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Nuestro amigo común: El revolucionario mental

A propósito del centenario del nacimiento de Karl Marx, un comentario acerca de las películas “Noticias de la antigüedad ideológica” (Alexander Kluge, 2008), basada en “El capital”, y “El joven Karl Marx” (Raoul Peck, 2017), sobre la amistad del pensador alemán con Friedrich Engels

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Cuenta el cineasta Alexander Kluge en una entrevista al diario argentino Clarín que “protesta en su mente” ante lo que él llama “mala realidad”: cuando suceden cosas que no le gustan, las cambia en su mente, a modo de protesta. Kluge, quien claramente ha perdido la cabeza, habla de crear utopía necesariamente, para acomodar la realidad a algo más parecido a nuestros deseos. Es por esto que se embarcó en el proyecto innecesario y ridículo de filmar El capital de Karl Marx a partir de las notas dejadas a medias por Sergei Eisenstein, cuya intención fue filmarlo a finales de los años veinte. Si bien se parece a la evasión, la absurda protesta mental de Kluge no se trata de eso, sino de negar la realidad a la vez que se construye una propia que, como sucede siempre, será contraria a aquella, precisamente por seguir postulados marxistas como el acabar con los valores tradicionales. El soviético, como el alemán, pensaba que la realidad debía ser aplastada, y a partir del principio hegeliano de la dialéctica y su versión materialista, ideó –en su mente, todopoderosa, cartesiana– una manera de hacer cine que respondiese a dicho principio, el cual puesto en práctica aplastó la representación de la realidad del llamado después montaje de la transparencia, de la misma manera como el marxismo-leninismo aplastó la realidad del siglo veinte para imponer la suya.

Al parecer, Eisenstein quedó agotado y enfermo a la mitad del montaje de Octubre, cinta que no estuvo lista a tiempo para ser proyectada en la fecha del aniversario de la Revolución a la que hace referencia, dado el estado de salud del director. Una vez Eisenstein acabó su más reciente panfleto no se había recuperado del todo. Así como algunos deciden en tiempos aciagos volverse a la religión o a la quiromancia, Eisenstein se fue a visitar a James Joyce, a conocerle y dejarle clara su admiración por el Ulises. Y como Kluge, algo en su mente le hizo darse cuenta de que lo que debía filmar a continuación debía ser El capital, además, a la manera de Joyce: la vida humana entera, su historia, en un día de la vida de un hombre común. Algo sencillo, pues, para aligerar sus días.

Un proyecto de esta magnitud es verosímil cuando se conoce de quién proviene. Eisenstein hizo visible la dialéctica hegeliana. La hizo cine. De modo que seguramente, si su compañerito Stalin le hubiese dado el capital para El capital, habría filmado la obra de Marx (y, ¿por qué las artes no se encargan de la Economía como objeto?, se pregunta el filósofo Hans Magnus Enzensberger con una media sonrisa). Pero fue Kluge quien se atrevió a filmarla, a partir de los apuntes delirantes de Eisenstein, claro está. Así como Marx tuvo al parecer varias de sus ideas borracho, Eisenstein tuvo algunas suyas enfermo o dopado. De Kluge, no se sabe, pero el resultado es Noticias de la antigüedad ideológica (Kluge, 2008) una película de nueve horas para la televisión donde los apuntes del soviético se leen en pantalla o son recitados al unísono por parejas frente a la cámara, intercalados con planos que describen a veces lo leído o escuchado, a veces algo distinto; entrevistas con personalidades del pensamiento occidental, como Peter Sloterdijk o Enzensberger, todo acompañado por música, por momentos delicada y relajante, por otros rechinante y desagradable. Su intención (y la de Eisenstein), dice Kluge al Clarín, es que “la gente no aprendiera el vocabulario de la revolución de memoria, sino que combinara las palabras de Marx con su experiencia (…). Quería combinar experiencias sociales y personales, con las palabras abstractas de la economía. [Eisenstein] Decía que la economía era un tema de imágenes, de experiencia, de algo práctico. Quería llevar el subtexto de Marx a la vida (…) creía que la Revolución estaba en la cabeza de la gente”. En su mente y en su maldad, como diría el dictador de este país.

Hablar de Marx en el cine no solo es hablar de energúmenos como Eisenstein y Kluge, al parecer –apenas– tan lejanos en distancia y tiempo, sino de una pandilla de cineastas rojos y soñadores al estilo de Jean-Luc Godard, Ken Loach o, más cercano aún en distancias, el haitiano Raoul Peck, formado en Estados Unidos, Francia y Alemania. Se graduó en Cine en Berlín Occidental, vive entre Nueva Jersey (tal vez encuentre Manhattan esnob) y París, como debe ser, y es conocido por su nominación al Oscar del documental I Am Not Your Negro (2016).

Su trabajo más reciente es El joven Karl Marx (2017), una cinta insufrible que cuenta la amistad de juventud entre Marx y Engels y su colaboración para la creación del Manifiesto comunista. Además de contar con un actor mucho más guapo para interpretar a Engels que a Marx, este drama deja ver cómo el joven protagonista se entrega al licor con la misma pasión con la que cultivaba su odio al capital, aunque parece querer dar a entender que en realidad no dejó morir a sus hijos por hambre en vez de buscarse un trabajo, sino que trabajaba y no se le pagaba –esos capitalistas malvados– o bien nadie le quería dar trabajo. No hay que culpar a Peck, que haga lo que le funcione con la ficción que dirige. Y lo que quiere, no lo deja en duda, es hacer de este personaje un genio maravilloso, cuyas ideas nobles y hermosas deben seguir inculcándose pero sobre todo, llevándose a la práctica: aquí es donde Peck y Kluge se dan la mano sangrante. “¿Qué quería usted con esta película?”, pregunta a Kluge Patricia Kolesnicov, de Clarín. Este responde que más o menos lo mismo que Eisenstein, y añade: “Tenemos que apegarnos a estos pensadores, a Marx, a Benjamin, a Adorno (…). ¿Para qué? ¿Por qué esos hombres sabios de la antigüedad construyeron el Arca de Noé? Tienes que tener esos botes, tienes que construirlos (…) para salvar lo que vale la pena entregarle a la próxima generación (…) para mantener la esperanza. La esperanza de que en algún momento, en el futuro, podamos hacer un mundo mejor”.

Cien millones de muertos, y contando. La coartada: un mundo mejor, una canción de John Lennon, una comuna jipi. La excusa: Marx ha sido malinterpretado –como me dijo una vez una alumna en clase, con tono inocente, como si estas ideas no llevasen única y exclusivamente a hambrunas y fosas comunes–, como si fuese posible malinterpretar que el pensador escribió que se debe llevar a cabo “una violación despótica del derecho de propiedad”, que “el proletariado de cada país tiene que acabar en primer lugar con su propia burguesía” y que los comunistas “proclaman abiertamente que sus propósitos solo pueden ser alcanzados mediante el desplome violento de todo el orden social tradicional” (en el Manifiesto comunista, Nórdica, 2012). En sus mentes, son héroes; en realidad, solo son ladrones y asesinos.

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