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Ensamble Gurrufío, música venezolana en el atril

Cheo Hurtado, Luis Julio Toro, David Peña y Juan Ernesto Laya se reencuentran con el público caraqueño para celebrar los 35 años de la agrupación. No hay planes de editar nuevo disco, la digitalización obliga a mostrar material poco a poco

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Es la mañana de un lunes. En una oficina de Chacao ensayan el cuatrista Cheo Hurtado, el flautista Luis Julio Toro y el contrabajista David Peña. Es un día lluvioso y desde la ventana se ve una Caracas gris, con peatones apresurados que aprovechan que el agua ha amainado, y con conductores que manejan con cautela. El piso está mojado.

El maraquero Juan Ernesto Laya está en Valencia visitando a su familia. Hace cuatro años se mudó a Miami y aprovecha el viaje para compartir con aquellos de los que se alejó físicamente

Ensamble Gurrufío celebra 35 años de carrera. Una trayectoria vasta que comenzó en 1984 en la casa en La Pastora de Cristóbal Soto, miembro fundador de la agrupación que entonces tenía jocosamente un nombre más rimbombante: Gurrufío Chamber Ensemble. Nombre que iba con el objetivo de la propuesta: dar otro matiz a la música tradicional venezolana.

Ahora, más de tres décadas después, habrá celebración el sábado 29 a las 5:00 pm, y el domingo 30 a las 11:30 am, con un espectáculo titulado El reencuentro, que se celebrará en el Centro Cultural BOD. Ese día los músicos nuevamente compartirán con el público venezolano en una sala de conciertos. No han estado inactivos, pero el trabajo no es el de años anteriores. Ha habido conciertos privados, como uno de la Corporación Andina de Fomento. Ante la ausencia de Laya, María José Castejón se ha encargado de las maracas. Así como cuando Toro pidió tiempo en 2012 para dedicarse a su familia, como a proyectos en radio y televisión, Manuel Rojas estuvo en la flauta.

Pero fue el año pasado cuando Soto, que en 1998 abandonó la agrupación para mudarse a Francia, reactivó la alineación inicial. “Volvieron las ganas. Nos invitó a dar unos talleres y hacer una presentación. Luis Julio, por ejemplo, que no aguanta dos pedidas, dijo que sí”, cuenta David Peña, conocido también como el «zancudo».

En la sala de ensayo se nota fervor por mantener el proyecto, que en sus primeros años tuvo entre sus integrantes a figuras como Rayman Seijas, Alejandro Rodríguez, Jesús González y Aquiles Báez.

Ensamble Gurrufío comenzó sin sospechar que se convertirá en una referencia de la música tradicional venezolana. Sus comienzos fueron en fiestas de cumpleaños, bautizos, bodas, quince años. Pero esos no eran escenarios para ellos. Nadie les prestaba atención. Tanto así que cuando terminaban el trabajo, muchos preguntaban si ya habían tocado.

“Salíamos despavoridos porque no nos paraban. Hasta que decidimos no hacerlo más. Nuestra intención no era amenizar las rondas de los mesoneros, ni a la gente mientras comía y bebía. Hasta usábamos smoking. Pero decidimos que si nos querían escuchar, tenían que sentarse exclusivamente a eso. Queríamos que respetaran lo que hacíamos”, rememora Hurtado, quien se mudó de Ciudad Bolívar a Caracas exclusivamente para conformar Ensamble Gurrufío.  

Y ese fue el propósito. Llegaron a presentarse en espacios más formales como el Museo del Teclado y posteriormente en salas como el Aula Magna de la UCV; asimismo en países como Japón, donde llegaron a editar su primer disco,Maroa, en 1991.

Para este encuentro pensaron incluso en que Cristóbal Soto viniera, pero por diversas tareas con la fundación dedicada a su padre, Jesús Soto, no pudo. “Hay conversaciones para que estemos los cinco en Colombia, España y Panamá. Si se da la oportunidad de volver a Caracas, sería genial”, acota Hurtado.

Durante el ensayo, discuten si habrá algún brindis en el concierto. Como es en la mañana, evalúan la pertinencia de ofrecer, por ejemplo, whisky.

“Ningún aporte”, responde Peña cuando se le pregunta por la importancia de Ensamble Gurrufío en la historia musical de Venezuela. Se ríen, pero inmediatamente Toro asume el compromiso de la repuesta: “Ensamble Gurrufío contribuyó fuertemente a hacer de la música tradicional venezolana una situación formal que iba más allá de lo lúdico y festivo, aspectos para los que está hecha la música venezolana. Ensamble Gurrufío colaboró fuertemente en convertirla en una música de concierto. Eso implicaba desde lo más mínimo, como tomarse muy en serio los ensayos para lograr un alto nivel de excelencia en la ejecución, hasta ser riguroso con cada aspecto de la dinámica de trabajo. Desde el punto de vista gerencial, nos establecimos como una empresa. Hasta del IESA nos llamaron para que contáramos cómo era nuestra experiencia gerencial”.

