La sociedad venezolana padece en esta hora, con mayor intensidad, las consecuencias devastadoras del año producido por la camarilla de los protervos. Ningún adjetivo calza mejor para caracterizar al perverso grupo de personajes que desde la cúpula del poder político de la República maquinan cada día la forma de hacer el mal. Son lo que la real academia de la lengua castellana ha calificado como personajes obstinados en la maldad. La persona humana tiene una dimensión elevada. Está dotada de cuerpo, inteligencia y espíritu para trascender, para crear, para construir una vida de bien. Hay personas que se desvían y utilizan la inteligencia y la capacidad creadora para dañar.
En nuestra Venezuela se nos instaló en el poder, empeñado en perpetuarse allí para siempre, un grupo humano obsesionado en hacer el mal para lograr ese objetivo, que ha derivado en una camarilla de protervos. No otra conclusión puede desprenderse del diario acontecer de nuestra vida social. Cada día se apela a oscuros personajes para usarlos como voceros y ejecutores de las maldades.
El tema de los presos políticos resulta especialmente revelador de ese comportamiento. Estamos en las vísperas de la Navidad, fecha que nos recuerda precisamente la dimensión humana del Dios del amor, de la reconciliación y de la fraternidad, y aun cuando los señores del poder firmaron un compromiso en Barbados de liberarlos, siguen haciendo de estos seres humanos fichas de canje para sus pérfidos intereses. No se conforman con tenerlos en una cárcel infame e injusta. Sino que cómo ha sido ya suficientemente demostrado y documentado por la Alta Comisión de los Derechos Humanos de la ONU, se les somete a torturas y tratos crueles degradantes de la dignidad humana.
El socialismo del siglo XXI al mejor estilo estalinista y fascista ha decidido callar las voces disidentes mediante el formato de los falsos positivos. Vale decir montar unos expedientes de supuestas traiciones a la patria, terrorismo, magnicidios e instigación al odio que no resisten el más elemental examen de la lógica básica.
Lo más grave es que las instrucciones emanadas dese la cúpula, han sido las de obligar a los inocentes imputados a aceptar dichos cargos, a través de la violencia física y psicológica sobre sus humanidades. La semana pasada presenté a mis lectores la dramática situación en la que se encuentra el profesor y defensor de los derechos humanos Javier Tarazona, quien en audiencia oral y pública confesó su tragedia.
Casos como los de Jackson Vera y Nelson Piñero son otra muestra elocuente de la capacidad para montar falsos positivos y llevar a prisión, torturar y vejar a personas que les resultan incómodas a estos personajes de la camarilla gobernante. Pero la obsesión por el poder y por hacer el mal rompe los parámetros con el encarcelamiento del ingeniero Roberto Abdul, presidente de Súmate y miembro de la Comisión Nacional de Primaria.
El terror de la cúpula del poder a la derrota electoral los lleva a maquinar cada día la forma de destruir las capacidades orgánicas, los liderazgos y los factores que trabajan para conseguir pacífica, electoral y constitucionalmente el anhelado cambio político. No perdonan el éxito de las elecciones primarias del pasado 22 de octubre. Por eso, impactados por el monumental fracaso político del evento del 3 de diciembre, ordenaron el día 5 del presente mes el encarcelamiento de Roberto Abdul. También aplicaron la misma medida a tres colaboradores de la candidata de la Unidad Nacional, María Corina Machado: Henry Alviarez, Claudia Macero y Pedro Urruchurtu. A la hora en que escribo esta nota Roberto Abdul es víctima del protocolo de vejación a los presos políticos que se ha convertido en el ABC de este desgobierno.
Ocurrida la detención de la persona se le aísla y se le impide toda comunicación con su familia, se les niega acceder a sus abogados de confianza y se les somete a torturas, tratos crueles y degradantes con el fin de forzarlos a hacer declaraciones involucrando a dirigentes políticos y a otros actores sociales, así como a grabar mensajes con los cuales reforzar las manipuladas narrativas creadas en los perversos laboratorios comunicacionales del régimen. Los casos de Juan Requesens y Javier Tarazona son más que suficientes para probar ese protocolo perverso existente en estos tiempos de la revolución “bolivariana”. La camarilla de los protervos no cesa en su obsesiva tarea de hacer cada día un daño. Roberto Abdul sufre en estas horas esa práctica maligna. No dudemos por un instante que se le están violando sus derechos fundamentales. No dudemos que está siendo víctima de torturas para sacarle confesiones forzadas; ese ha sido y sigue siendo el patrón de comportamiento de los esbirros de este sistema de oprobio y vergüenza.
Frente a esta dura realidad los hombres y mujeres de bien no podemos detener nuestra lucha. Debemos dedicar nuestra voluntad, inteligencia y capacidades a la tarea de rescatar la convivencia civilizada y desterrar del poder a esos espíritus perversos instalados allí para satisfacer su concupiscencia, darle rienda suelta a su resentimiento y a su sed de venganza sobre inocentes personas. No podemos permitir que el mal se imponga por siempre. El mal triunfa cuando las personas de bien se apartan, asumiendo conductas de indiferencia.
Que esta Navidad nos sirva a todos para renovar nuestra fe en la dimensión trascendente de la persona humana. Que ese espíritu del Dios humanado toque nuestra sensibilidad para animarnos a abrirle caminos a la paz y la primacía del bien sobre el mal, y así lograr la plena vigencia de los derechos humanos.
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