Cerramos 2023 con un temor a que la guerra de Israel contra Hamás escalase en Oriente Medio y los primeros compases de este 2024 nos confirman que esa temida ampliación del conflicto es un escenario real (de pesadilla). El asesinato selectivo del número dos de Hamás, Saleh al Arouri, y el doble atentado en el mausoleo del que fuera jefe de las Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria, Qasem Soleimani, en el sur de Irán acercan una expansión de la guerra en el ya convulso Oriente Medio.
La eliminación de Al Arouri es la operación clandestina más resonante del Mosad desde los asesinatos del jeque Yasin y Abdelaziz al Rantisi, fundador del movimiento islamista y su sucesor, en Gaza, al comienzo de la Segunda Intifada. Desde el 8 de octubre, Israel repite el mantra de que sus objetivos son la aniquilación de Hamás y el regreso de los rehenes israelíes cautivos en la Franja de Gaza. La caída de Al Arouri envía un escalofriante mensaje a los dirigentes de la organización islamista repartidos por Qatar, Turquía y Líbano, de que sus vidas burguesas en las oficinas de Doha o Estambul podrían tener los días contados. Su destino no está a salvo del largo brazo vengador de Israel. Con la caída de Al Arouri, el cuestionado primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, logra su primer éxito militar después de tres meses de guerra total en la Franja de Gaza que ha arrasado con la vida de más de 22.000 palestinos y combatientes de las milicias islamistas que operan en el enclave.
Junto con los dirigentes de Hamás en el extranjero, Israel tiene como sus enemigos públicos a Yahya Sinwar, líder de Hamás en Gaza y cerebro de los atentados, y a Mohammed Deïf, jefe de las Brigadas Al Qasam, el brazo armado de la organización yihadista y ejecutor de los salvajes atentados del 7 de octubre. Sinwar y Deïf no se esconden ni en las cuevas de Tora Bora ni en las lejanas montañas de Pakistán, sino a 70 kilómetros de la ultramoderna ciudad de Tel Aviv, por los 500 kilómetros de túneles construidos debajo de Gaza. Pero a diferencia de los líderes de Hamás en el extranjero cuentan todavía con un centenar de civiles israelíes arrancados de sus casas en la mañana del 7 de octubre y que se han convertido en su seguro de vida. Fuentes diplomáticas árabes aseguran que el asesinato de Al Arouri ha frustrado las negociaciones para una segunda liberación de los rehenes, pero cuesta creer que no se hubieran entregado antes si no fuera porque garantizan su supervivencia.
Es legítimo que Israel persiga y castigue a los autores de la barbarie del 7 de octubre –ninguna voz seria salvo la izquierda radical desacreditada se ha opuesto a ello–, pero sería igualmente ilusorio creer que se puede eliminar por completo a un movimiento y a una ideología tan arraigada no sólo en los territorios palestinos sino en todo el mundo islámico. Las operaciones en el exterior como es el caso de la ocurrida en Beirut también entrañan un riesgo al que debe prestarse atención y es que acercan el escenario de una conflagración regional. Líbano está atravesando una de las peores crisis económicas de la historia y no parece que tenga un especial apetito de entrar en un conflicto directo con Israel, pero también Hezbolá se debe a sus bases. El «eje de resistencia» se mueve con Irán de ariete.
Artículo publicado en el diario La Razón de España
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