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Franco Contreras y su paraíso perdido

“Obra primera. XVI Paraíso perdido” es el nombre de la exposición de Franco Contreras que agrupa 40 de sus piezas y que se exhibe en la Galería TAC del Trasnocho Cultural, hasta el 27 de este mes. El artista ha sido mención en la VI Bienal de Dibujo de Fundarte y II Premio de Escultura Salón Aragua en Maracay 

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Si es esencial a las obras ser cosas, no lo es menos esencial el negar su propia cosidad

Martin Heidegger

Cuando la obra de Franco Contreras se ve en el marco de los radicalismos conceptuales o de las banalizaciones transigentes propias del arte actual, se hace imposible dejar de pensar en la distinción que Octavio Paz hacía entre las expresiones “A destiempo” y “Contra el tiempo”. Ciertamente, en el caso de nuestro artista no se trata de una propuesta que se hace en el tiempo de vigencia de otras cosas, en consecuencia, no es algo “a destiempo”. Más bien es algo que se presenta en contraste con la corriente y, por eso, es “contra el tiempo”. Sus obras son contra el tiempo porque no atienden los forzados esquematismos geométricos y las precisas referencias formales que se inscriben en los formatos ofrecidos por las computadoras. En las realizaciones de Contreras, en lugar de simplificar lo que ya existía, se ofrece la síntesis de lo que no tenía antecedente. Se trata, entonces, de sintetizar más que de simplificar. También, desde esta perspectiva, procede más el desprendimiento que el desentrañamiento, en tanto que lo primero remite a la generosidad, liberalidad y fertilidad de un carácter, mientras que lo segundo se vincula al desarraigo, la erradicación y el desenterramiento de un referente prístino. En términos definitivos: estamos ante un testimonio de síntesis y desprendimiento o de desprendimiento y síntesis sin que tenga importancia el orden de prelación. Tampoco procede pensar en cuál de esos vocablos es el sustantivo y el adjetivo, ya que lo determinante es que la síntesis y el desprendimiento actúan aquí como las dos alas que un pájaro requiere para asegurar la versatilidad de su vuelo libre.

La consideración expuesta permite aceptar que estas obras no caben en ningún ámbito que reconozca lo apolíneo y lo dionisíaco como dicotomías excluyentes. Sus esculturas expresan una esencia orgánica transfigurada que termina por fomentar la revelación de la estremecedora presencia de una entidad enigmática. Sin duda, se aprecia un extraño juego de alusiones y elusiones, de conversiones y fascinaciones, de gestos y gestas, de esqueletos y roces. Todo tipo de polarización aquí se relativiza frente a la intriga solitaria e íntima, así como iluminadora y resonante a la que convocan estas realizaciones. En este orden, se solapan las cavilaciones y simulacros que van más allá de los esbozos previos para afirmarse luego como resurgencias pletóricas de amplia diversidad estética.

En este acercamiento es imposible dejar de destacar las cualidades formales y artísticas de sus ejecuciones. De inmediato se aprecia que Franco Contreras hace que lo orgánico se libere de una parte de su naturaleza original mediante maniobras técnicas, y después recurre nuevamente a la connotación orgánica a partir de maniobras estéticas. El resultado de este cruce de maniobras técnicas y estéticas se concreta en la redimensión de los aspectos resolutivos y perceptivos. Esto se afirma con ligereza y también se observa con inmediatez, pero es mucha la transpiración y la inspiración que acompañan al artista en este empeño. Además, hay atributos particulares que le permiten concretar irradiantes efectos. Señalemos, en este sentido, la combinación que se produce entre la rigurosidad de un geómetra, la sensibilidad de un poeta y la interiorización de un filósofo, todo lo cual se cristaliza en resultados plásticos sorprendentes, en evocaciones líricas envolventes y en sedimentaciones simbólicas desafiantes. Resulta imposible, en consecuencia, mantenerse en blanco frente a sus obras, más aún cuando se vivencia que ellas se hacen susceptibles a los arrebatos de un soplo que no desecha la posibilidad de alcanzar propiedades volátiles y de impactar sugerentes sombras. Recurrimos a un breve inciso para recordar que se ha dicho que el mejor complemento de la belleza es la luz, pero esto no impide reconocer que cuando se incorpora la complicidad de la sombra se operan resurgencias supremas de la experiencia estética. Tal sensación se apodera de nosotros en esta ocasión, ya que aquí se ponen de manifiesto juegos sutiles, modulaciones intrigantes y movimientos atenuados que, a la manera de una interfecundación cruzada, avivan la percepción del espectador. En medio de este intercambio vivaz, sus esculturas transmiten una aparente fragilidad que de inmediato se compensa con la evidencia de una factura indestructible. De la misma manera, sus realizaciones absorben una sugerente potencialidad generativa, en tanto que promueven imágenes plurales y abiertas a la imaginación, efectos que por cierto se amplían por los impactos de sus proyecciones que también se incorporan como elementos del registro perceptivo. Son formas que sugieren evoluciones y descendencias inesperadas y hasta delirantes. Con palabras de André Malraux podemos sostener que estas obras no surgen como un fin sino como un nacimiento. Sin duda estamos frente a la desbordante presencia de un extraño misticismo que es poético y espiritual al mismo tiempo.

Llegados a este punto se impone decir que, así como un buen escritor es aquel que escribe con palabras insustituibles y necesarias, igualmente un escultor es el que le otorga presencia a formas esenciales que atienden a lo primordial. Le añade fuerza a nuestro argumento el recordar al poeta Vicente Huidobro cuando decía: “El adjetivo que no da vida, mata”. Todo esto viene a propósito al apreciar que en las obras de Franco Contreras no hay excesos ni abigarramientos pero tampoco se notan carencias ni insuficiencias. Existen los recursos necesarios en función del diseño deseable y los estatutos visuales suficientes para la más efusiva expresión. Su planteamiento está bien alejado de los sesgos reduccionistas y de los riesgos barroquistas. Tampoco operan aquí las inclinaciones comprometidas con sufijos o prefijos, ya que no hay inspiración en ningún “ismo” o algún “neo”. Su empeño solo conoce la autenticidad de una demanda enraizada y el compromiso de un insobornable empeño de investigación. En su entorno ambiental y en su reservorio vivencial encuentra la totalidad de lo que amerita para atender sus expectativas estéticas. El anudamiento de estas dos fuentes levanta su voluntad para recuperar y transfigurar la continuidad del cafeto en favor de un estatuto de resignificación, reapropiación y redimensión. Lo anterior quizá explica que se haga recomendable el silencio, la soledad, la proximidad y la inocencia como condiciones aconsejables para fomentar la suprema experiencia estética ante cada una de sus obras. Hay en ellas una codificación expresiva que se favorece con la intimidad (propia del silencio), con el diálogo interior (propio de la soledad), con el efecto sensible (propio de la proximidad) y con la sorpresa (propia de la inocencia). Apoyados en estas advertencias podríamos sostener que un artista necesita un concepto más que una idea, pero igualmente requiere una densidad espiritual y mística más que un concepto. Este es el caso de nuestro artista, ya que sus ejecuciones se cargan de un contenido sublime que valida la sentencia de Walter Benjamin: “Una obra de arte no sirve para hacer visible una idea, sino para revelar un secreto”.

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