Ha transcurrido casi un cuarto de siglo desde que irrumpiera en el léxico popular venezolano la palabra vaguada. Fue a partir de los acontecimientos que, en palabras de Ana Teresa Torres, “hemos dado en llamar la tragedia de Vargas”1. El cuestionamiento implícito en esta expresión se basa en el hecho, por demás cierto, de que las catastróficas inundaciones y procesos de vertientes (flujos de detritos, coladas de barro, deslizamientos, etc.) que cobraron muchas vidas y causaron ingentes daños materiales, afectaron severamente no sólo al estado Vargas -actualmente denominado La Guaira-, sino a otras entidades venezolanas como la propia capital y los estados Miranda, Yaracuy, Falcón y Táchira. Desde entonces, el término vaguada, el cual en meteorología designa un sistema particular de bajas presiones, de miles de kilómetros de extensión, pasó a ser sinónimo de cualquier episodio lluvioso de cierta intensidad.
Tal como lo reseñó el académico Eduardo Röhl2 (1891-1959), eventos hidrometeorológicos de la misma naturaleza se habían registrado, en múltiples ocasiones, desde los tiempos coloniales. Entre ellos se recuerda el que a mediados de febrero de 1951 causó numerosas víctimas y cuantiosos daños en La Guaira y Macuto. Esta situación, bajo condiciones atmosféricas muy similares a las que prevalecieron en el caso de diciembre de 1999, fue descrita detalladamente por Antonio Goldbrunner3 (1914-2005), cofundador de la Sección de Pronóstico del Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, para la época recientemente creada. De aquellos días es poco conocida la anécdota que refiere la decidida intervención del salvavidas de Macuto, Quintín Longa (1911-1994), cuando rescató de la inundación el valioso archivo municipal de Macuto.
Respecto a las condiciones pluviométricas que determinaron los aciagos acontecimientos de diciembre de 1999, es de interés resaltar que ya desde el día cuatro se reportaban personas fallecidas, viviendas tapiadas e inundaciones, así como interrupciones de las vías de comunicación que unen a la capital con el litoral central4. Las lluvias continuaron con mayor o menor intensidad en los días siguientes y para el 14 de diciembre de aquel año, en el diario El Nacional (p. C2), bajo el titular: “Pronostican fuertes aguaceros en las próximas 48 horas” se publicaron las previsiones emitidas por el Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, las cuales, además de Caracas, abarcaban los estados Miranda, Vargas, Falcón, Sucre, Nueva Esparta, Anzoátegui, Yaracuy, Zulia, Aragua y Carabobo, es decir, gran parte de la zona septentrional venezolana, que por esos días se encontraba bajo la influencia prolongada de una vaguada estacionaria y restos de frentes fríos, cuyos efectos se intensificaron por su interacción con el relieve de las serranías costeras.
El severo impacto de dichas precipitaciones de extraordinaria magnitud, en diversas áreas altamente vulnerables –recuérdese también la falla de la presa de El Guapo- y sobre todo las funestas consecuencias de los días 15 y 16 de diciembre en el estado Vargas, fueron objeto de especial atención por parte de los medios de comunicación, a nivel nacional e internacional y, posteriormente, constituyeron materia de gran interés para muchos especialistas de disciplinas tanto geofísicas como sociales, quienes, a lo largo de los casi cinco lustros que han transcurrido, publicaron numerosos artículos científicos5.
Entre los primeros datos que emergieron del citado evento hidrometeorológico extraordinario, se contaron los registros pluviométricos de las pocas estaciones que se encontraban operativas en la región. En el caso específico de la localidad de Maiquetía Aeropuerto, dichos datos suscitaron, casi de inmediato, razonables dudas que se manifestaron en los meses siguientes, también a través de los medios de comunicación, como en el caso del artículo publicado por el entonces vicerrector de Investigación y Posgrado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), profesor Maximiliano Bezada Díaz6, cuyas interrogantes hasta el presente no han tenido respuesta. Cabe recordar también que la UPEL dedicó el primer número de su revista Aula y Ambiente (2001) a recordar la gran tragedia.
Otras cifras que en breve tiempo surgieron de aquellos acontecimientos fueron las correspondientes a la cantidad de víctimas fatales, las cuales se estimaron en varias decenas de miles, desde el primer momento. Al respecto, estudios posteriores determinaron que este número fue notablemente menor7 y, aunque esta certeza no aminore el dolor por las vidas que se perdieron, ciertamente contribuyó a resaltar la necesidad de emplear metodologías más adecuadas en este tipo de investigaciones.
Al recordar, tras casi un cuarto de siglo, aquellos infaustos sucesos, es de esperar que las lecciones aprendidas de la catástrofe socionatural de diciembre de 1999, no se limiten a la impropia incorporación del término vaguada en el vocabulario popular venezolano.
1 Torres, Ana Teresa. 2000. El diálogo de la pérdida. Revista Bigott, (54-55),114-120.
2 Röhl, Eduardo. 1949. Los diluvios en las montañas de la Cordillera de la Costa. Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, 12(38), 35-59.
3 Goldbrunner, Antonio. 1960. Las causas meteorológicas de las lluvias de extraordinaria magnitud en Venezuela. Caracas: Ministerio de Obras Públicas.
4 Lastra Rafael y María José Mairena. 1999. Un muerto y cuatro heridos por lluvias en Vargas. El Nacional, diciembre 4, p. D12.
5 López, José Luis. (Editor). 2010. Lecciones aprendidas del desastre de Vargas. Aportes Científico-Tecnológicos y Experiencias Nacionales en el Campo de la Prevención y Mitigación de Riesgos. Caracas: UCV.
6 Bezada D. Maximiliano. 2000. Rastros de verdad en Vargas. El Nacional, julio 05, p. A4.
7 Altez, Rogelio. 2007. Muertes bajo sospecha: Investigación sobre el número de fallecidos en el desastre del estado Vargas, Venezuela, en 1999. Cuadernos de Medicina Forense, 13(50), 255-268.
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