Apenas volvió a la presidencia de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva mostró su intención de retomar el tipo de liderazgo con el que brillaba en América Latina cuando ocupó por primera vez el cargo dos décadas atrás.
“Estoy de vuelta para hacer buenos acuerdos con Argentina”, dijo Lula pocos días después de asumir en enero de 2023 al visitar Buenos Aires, donde habló hasta de crear una moneda común para el comercio bilateral.
No fue casualidad que Lula eligiera ese destino para iniciar la intensa lista de viajes internacionales de su tercer mandato presidencial.
Además de ser un socio primordial de Brasil, Argentina alojó en esos días una cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que Lula ayudó a crear en 2010 y que una década después abandonó su antecesor y archirrival, el ultraderechista Jair Bolsonaro.
Lula anunció entonces que el banco brasileño de desarrollo BNDES apoyaría de nuevo obras de infraestructura en la región, una herramienta clave de la influencia que tuvo en Latinoamérica cuando gobernó entre 2003 y 2010, y protagonista de varios escándalos de corrupción posteriores.
“El BNDES volverá a financiar las relaciones comerciales de Brasil y volverá a financiar proyectos de ingeniería para ayudar a empresas brasileñas en el exterior y para ayudar a que los países vecinos puedan crecer”, dijo Lula.
Pero un año más tarde hay dudas de que eso vaya a ocurrir. En Argentina asumió el gobierno Javier Milei, un duro crítico de Lula más próximo a Bolsonaro, y aquellas promesas del brasileño se volvieron ejemplo de los problemas que hoy tiene para liderar como antes en su propia región.
“El mundo es más complejo ahora, entonces lo que (Lula) consiguió con relativa facilidad en los años 2000 le cuesta mucho más. Y cuando pensamos solamente en la región, tiene mucha dificultad”, dice Paulo Velasco, profesor de política internacional en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), en diálogo con BBC Mundo.
“Desfasada”
Nacido en la pobreza hace 78 años, Lula fue el primer exobrero en alcanzar la cima del poder brasileño, donde se convirtió en símbolo de una izquierda democrática y eficaz en América Latina.
Durante sus dos primeros mandatos consecutivos, Brasil creció económicamente y millones de personas salieron de la pobreza gracias a programas asistenciales del Estado, en medio de una bonanza impulsada por los altos precios de las materias primas.
En la región, Lula no solo logró múltiples acuerdos de cooperación y promovió la gran expansión de negocios brasileños en obras de infraestructura, sino que logró una clara predominancia política ante el vacío que dejaba Washington.
Esto fue más allá del peso natural que Brasil tiene por ser la mayor economía latinoamericana.
Muchos vieron a Lula como un referente alternativo a la izquierda más radical representada por el entonces presidente venezolano Hugo Chávez,en los países “bolivarianos”, aunque ambos fueron aliados y abrazaron proyectos como la Celac durante una ola regional de gobiernos izquierdistas.
Al finalizar su segundo mandato con altas tasas de popularidad, Lula era una estrella mundial de la política latinoamericana y Brasil pasaba a ser percibido como el país con mayor liderazgo en la región según una encuesta de Latinobarómetro en 2011.
Por todo eso, cuando volvió a la presidencia hace un año y comenzó a lanzar guiños a países vecinos, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) parecía encaminado a retomar su agenda y estatus regional.
Sin embargo, los expertos advierten que el panorama actual es muy diferente al que Lula tenía en sus primeros gobiernos.
“Poner en práctica aquella agenda del primer o segundo mandato de Lula hoy es prácticamente imposible”, sostiene Marcelo Coutinho, un profesor de política internacional en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
“La agenda de política externa brasileña claramente está desfasada”, dice Coutinho a BBC Mundo.
“La nueva izquierda”
En su primer año de gobierno, Lula ha recibido cuestionamientos por sus posturas incluso de parte de mandatarios latinoamericanos de izquierda.
Durante una Cumbre Amazónica celebrada en agosto en Belém do Pará, el presidente colombiano, Gustavo Petro, criticó el “negacionismo” de la izquierda al hablar de transición energética, un término usado por el anfitrión Lula en su discurso.
“Viene un enorme conflicto ético sobre todo para las fuerzas progresistas, que deberían estar afines a la ciencia”, sostuvo Petro aludiendo al cambio climático.
