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La masacre de los periodistas de Charlie Hebdo

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Por EDGAR CHERUBINI LECUNA

Hace nueve años, el siete de enero de 2015, un comando terrorista irrumpió en la sala de redacción del semanario Charlie Hebdo en París, donde se encontraban reunidos su director Stéphane Charbonnier con la plantilla de redactores y los populares caricaturistas Cabu y Wolinski, los 12 periodistas fueron masacrados al grito de “Allahu-akbar” (Alá es el más grande), proferido entre ráfagas de kaláshnikovs. Al día siguiente, impactados por la noticia, los periodistas de todos los medios salimos a las calles de París junto a cientos de miles de franceses indignados por lo sucedido, como lo recoge el editorial de L’Echo: “No solo ha sido herida mortalmente la libertad de prensa sino los valores de la República”. Thierry Desjardins, director adjunto de Le Figaro, escribió: “Los islamistas pretenden destruir la civilización occidental, la democracia, los derechos del hombre, la igualdad entre hombres y mujeres, el progreso como nosotros lo concebimos”. Francia aún no termina de comprender que la concepción de la Yihad o guerra santa del islam fundamentalista, en una guerra a muerte contra Occidente, considerando enemigo e infiel a todo aquel que piense diferente a sus creencias, asesinando incluso a su propia gente cuando desobedece sus dogmas y normas, como el horror de lo que actualmente les acontece a las mujeres y jóvenes en Irán.

Charlie Hebdo ya había sufrido atentados y hostigamientos debido a su línea editorial que desde 1970 se caracteriza por un humor incisivo y una crítica mordaz. Sus denuncias sobre corrupción han contado siempre con fuentes bien documentadas, por lo que presidentes, empresarios y políticos le temen. Ha sido mordaz e irreverente frente a la iglesia, los judíos, los extremistas de derecha y de izquierda, con especial desafío al islam radical, siendo sus icónicas caricaturas fuente de comentario en todos los bistrots y cafés de Francia.

Entre las caricaturas sobre el islam que supuestamente provocaron el ataque de ese día, se destacaba una en la que Mahoma, arrodillado y maniatado, está a punto de ser degollado por un encapuchado, a quien el profeta le dice: “Yo soy el Profeta, ¡idiota!”, a lo que el verdugo responde “¡Cállate, infiel!”, queriendo expresar con esto la psicopatía de los yihadistas que incluyen entre sus enemigos no solo a judíos y cristianos, sino a musulmanes que no aceptan el extremismo de la Sharía o Ley Islámica, sean Chiítas o Sunitas.

Una caricatura, más allá ́ del humor, sea este cínico o irreverente, es en el fondo una reflexión inteligente sobre el acontecer de nuestra sociedad. El caricaturista, dotado de una visión aguda y de incisivo humor, es el traductor de los sentimientos de indignación de la gente ante los abusos del poder o cualquier hecho cotidiano que cause malestar o sorpresa entre los ciudadanos. Eso no tiene cabida en la dogmática moral musulmana y sus equivalentes en Occidente como son el fascismo, el progresismo y el comunismo, en fin, es parte de una psicopatía política que busca destruir el derecho y la libertad de pensar. Con sobrada razón, Glucksmann se refiere al “terror como la última ratio de cualquier estrategia totalitaria” (André Glucksmann, Dostoïevski à Manhattan, 2001).

Yo soy Charlie

Volviendo a la terrible efeméride de hoy, pienso que, frente al mal y al silencio que este trata de imponer a sangre y fuego, el individuo es impulsado a afirmar su humanidad y su dignidad armado de palabras, de imágenes y de caricaturas, como un dictado infalible de su propia supervivencia espiritual, moral y cultural, con las que ejerce plenamente su libertad.