El comienzo. Luis Julio Toro y Cheo Hurtado no recuerdan muy bien cómo se conocieron. David Peña, que se sumó al grupo en 1989, dice: “Si les hubieras preguntado hace 10 años, tal vez sí te se acordarían”. Se ríen.

“Sé que fue gracias a Cristóbal Soto, en una reunión en casa de alguien, donde conversamos. Cuando empezamos a tocar me contenté porque finalmente iba a poder hacerlo con el gran Cheo Hurtado”, evoca Toro.

Eran los años del pop venezolano. Cantantes como Yordano, Franco de Vita, Ricardo Montaner, Ilan Chester se afianzaban como referentes de una época dorada para la industria musical del país. Y en ese contexto Ensamble Gurrufío empezaba sus andares. “Y surgimos en ese ambiente de las disqueras. Ensamble Gurrufío nunca se prestó a que le dijeran qué tenía que tocar o cómo tenían que vestirse. Luego, más adelante, solo firmamos un contrato con Sony para la distribución de El trabadedos (1997). Pero eso se terminó y continuamos siempre de forma independiente”, recalca Peña, sin olvidar que a principio de los noventa grabaron trabajos institucionales para Sanitarios Maracay y Banco Unión.

No dejan de mencionar el legado del que se nutrieron. Pocos años antes el público venezolano había permitido la popularización de artistas como Un Solo Pueblo, Serenata Guayanesa, Gualberto Ibarreto, El Cuarteto.

Pero, para muchos, la propuesta de Ensamble Gurrufío era diferente. En ese entonces también existía El Cuarteto. Agrupaciones que agregaron al sonido de la música tradicional venezolana instrumentos como la flauta y el contrabajo. Y sin voz.

“En un viaje a Ciudad Bolívar el chofer de la camioneta nos preguntó quién era el cantante. Cuando le contestamos que no teníamos, nos dijo que lo que hacíamos era música de fondo (risas)”, recuerda Toro.

Peña comenta con orgullo: “La música de Gurrufío ha sonado sola en las radios. No hemos pagado nunca un medio por ello. Bueno, tampoco es que sonamos mucho, pero siempre ha habido ese respeto de los medios hacia Gurrufío, y de nosotros hacia los medios”.

Hay otro atributo que consideran llamó la atención. Cheo Hurtado dice que fue la edad. “Teníamos entre 23 y 25 años de edad. Unos carajitos que se ponen a hacer una música que era asociada con señores mayores. Los de El Cuarteto apenas nos llevaban una década. En cambio, entre nosotros, apenas Cristóbal, que era el mayor, tenía 29 años. Asumimos nuestro proyecto con seriedad. Eso le dio otra cara”.

Recorrido.  Hay registro de su paso por Estados Unidos,  España, Japón Colombia y hasta Egipto. En 1994, el diario The New York Times daba cuenta del paso de los venezolanos por la ciudad, específicamente en el Carnegie Hall, donde interpretaron obras del merengue, el joropo y vals. “Los miembros de Gurrufío, liderados por el flautista Luis Julio Toro, los bordaron con hábiles toques de improvisación”, escribió hace más de 20 años Alex Ross.

En 1997, Diego A. Manrique mencionaba en El País de España cómo empezaban a codearse con figuras como Bela Fleck, Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval o Carlos Núñez. Luis Lázaro, manager de Compay Segundo, era el responsable del viaje que realizó entonces el grupo a España, una visita que implicó que rompieran una regla, la de no tocar más en lugares donde la gente bebiera. La gira tenía como punto de parada el club Clamores. Los tranquilizó saber que el público, según les decían, era muy educado.

“La primera gira de 1991 nos dio muchas oportunidades. Empezamos a ir a sitios como Colombia, Curazao, Brasil, Estados Unidos. En Japón nos presentamos en 21 teatros. Uno a veces va a embajadas y consulados. No es que no sea importante, pero esto fue otra cosa. Gracias al Santa Fe Chamber Music Festival recorrimos 16 estados de Estados Unidos”, explica Hurtado, quien recuerda que ya la música venezolana había salido del país gracias a artistas como Edith Salcedo o el Quinteto Contrapunto. Peña hace una aclaratoria. “Lo que pasó también fue que el repertorio que hacíamos no era conocido en otros países, donde estaban acostumbrados a Juan Vicente Torrealba, Simón Díaz o a ‘Moliendo café’ de Hugo Blanco. Nuestra selección de repertorio sorprendió a mucha gente”.

