En la historia económica reciente, el caso de Venezuela ha destacado como un ejemplo lamentable de cómo el intervencionismo gubernamental en los mercados y asuntos económicos privados, aunados con medidas suicidas como los controles de precios artificiales, pueden llevar a la asfixia de una economía.
En la compleja relación entre gobierno y economía, el equilibrio es crucial. Sin embargo, cuando la balanza se inclina demasiado hacia la intervención estatal, los efectos pueden ser devastadores.
Los controles gubernamentales excesivos se han convertido en una lápida para el desarrollo económico en muchos países, ahogando la innovación, limitando la competitividad y estrangulando el espíritu emprendedor.
Históricamente, se ha debatido sobre el papel del gobierno en la economía: ¿debería ser un actor activo o simplemente un facilitador? Sin embargo, cuando los controles se vuelven excesivos, se crea una maraña peligrosa, que desalienta la inversión y la iniciativa privada.
La imprudente manipulación estatal de tan complejos y delicados asuntos, ha dejado a este país en un estado de crisis crónica, con consecuencias devastadoras para su población y su tejido económico.
La historia de Venezuela está marcada por la riqueza petrolera, un recurso que, en lugar de ser aprovechado de manera estratégica, se convirtió en una muleta para políticas económicas mal concebidas. Unos vientos que nos trajeron hasta estas tempestades.
El intervencionismo desmedido del gobierno, a través de controles de cambio y precios, así como la excesiva regulación de la economía, ha generado un entorno hostil para la inversión, la producción y el desarrollo empresarial.
Los controles de precios, presentados como una medida para proteger a los consumidores más vulnerables, han tenido el efecto exactamente opuesto.
En lugar de garantizar el acceso a bienes básicos, han desencadenado escasez, desabastecimiento y le han echado leña al fuego de los temidos mercados negros de bienes esenciales.
La fijación artificial de precios ha desincentivado la producción local, llevando a cerrar a empresarios y comerciantes particulares, que no pueden vender a pérdida en medio de una economía artificialmente manipulada.
Es justamente esto lo que ha generado las distorsiones económicas de los bienes esenciales, que hoy se encuentran a precios inaccesibles para la mayoría de la población.
La intervención estatal en empresas privadas y sectores clave de la economía han llevado, en pocas palabras, al declive de la productividad y la eficiencia.
Por si fuera poco, políticas económicas erráticas y falta de certezas jurídicas han ahuyentado la inversión extranjera, privando al país de la diversificación económica y el capital necesario para un crecimiento sostenible.
El intervencionismo del gobierno en el mercado cambiario ha sido igualmente perjudicial. La fijación de tasas de cambio irreales ha generado distorsiones profundas en la economía, mientras se destruye la confianza en la moneda nacional.
La Venezuela actual es un recordatorio de cómo el intervencionismo excesivo y los controles estatales pueden resultar catastróficos para una economía. El camino hacia la recuperación implica, inevitablemente, un replanteamiento de las políticas económicas.
La libertad empresarial, eslabón esencial en la cadena del progreso, es el motor que impulsa la maquinaria económica. Emprendedores visionarios y audaces, guiados por la oportunidad y el ingenio, moldean industrias, crean empleos y desencadenan avances tecnológicos que trascienden fronteras.
La flexibilidad para iniciar, dirigir y expandir empresas es el caldo de cultivo de la competitividad, fruto del libre juego empresarial en un mercado abierto. Esto no solo conduce a precios más bajos y productos de mejor calidad, también estimula la eficiencia. Esto crea un círculo virtuoso en el que la calidad aumenta, los costos disminuyen y la riqueza se expande.
Además, el libre mercado y la libre empresa fomentan la responsabilidad individual y colectiva.
Sin embargo, es crucial reconocer que el libre mercado no es una panacea universal. Requiere regulaciones que eviten prácticas monopólicas o abusivas, garantizando una competencia justa y preservando la equidad social.
Asimismo, debe haber una red de seguridad para proteger a aquellos que, por diversas razones, puedan quedar rezagados en este sistema, garantizando así que todos puedan beneficiarse del progreso económico.
Es imperativo aprender de los errores cometidos en el pasado. Venezuela necesita un cambio de rumbo urgente, uno que abrace la economía de mercado como motor de desarrollo y progreso. Solo así podrá liberarse del asfixiante lastre que la ha mantenido postrada durante demasiado tiempo.
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