El Cusica Fest resiste cualquier análisis superficial, de escuela ortodoxa, e invita a una exploración más contemporánea de su cultura móvil y líquida, ajena a los criterios binarios de las escuelas del pensamiento tradicional.
Por eso el articulista clásico tendrá serios problemas para encasillar al festival en una categoría política y estética de las de antes.
¿Es un evento de la posmodernidad, de música ligera, de evasión apolítica en tiempos de dictadura?
Recorrido y visitado con ojos críticos, el festival abre un campo de lectura más amplio, donde se diluyen y neutralizan las viejas categorías de lo alto y lo bajo, lo culto y lo pop, a través de una programación lo suficientemente rica en capas y diversidades, para rehuir de una etiqueta de intelectual boomer de ocasión, quien a la distancia puede denostarlo por incluir a Tokischa, un supuesto emblema de una generación sin talento, según el video de un analista enojado y ofendido de Tik Tok.
Pero nada menos cierto.
Para empezar, dicho enfoque no disimula bien su naturaleza misógina y despectiva de las corrientes emergentes en la escena afrocaribeña.
Es el típico encuadre, pasado de moda, del que se tapa la nariz y se agarra las perlas ante la amenaza de ser arropados “por arte basura y decadente”.
Es lo mismo que dijeron los nazis, cuando censuraron la libertad dionisiaca de las pinturas y películas expresionistas, acusándolas de vehicular mensajes erróneos en la juventud.
Hoy los monstruos de Caligari, Metrópolis y Nosferatu siguen vigentes, mientras el fascismo perdió la guerra y el sentido, siendo apenas instrumentado por gorilas y milicos repudiados, por demagogos y populistas.
Debe ser por ello que uno de los shows más solitarios en el Cúsica fue el de un Horacio Blanco relegado a un toque en una tercera tarima, con escaso impacto, debido a su reciente colaboración con el Esequibo Fest y la gente que nos desgobierna, que nos reprime, desde las fuerzas armadas.
Pasé de largo, como muchos, porque uno espera coherencia con el espíritu de Desorden Público. Ojalá que el cantante reflexione, tras verse en el espejo de la reducción al mínimo de su influencia.
Por efecto contrario, en el mismo lugar del festival, una chica humilde de la provincia, la sorprendente “Mari la Carajita”, se robó el show y los corazones de la tarima alternativa del Cusica, justificando su diseño como vitrina de las promesas con futuro, más allá de ciertas concesiones con un grupo de influencers desabridos que garantizan taquilla.
¿Por qué “Mari, La Carajita” se metió a Cúsica en un bolsillo?
Por su carisma y desparpajo, precisamente por la frescura de su material, de su fuerza y de su capacidad inmediata de conectar con el público, luciendo como una especie de DJ, performancista electrónica y MC de rimas incorrectas, como no escuchábamos en la escena rutinaria de Caracas, amoldada al criterio del pop fresa de una Danny Barranco, por ejemplo.
Otro chico amado fue Yadam, cuya impronta suena duro en el mundo, según me cuenta el experto Humberto Sánchez Amaya. Parece tocado por el destino y las musas para dejar en alto el nombre del país.
Por igual, la audiencia se reconoció en el alma noble y de luz que encarna “Esteman”, uno de los embajadores de la marca, que se ganó un puesto en la lista de imprescindibles de la grilla, al contagiarnos con un aura dance y retro de ícono del disco music, venido de una galaxia familiar a la del Bowie con la imagen de un Jesucristo Superstar, que nos habla del poder de la resiliencia y de la aceptación.
Uno de los tantos narradores, que nos sanó con su storytelling en Cusica, al igual que la madurez que exhiben Tomates Fritos en su idea de brindarnos un espectáculo para los amantes del rock venezolano de bandas consistentes.
En tal sentido, el festival se vistió de gala con las notables presentaciones de Viniloversus y Los Mesoneros, que también han conseguido un nivel de perfección que es digno de ovaciones y premios, del estatus de leyendas que cuentan una historia, entre el país y la diáspora.
