoMA de Nueva York hasta el Tate Modern de Londres y el Pompidou de París. Su legado también se extiende por Venezuela, con presencia en el Museo de Caracas y el Museo del Diseño y de la Estampa Carlos Cruz-Diez.

Desde la década de los setenta, tuve el privilegio de conocer a Carlos en su taller de Bello Monte, donde pude admirar no solo su inigualable sabiduría natural, sino también su humildad y su trato jovial y cercano. Nuestra conexión se transformó en una amistad perdurable que me enseñó el verdadero valor de la camaradería. Mi admiración por su arte y su firme personalidad ha perdurado a lo largo del tiempo. En la actualidad, Carlos Cruz-Diez se erige como uno de los grandes referentes y modelos de nuestro país, dejando un impacto significativo a través de su obra en la formación de las nuevas generaciones.

El compromiso de Cruz-Diez con la formación de sus hijos se reflejó en la transformación de su taller en un espacio educativo. Desde muy jóvenes, sus hijos fueron incorporados a la investigación del color, marcando así una conexión inseparable entre su arte y su familia.

Una de las obras más destacadas y hermosas de Carlos Cruz-Diez se encuentra en el aeropuerto de Maiquetía, lo que constituye un ícono para los venezolanos. Esta obra, que simboliza la despedida y la esperanza, se presenta como una invitación al retorno a la patria de sus hijos. Además, se erige como un llamado colectivo de toda una nación que anhela perpetuamente la paz, el diálogo y la comprensión entre sus habitantes, con el objetivo de alcanzar una convivencia genuina y armoniosa.

Otras de sus obras alrededor del mundo están en la estación del metro en Francia, en el centro de convenciones en Miami Beach, en la plaza de la realidad virtual en Sevilla, entre otros. En Venezuela existen más de 120 obras importantes expuestas permanente en diferentes rincones del país.

Su mural más grande en Latinoamérica, homenaje a La Guaira, ejecutado por la gobernación del Distrito Federal durante mi gestión como gobernador con las donaciones privadas de pinturas de diferentes empresas y personas medía 2.000 metros de largo, bordeando toda la perimetral del Puerto de La Guaira, por 3 metros de alto. Desafortunadamente desapareció en 2005, sus hijos y La Guaira esperan con ilusión la reconstrucción de esta gran obra.

Con su sencillez y alegría, el día que le comuniqué la idea de crear un museo con el nombre de Carlos Cruz-Diez, su respuesta fue un humilde «Virgilio, ¿cómo se te ocurre? No merezco tantos honores». Le expliqué que era una decisión tomada como agradecimiento de la ciudad de Caracas, respaldada por el beneplácito del presidente Carlos Andrés Pérez. Inmediatamente, comenzamos el proyecto con la entusiasta colaboración de Carlos y su familia.

Optamos por el reconocido arquitecto Óscar Bracho para liderar el proyecto, y así dio inicio la construcción. Las reuniones, que tenían lugar tres veces a la semana, se celebraban en el taller de Carlos Cruz-Diez, ubicado en el barrio Chapellín, un lugar que él apreciaba y contribuyó a su recuperación. Este taller no solo era su espacio de trabajo, sino también su residencia, compartida con su amada esposa doña Mirtha, y todos sus hijos.

Durante las reuniones, una amplia y generosa mesa se llenaba con delicias de la dulcería caraqueña, elaboradas por doña Mirtha. En el centro de la mesa, una hermosa mata de parra evocaba recuerdos que se extendían hasta el segundo piso del taller. Todo esto reflejaba una comprensión artística del espacio y el escenario de su convivencia sincera. Gracias al aporte de todos, el centro de Caracas y su avenida Bolívar ahora vibran con los colores del maestro Carlos Cruz-Diez en su maravilloso museo que lleva su ilustre nombre.

Junto a Carlos y su familia tuve la oportunidad de viajar a la admirada Isla de Margarita en varias ocasiones. En uno de esos viajes, decidimos explorar la zona conocida como «La Sierra», una encantadora serranía ubicada entre el cerro Copey, La Asunción y el Valle del Espíritu Santo. La admiración de Carlos por el paisaje y los colores de este lugar fue tan intensa que decidimos bajarnos del carro y adentrarnos en la exuberante zona boscosa.

A medida que ascendíamos, nos encontramos rodeados de matas de pan del año y mamey, frutas autóctonas muy solicitadas en la región. En nuestro recorrido, nos topamos con un pequeño rancho y un trapiche para moler caña de azúcar, capturando el corazón del maestro. Estábamos acompañados de personas especiales de la zona, entre ellas nuestro entrañable amigo siempre recordado, Tello Vásquez. La ilusión y el amor por Margarita quedaron sembrados para siempre en ese rincón de nuestra isla.

Además de sus exploraciones, Carlos Cruz-Diez siempre impregnó sus investigaciones del color con una sonrisa fresca, franca y contagiosa. Esta actitud no solo sellaba su sabiduría, sino que también convertía sus obras en semillas destinadas a perdurar en la posteridad.

Carlos Cruz-Diez trasciende como uno de los creadores del pop art y el cinetismo, como una referencia universal. Su contribución al arte se extiende más allá de sus obras, abarcando la formación de una familia unida y comprometida con el arte y la sociedad.

La familia fue una parte fundamental de la vida de Cruz-Diez. Junto a su esposa Mirtha, formó una familia de profesionales con valores y éxitos. Sus hijos, Jorge, Adriana y Carlitos, fueron la continuidad de su vida y participaron activamente en la investigación del color desde una edad temprana. Hoy en día, siguen unidos como se propuso el maestro, todos con una vocación artística y son ejemplos de buenos ciudadanos, valores que heredaron de sus padres, quienes supieron inculcárselos con dedicación.

La Fundación Cruz-Diez, creada en 2005, continúa promoviendo el legado del artista a través de investigaciones, exposiciones y programas educativos, liderados por su hija Adriana. Por otro lado, Carlitos dirige el Atelier de Carlos Cruz-Diez en París, y trabaja incansablemente para preservar y aumentar el legado de su padre. Cruz-Diez también fundó su atelier en Panamá dirigido por su hijo Jorge y sus nietos. Vivió en Ciudad de Panamá por un tiempo hasta que su hijo Jorgito falleció repentinamente, esto conmovió su espíritu y regresó a París donde falleció años después. Dejó un legado grande en la cultura panameña.

Carlos Cruz-Diez, con su curiosidad y pasión, dejó un impacto duradero en el mundo del arte y en la vida de aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo. Desde el cielo, su legado continúa, guiando a las futuras generaciones en la exploración y comprensión de los colores que nos rodean.

Gracias, maestro por una vida llena de ejemplos y sabiduría.

 

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