La portada de la edición de Charlie Hebdo del 14 de enero, a la semana siguiente de la masacre de su plantilla, muestra al profeta Mahoma con una lágrima en el ojo, sosteniendo un cartel que dice “Yo soy Charlie” y sobre su turbante, la frase “Todo está́ perdonado”. En su editorial y en el resto de las páginas, Charlie renació con su irreverencia de siempre, burlándose inteligentemente de los políticos y del islamismo radical. “Charlie, diario ateo, ha logrado lo que todos los santos reunidos no hubieran podido, el milagro de que las campanas de Notre Dame repicaran en su honor”, escribe Gérard Biard en su editorial, para luego exigir la profundización de la laicidad: “Ya sea por cobardía o cálculo electoral, si seguimos legitimando o tolerando el comunitarismo y el relativismo cultural, le abriremos el camino al totalitarismo religioso”. Entre caricaturas y chistes, denuncian en forma contundente la ineficacia de las políticas de seguridad del gobierno para contener el auge del islamismo y la ambigüedad de los políticos, que por temor a perder votos entre los seis millones de musulmanes que habitan en Francia, han adoptado la estrategia del avestruz.

Ese número de Charlie Hebdo superó los 7 millones de ejemplares vendidos. Las ediciones de los principales diarios franceses, que en un día normal podían vender 600.000 ejemplares, al día siguiente de los sucesos ascendieron a un millón de ejemplares. La coyuntura hizo que la edición de Le Canard enchainé, otro semanario satírico fundado en 1914, vendiera un millón de ejemplares esa semana, Le Figaro tuvo un aumento de 134% y Le Monde de 175%. Los ciudadanos buscaban respuestas a su incertidumbre en el periodismo de fondo.

Quien realizó el diseño de la portada fue Luz, uno de los sobrevivientes de la masacre, comprometiéndose públicamente a seguir enfrentándose a la “oscurantofobia”. En las sucesivas entrevistas sobre el contenido de este número, se ha negado a revelar las motivaciones que lo llevaron a diagramar la primera plana, “Tenía muchas ideas, por ejemplo, pensé en una caricatura que mostraba los dos jihadistas que perpetraron la masacre, llegando al cielo y preguntando por las 70 vírgenes y un coro celestial que proviene de una nube donde se observa una fiesta de los caricaturistas asesinados, les responde: “¡Con el equipo de Charlie, pendejos!”. Sin embargo, se decidió por esa del perdón argumentando que fue un “diseño catártico para desbloquearme luego de los sucesos”, confesando que rompió en llanto al terminar el boceto.

Mane, Tekel, Parsin

El acto de perdonar no tiene sentido si el culpable no expresa arrepentimiento. Sobre la portada y la frase “Todo está perdonado”, Jacques-Alain Miller, psicoanalista lacaniano, lo interpretó de manera premonitoria para Francia: “(…) Sin declaración de causa, como de la nada, como lo fue Mane, Tekel, Parsin. Es hermosa (la frase “todo está perdonado”) pero es una ilusión cristiana pretender que el islam proceda a arrepentirse”. Para entender la críptica frase de Miller, hay que remontarse a la pintura de Rembrandt (1635) La fiesta de Baltazar, que captura en forma magistral la expresión de miedo del rey ante la sorprendente aparición de las palabras Mane, Tekel, Parsin, escritas por la mano de Dios en una de las paredes de su palacio. Es una expresión que denota una desgracia inminente y hace referencia al pasaje bíblico del libro de Daniel, en el cual profetiza la invasión y caída de Babilonia luego de interpretar lo premonitorio de su significado y la inminente catástrofe que se avecinaba.

Los atentados terroristas cometidos en Francia son apenas muestras de la escalada de violencia organizada en la mundialización de la Yihad. Los extremos del integrismo Chiíta y del extremismo sunita se unen al beber de la misma fuente, el Corán, interpretándolo a su manera ambas facciones desean destruir la cultura y civilizaciones occidentales. En los últimos años, Francia ha sido el blanco de cruentos atentados yihadistas, siendo asimismo el escenario de una temeraria relación de la extrema izquierda con el islamismo. En Occidente, especialmente en Francia, proliferan los idiotas útiles de izquierda transformados en colaboracionistas del islamismo radical, incluyendo a “dirigentes” democráticos que continúan alimentando el buenismo y mostrando la otra mejilla del populismo de dos caras y la política del avestruz ante el auge del islamismo, sin comprender que al religioso fanatizado es imposible llevarlo al terreno de diálogo y de la negociación. Mane, Tekel, Parsin esta vez fue escrito con sangre.

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