Venezuela sigue su curso ondeando su bajel hacia un paraje basculante al compás de un diálogo de México, un acuerdo de Barbados, una reunión de diciembre 14, embanderando una cara de legitimación y todo ello compendia su realidad.
La Constitución como bloque que da para todo paralelepípedo acuerpa sin remilgo, espera, responde, aplica su límite, sin jamás perecer, sobreviviente con dos órganos legislativos.
Qué más da otra raya para una cebra.
Lo de Guyana se arregla cuando se cambie el repetido parrafito afirmante de «el territorio y demás espacios geográficos de la República son los que correspondían a la Capitanía General de Venezuela», lo que requiere respectivo proceso.
Según noticia de prensa sobre reunión celebrada el 14 de diciembre, hubo una declaración conjunta de once puntos de los cuales el sexto no es de apagar y vámonos. No, hay que decírselo al público venezolano y nadie mejor que ustedes pueden dar explicación sin incisos, concisa, incisiva, no corrosiva.
Los venezolanos que todavía respiramos no hemos visto guerra sino en películas, pero ese punto sexto no debe perecer en una cesta sin que sepamos tantear si lo merecemos, para lo cual la palabra del Bloque es reverenciable.
El punto sexto destroza el concepto de soberanía al decir:
«… ambos Estados se abstendrán… de intensificar cualquier conflicto o desacuerdo derivado de cualquier controversia entre ellos… En caso de que se produzca un incidente de este tipo los dos Estados se comunicarán inmediatamente entre sí, con… el presidente de Brasil para contenerlo, revertirlo y evitar que se repita».
Para el país la guerra es vida o es muerte, es sostener el país o perder el país, como el caso del Japón, por ejemplo.
Por ello y ante todo la guerra exige la más grave y exclusiva acción de soberanía y esta no puede depender de un mandón extranjero, aparte de ser un lelo.
Por tanto, el punto sexto no es válido y debe tenerse por no existente, así debe ser declarado oficialmente.
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