Apóyanos

La Capilla Sixtina antes del amanecer

Un tour con los amos de las llaves de los más de siete kilómetros de salas y pasillos de los Museos Vaticanos

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A las 5:00 am, Gianni Crea abre el enorme portón de los Museos Vaticanos. Es una operación que le lleva unos minutos por la cantidad de cerraduras, aldabas y alarmas que lo protegen. Sobrecoge escuchar cómo el ronco quejido de la hoja al girar sobre sus goznes rompe el silencio de la madrugada en el Viale Vaticano, un lugar habitualmente atestado de automóviles, turistas y vendedores.

Crea da la bienvenida con una sonrisa y tendiendo la mano derecha. En la izquierda lleva un manojo de llaves, principal distintivo de los que desarrollan su particular trabajo: este romano de 45 años es el jefe de los 11 claveros encargados de custodiar las 2.797 llaves que abren todas las cerraduras de los Museos Vaticanos.

Cuando han pasado los invitados, Crea vuelve a empujar el pesado portón de salida. Luego introduce una llave en la cerradura, marcada con una calcomanía con el número uno. Mientras nos dirige a un ascensor para ir al piso superior indica que “en la apertura, hacen falta cinco claveros y una hora para abrir todas las puertas, quitar las alarmas y encender las luces de los museos. Para cerrar se tarda más, alrededor de una hora y media”.

Tras recorrer un pasillo llegamos a una garita donde espera otro clavero, que ha colocado sobre el mostrador varios cientos de llaves, ensartadas en grandes aros metálicos según las áreas de los Museos Vaticanos. “Nuestro turno de trabajo empieza en el puesto de la Gendarmería Vaticana, que está en la puerta de Santa Ana, uno de los accesos al Vaticano. Recogemos el primer manojo, que se deja allí tras el cierre. Con él entramos en el búnker”, prosigue Crea. Con ese nombre denominan la habitación donde se guardan las llaves de los Museos Vaticanos.

Tras una pesada puerta metálica hallamos un espacio pequeño y estrecho con armarios en las paredes. También varias cajas de seguridad empotradas. Crea abre una de ellas y extrae un sobre lacrado. En su interior se custodia la “llave sin número”, la de la Capilla Sixtina. El clavero muestra un registro en el que él y sus compañeros tienen que anotar cuándo toman y cuándo devuelven la “sin número”, de la que solo tienen otra copia los encargados de la sacristía pontificia. En el cuaderno hay un plano en el que están numeradas todas las cerraduras. En el acceso a la Capilla Sixtina, en cambio, solo hay dos iniciales en mayúscula: S. N. Se refieren a la “sin número”, que resulta sencilla, metálica y no muy grande. Llama poco la atención.

Con linterna. Crea sale del búnker cargado con varios manojos de llaves que se coloca en las muñecas y se dirige hacia la entrada del Pío Clementino, donde se custodian las esculturas clásicas atesoradas por los papas. Para abrir el enorme portón de acceso a esta zona de los museos hace falta una llave gigantesca. El clavero va encendiendo luces hasta que enfila la escalinata Simonetti, donde saca una linterna del bolsillo para poder seguir sin tropezar con los escalones.

Al otro lado de los ventanales Roma sigue durmiendo y todavía no hay señales del amanecer. “El único miedo que sentimos aquí es a la omnipotencia de la belleza que vamos contemplando en cada momento”, responde al ser preguntado por si se asusta al recorrer en solitario y a oscuras los más de siete kilómetros de salas y pasillos de los Museos Vaticanos.

La Galería de los Mapas hace las delicias de cualquier amante de la geografía o la cartografía, resulta aún más impresionante al descubrirla en penumbras. El clavero va abriendo puertas y encendiendo luces, dando así vida a una perspectiva imponente.

La sin número vuelve a ser protagonista tras bajar unas escaleras y girar a la izquierda. Un cartel indica que al otro lado de una sencilla puerta de madera está la meta más perseguida por los turistas que visitan Roma. Crea agarra la llave, la introduce en la cerradura, le da un par de vueltas y nos invita a entrar en la Capilla Sixtina. Una tímida claridad empieza a entrar por los ventanales, pero la verdadera luz se hace con el encendido del renovado sistema de iluminación. Es progresivo y dura un par de segundos. Bastan para sentirse tan insignificante como afortunado por tener ojos para contemplar lo que Miguel Ángel era capaz de hacer con un pincel en la mano.

El clavero se santigua y nos deja unos instantes en silencio para que saboreemos este momento único, en el que es difícil olvidarse de las hordas de turistas que en unas horas tendrán frente a ellos el mismo panorama. A ellos les tocará estar apretujados mientras los ujieres les piden que circulen para dejar su sitio al siguiente de la fila.

RECUADRO

El dato

“Buenos días, Museos Vaticanos”, con este nombre fue bautizada la visita a esta institución para acompañar al clavero mientras abre las puertas y enciende las luces. Esta nueva propuesta para grupos pequeños acaba de ser puesta en marcha y prevé, al final del recorrido, un desayuno en el patio de La Piña.

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