De todas las navidades posibles, la de cada año es siempre la más importante. Los ritos se basan en la repetición, pero el acontecimiento que se celebra es nuevo cada vez, a pesar de ser siempre el mismo. La Navidad se anuncia y se celebra, y a la Navidad se asiente cuando en una casa nos reunimos, como dice el texto, en su nombre. Así lo hacen, incluso, quienes lo hacen sin saberlo. La Navidad es el encuentro en el que se acoge la generosidad humilde de un Dios que decidió hacerse niño y hacerse pobre. Un Dios que, al fin, decidió volverse humano.
En todas las representaciones divinas, la tradición le concedió un don o una facultad superlativa a cada uno de los dioses. Lo propio de quien más puede es identificarse con la fuerza, la sabiduría, la astucia, la fertilidad… Y, sin embargo, el régimen excepcional que guarda siempre la verdad frente al mundo quiso hacer del Dios de los cristianos algo tan superlativamente vulnerable como un niño. Por poderlo todo pudo y quiso sufrir como el más frágil de nosotros. Un Dios extraño y bueno que era tan grande que decidió hacerse pequeño.
El recién nacido expone el poder de la impotencia, la ruptura definitiva de la lógica del mundo e incluso de toda justicia para hacer espacio a la misericordia. Pues desde esa estricta justicia, ni siquiera lo mereceríamos. Pero no ha tanto nació para revolucionar el mundo, para llenarnos de esperanza y de futuro, para recordarnos que el mejor ejemplo nos lo dará la sencillez y la condición minúscula de un niño pobre que quiso y pudo ser el Salvador del mundo.
Y al lado de esta verdad eterna, ponemos los pequeños accidentes, las compras, las luces, la plástica alegría de un mundo contemporáneo lleno de errores, como en toda época, pero que todavía demuestra que guarda un hilo de comunicación con la historia acontecida y con el buen Reino que vendrá. No somos ni mejores ni peores que nunca, somos los de siempre porque la humanidad es constante. Tan fija e inmóvil que las verdades de entonces lo seguirán siendo por siempre, aunque nos creamos seres excepcionales y atados a una circunstancia cambiante.
Esta es una Navidad especial porque el mundo entero se duele por la tierra donde nació el Niño. Hacernos dignos de su venida nos exige hacernos conscientes de su realidad, porque existieron otras generaciones que no supieron o no conocieron su mensaje. Pero ahora no podemos mirar hacia otro lado. La Navidad es siempre la misma precisamente por ser siempre urgente y nueva. En este año, ojalá cumplamos la promesa de ser capaces de cambiar y de no vivir como lo hicimos siempre: ni muy buenos ni muy malos, apenas regulares. Nunca es una Navidad cualquiera, pero este año, como siempre, lo es menos que nunca. Ojalá aprendamos a querer y a confiar de una vez por todas.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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