Si bien ambos han desacelerado la deforestación en sus países, Petro busca abandonar la extracción de combustibles fósiles, mientras Lula ha hablado de estudiar la eventual exploración de crudo en la desembocadura del río Amazonas y habilitó el ingreso de Brasil como observador en la OPEP+, que reúne a países productores de petróleo.
En mayo, al reinsertar a Venezuela en una cumbre regional en Brasilia, Lula afirmó que se ha creado una “narrativa” sobre la falta de democracia en ese país, algo que motivó una respuesta del presidente chileno Gabriel Boric.
El problema de los derechos humanos en Venezuela “no es una construcción narrativa, es una realidad, es seria”, sostuvo entonces Boric, quien pertenece a una generación de izquierda más reciente que Lula.
Luis Lacalle Pou, el presidente que encabeza una coalición gobernante de centroderecha en Uruguay, también replicó a Lula por sus dichos sobre Venezuela.
Aquella cumbre había sido convocada por Lula para relanzar los planes de integración sudamericana más allá de las “divergencias ideológicas”, pero hasta ahora no ha habido avances concretos.
Velasco señala que esas polémicas mostraron que “al propio PT le está costando mucho acostumbrarse a lo que es la nueva izquierda en Latinoamérica”.
Pero anticipa que el gobierno del libertario Milei en Argentina “es el principal reto que va a tener (Lula) en los próximos años, porque coinciden en muy pocos puntos”.
“Brasil intentó de todo para que Argentina entrara en el grupo BRICS (que integra junto con Rusia, India, China y Sudáfrica) y por fin Milei optó por no entrar”, señala. “La situación en el Mercosur no es nada fácil y el gobierno de Lacalle Pou insiste en poder negociar solo con China un acuerdo”.
Como presidente temporal del Mercosur el semestre pasado, Lula procuró firmar el postergado acuerdo de libre comercio entre el bloque y la Unión Europea, pero las diferencias impidieron nuevamente cerrar las negociaciones.
Y analistas como Coutinho creen que, de hecho, Brasil ha desatendido la integración sudamericana para priorizar los BRICS como un bloque geopolítico donde ganar peso global, aunque esto debilite sus lazos con Occidente.
“¿Qué queda?”
A nivel doméstico, el presidente brasileño también ha tenido que atender dificultades inexistentes en su primer gobierno.
Lula y su PT padecen el desgaste de escándalos de corrupción —incluida una condena contra él mismo en 2018 que luego fue anulada— y la hostilidad de Bolsonaro y sus seguidores, miles de los cuales invadieron con violencia Brasilia un año atrás buscando un golpe de Estado militar.
Sin una mayoría sólida en el Congreso, el gobierno de Lula propuso en noviembre un proyecto de ley para que el BNDES vuelva a financiar obras y servicios de compañías de su país en el exterior, como prometió en Buenos Aires.
Los créditos de ese banco para proyectos de infraestructura de empresas brasileñas en América Latina y el Caribe crecieron más de 1.000% entre 2001 y 2010, volviéndose una palanca del liderazgo regional de Lula.
Pero los desembolsos se suspendieron en 2016 en medio de la operación Lava Jato que investigó actos de corrupción de las constructoras que obtenían esos créditos.
El gobierno de Lula procuró dar nuevas garantías en su proyecto de ley.
Por ejemplo, planteó que se prohibirían los créditos a países deudores de Brasil como Cuba y Venezuela, donde el BNDES apoyó proyectos multimillonarios de Odebrecht: desde una línea de metro en Caracas hasta la ampliación del puerto Mariel.
No obstante, la propuesta podría chocar con una corriente de congresistas que buscan algo muy diferente: una enmienda constitucional para que esos créditos puedan ser aprobados o rechazados por el Legislativo, lo que los volvería mucho más engorrosos.
Lula goza de un importante respeto dentro y fuera de Brasil por haber vuelto a poner al gigante sudamericano en los carriles rutinarios de la democracia.
Pero en América Latina aún tiene pendiente lograr los éxitos de otrora.
“Infelizmente ya pasó el primer año de gobierno que era fundamental, ¿y qué queda?”, reflexiona Coutinho. “No hubo nada”.
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