Cuando se revisan los créditos de los álbumes de la agrupación, se encuentran compositores como Genaro Prieto, Pedro Oropeza Volcán, Eduardo Serrano, Pablo Camacaro, Henry Martínez o Luis Laguna.

Hacia lo sinfónico. La Camerata Criolla fue otro de los logros de esa empresa llamada Ensamble Gurrufío. Luis Julio Toro cuenta que era un afán de Cheo Hurtado contribuir a que la música tradicional venezolana se afianzara en lo académico.

La inquietud había quedado manifiesta en el disco Ensamble Gurrufío con la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho de 1999. “No fue que mandamos a componer canciones para tocar con orquesta, sino que con las versiones que habíamos hecho encargamos los arreglos a Paul Desenne, Alí Agüero y Vinicio Ludovic. Vistieron a su manera nuestras versiones. Quedó machetísimo. Y ese disco fue el comienzo de colocar en los atriles la música venezolana”, asegura David Peña.

Así surgió la Camerata Criolla con el objetivo de convocar a músicos académicos a sumarse a la interpretación de obras de la tradición musical del país. De esta aventura hay registro en discos como el titulado En vivo, de 2002 y El Reto, de 2004, firmado por Ensamble Gurrufío y la Camerata Criolla.

Pero hubo molestias, cuentan los cuatro integrantes de Ensamble Gurrufío. “Vamos a hablar claro. Eso causó mucha roncha. El sistema de orquestas vio en esa propuesta algo que no se les había ocurrido a ellos. Si bien tenían los instrumentistas clásicos para hacerlo, no tenían a los populares. Inmediatamente se le salieron los colmillos. Primero nos trataron de absorber con invitaciones. Como no nos dejamos, intentaron hacer algo similar”, asevera Toro.

Y Hurtado remata: “Intentaron incluso limitarnos los recursos del Estado, al que acudimos para que nos apoyaran. Alberto Arvelo Ramos, hijo de Alberto Arvelo Torrealba, intercedió por nosotros”. Cuenta Hurtado que el escritor y profesor universitario venezolano abogó por ellos. El apoyo económico que iba a una orquesta de la institución que no existía pasó a manos de Ensamble Gurrufío, una agrupación con 17 años de historia en aquel momento. “Así nos dieron los recursos para llevar el proyecto. Pero sí hubo trancas para que no se hiciera, y lo digo con toda responsabilidad”.

Cuentan que participaron músicos de distintas orquestas, excepto los que tocaban en las agrupaciones del sistema. Recuerda Toro: “Si a alguno de ellos se les hubiese ocurrido trabajar con nosotros… chao”.

El presupuesto para la Camerata Criolla fue mermando y solo ha servido ahora para dar algunos talleres.

¿Y ahora? La industria ha cambiado y los músicos del Ensamble Gurrufío reconocen que les ha costado adaptarse a los tiempos de las plataformas digitales. En Spotify se consiguen algunos discos, aunque ha sido una migración que ellos han delegado a otras personas.

Sobre grabar un álbum, no hay seguridad. “Es muy bonito y todo, pero por los vientos que soplan, en estos tiempos de digitalización, pensamos que es mejor ir montando poco a poco las cosas”, responde David Peña.

Luis Julio Toro agrega: “Es lo que pasa con una generación que se enfrenta a asuntos modernos y no sabe cómo resolverlos. No es resistencia, sino que nos ha agarrado de sorpresa”.

El plan, por los momentos, es mantener vivo el proyecto mientras puedan tocar juntos. Hurtado, Toro y Peña viven todavía en Venezuela.

“Para nosotros es una fortuna estar acá con Gurrufío 35 años después. Es grandiosa esta posibilidad de poder hacer este concierto aniversario, en momentos en los que tantos músicos y grupos se han ido por necesidad. Yo me siento orgulloso de estar aquí”, afirma Peña.

Y Luis Julio Toro lo deja claro: “La palabra reencuentro tiene un perfume dramático. Yo no me estoy reencontrando, nos hemos estado viendo todo el tiempo. No fue una ruptura, sino una taima. Yo empecé los programas de radio, los de televisión. Además, necesitaba un espacio porque Gurrufío era muy demandante. Siempre estábamos con la mocha puesta”.

Ensamble Gurrufío: El reencuentro

Centro Cultural BOD

Sábado 29 de junio, a las 5:00 pm

Domingo 30 de junio, 11:30 am

Entrada: a partir de 28.301,89

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