La zona de interés de Jonathan Glazer, muestra el Holocausto nazi a la distancia, sin tratar de explicarlo, profundizar en él o embellecerlo a través del cine. El resultado es una crónica espeluznante que muestra la vida en la Alemania de 1940, al otro lado de las verjas de seguridad y las cámaras de gas.
En la película La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg, el argumento se enfocaba en mostrar la luz en la oscuridad. En específico, en cómo un hombre que no era judío, se enfrentaba a la maquinaria del Tercer Reich para salvar vidas. Antes o después, la crueldad implacable del Holocausto, tenía oposición. Mucho más, una frontera que dejaba claro que, al menos, un grupo de personas en medio de un mundo retorcido, sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. A la vez, hacían frente al miedo y a la brutalidad que representaba el régimen de Adolf Hitler.
La película La zona de interés (2024) de Jonathan Glazer avanza en el sentido contrario a esa premisa. Tanto, como para convertir el mundo común en un escenario de horrores bajo el cual se esconde lo peor de la consciencia —o la falta de ella— sobre lo maligno. Sería muy sencillo decir que se trata de una representación evidente acerca del teorema de Hannah Arendt acerca de la banalidad del mal. Pero Glazer va más allá y expone la idea que el ser humano, en las condiciones correctas, es capaz de pasar por alto una acción brutal.
La cinta, que está filmada con una distancia helada, que se sostiene a través de un grupo de cámaras fijas que observan a una familia, es terrorífica por su explícita versión acerca de la capacidad del ser humano para ignorar su deber moral. Por lo que la premisa evita cualquier idea sermoneadora y espiritual, para centrarse en una dureza escalofriante. Lo que tememos y el peso de la culpa, puede esconderse en el lugar más común de todo. El salón del hogar, la cocina. Un patio que colinda con un campo de concentración.
El horror a pasos de distancia
Porque la historia narra la vida de una familia poco corriente. Los Höss, encabezado por el matrimonio formado por Rudolf (Christian Friedel) y Hedwig (Sandra Hüller), crían a sus tres hijos en la zona de interés —de ahí el nombre de la película— que les separa del campo de Auschwitz durante el Holocausto. Él es comandante del campo y, por tanto, el encargado, y última voz, en la toma de la decisión de asesinar a los reclusos. De cometer todo tipo de crímenes que pasan a unos cuantos kilómetros del lugar en el que educa a su familia.
Corre algún año no preciso de la primera década de 1940 y los miembros transitan una cotidianidad plana y sin muchos sobresaltos. Eso, mientras columnas de humo se levantan en el horizonte y uno de los pequeños escucha —y se aterroriza— por una serie de gritos a la lejanía sin explicación.
El argumento explora entonces en un día tras día que podría ser el de cualquiera de la época, pero que narra cómo vivieron los oficiales nazis lo que ocurría más allá de la frontera que les separaba de las atrocidades cometidas por el régimen. Glazer, que evita a cualquier costo ennoblecer o brindar un sentido épico o de cualquier estilo a la convivencia de los Höss, tiene algo claro. La rutina helada, que incluye lavar la ropa, pasear al bebé por el jardín y comer entre discusiones triviales, deja claro que la brutalidad del holocausto, fue aceptada como un hecho inevitable por sus perpetradores.
Mucho más, cuando la forma de filmar del director deja entrever la poca importancia que los involucrados daban a la maquinaria de muerte construida para asesinar cientos de vidas cada día. La zona de interés mantiene el tono trivial, concienzudo y preciso, que le permite asimilar cómo la indiferencia puede convertirse solo en el trabajo de todos los días, el quehacer habitual, sino también en una máscara para ocultar la deshumanización.
La técnica al servicio de una historia espeluznante
Jonathan Glazer y su equipo convirtieron a la imaginaria casa de los Höss en un escenario en cámara fija, que registra cada evento banal gracias a docenas de cámaras en simultáneo. El resultado es la sensación de ser un observador implacable de un día cualquiera —semanas— de hombres y mujeres corrientes. Sin embargo, la verdadera oscuridad de la película —y el peso más duro de su aspecto visual— está en las noches, en que imágenes fototérmicas, muestran a los que intentaban ayudar a los que permanecían en los campos, intentando pasar desapercibidos entre las sombras.
Esta luz oscura es la única que la película se permite. Toda una moraleja del núcleo de su historia y hacia dónde conduce los horrores que muestra. En esta película nadie vendrá a salvar a las víctimas. En el mejor de los casos, solo intentarán consolar su sufrimiento menos duro. El mensaje más realista y angustioso, que esta obra nominada a la mejor película del 2024 puede dejar a su paso.
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