Los Mesoneros tienen una imagen sofisticada y aspiracional, que rima con sus acordes transparentes y depurados.
Viniloversus impone un verdadero respeto en lo que ha logrado con los años, sonando como una máquina de rock que recuerda un Motorhead criollo, veloz y brutal, con canciones que te fulminan en juegos mentales de azar, despecho y desazón.
Directo al grano, fueron uno de los cinco toques de Cusica 2023.
La gente festejó a Micro TDH, bailó hasta abajo con Alexis y Fido, gozó con las locuras y desates de Toki, leona y reina del dembow que cumplió su palabra, al sacudirnos los corsés y demostrar por qué toda la industria quiere trabajar con ella.
Es su momento y es un lujo haber disfrutado de su invitación al desate, confirmando que la música también es un concepto tribal y pagano, desde antiguo, que hoy se regenera en las periferias de República Dominicana. Así que la Toki, la amiga de Rosalía y Young Miko, nos enseñó porque es el año de ellas en el género urbano, frente al declive de los Conejos Malos y de los Residentes tóxicos.
El show de “La Popola” merece un capítulo aparte, por toda su carga semiótica y erótica.
En cualquier caso, evidencia que las mujeres quieren y gustan de tener pleno control sobre sus cuerpos y narrativas, sin que las condenen a la hoguera por ello.
Del humor a una cultura de la autenticidad, Toki encarna una fantasía en la que se proyecta como emperatriz de lo freak y de lo after porno, que nos seduce con sus barras y mantras de ritual chamánico. Un viaje que es un trance que tomas o dejas, dependiendo de tus prejuicios.
Yo me entregué y lo bailé, como catarsis, dejando los problemas atrás.
Por eso la Toki fue clave en la noche del Cúsica.
Pero propios y extraños aseguran que Americania se llevó la Palma de la velada, con su reencuentro estelar.
Me lo había anunciado y explicado Max Manzano, antes de empezar.
En efecto, “La Fiesta del Rey Drama” nos tradujo lo que supone el fenómeno de Americania, su ganado estatus de banda de culto, su manera de expresar que filosofía predica el Cusica: una que amalgama la resistencia con el decoro, la disidencia sutil con el desgarro generacional, la melancolía con el desencanto, la paz con la reconciliación.
De ahí que Cusica ofrezca un espacio seguro para aglutinar a una marea tan dispar y divergente, tan disímil y diferente.
Si ya es difícil organizar un grupo, de cinco personas, para salir una noche y pasarla bien, imagínense lo que significa convocar a miles de personas, que piensan todos muy distinto, para que se despolaricen y se hermanen en un Festival, para que rompan con su rutina de celulares y redes sociales, para que le den chance a los otros, en lugar de mirarse el ombligo.
Claro que se conjuga el selfie con el decorado.
Pero la verdad es que Cusica nos recuerda, todo el tiempo, que somos partículas en una galaxia más grande de cosas y elementos.
Y que mejor renunciar a tu ego, si quieres disfrutar de verdad.
Por ello Cusica hace que pase completamente desapercibido, el que busca llegarse con poses de fama para ser el centro.
Tendrá su momento de amor y flashes, pero pronto la dinámica del contexto le revelará que el festival no se trata de él y de su algoritmo, sino de aprender a fundirse en la constelación, en el cosmos, en la big data que se nos dibuja en la Universidad Simón Bolívar.
Mérito llevarlo a cabo, ejecutarlo y concretarlo, sin nada que lamentar, en Venezuela.
Se dice fácil pero no lo es. Hay que montarlo con paciencia y con cientos de técnicos, de héroes silenciosos, de curadores y estrategas.
De modo que realizarlo nos abriga esperanza.
Yo había pasado la noche en vela, pensando en Cusica.
Imagínense las noches de no dormir para sus organizadores.
Ahora con la misión cumplida, les agradecemos por hacernos soñar despiertos, otra vez, por añadir cada año una fecha especial en nuestras vidas.
Ya estoy pensando en el Cusica del 2024, en quiénes nos visitarán y estoy tan emocionado como tú.
Un honor siempre cubrirlo para ustedes.
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