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El más importante impresor de provincia

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Esta semana tuvimos el honor de dar lectura a nuestro trabajo de incorporación a la Academia Nacional de la Historia, como Miembro Correspondiente por el Estado Carabobo. Una solemne y nutrida ceremonia desarrollada en el hermoso salón de sesiones de esa corporación (Palacio de las Academias), que quisimos aprovechar para continuar con la divulgación de la vida y obra de un maravilloso personaje, a quien le dedicáramos un libro titulado Juan Antonio Segrestáa, un impresor del siglo XIX, editado el año 2018 con el copatrocinio institucional de la Academia Venezolana de la Lengua, y de quien no dudamos en afirmar constituye el más importante impresor de provincia en la Venezuela de entonces.

Se trata de un impresor nacido en Puerto Cabello el año 1830, contrario a la creencia general que lo tenía como oriundo de Francia, quien en medio de una azarosa vida familiar y en un país complicado por las revueltas políticas y militares, adelantó una meritoria obra filantrópica, periodística y editorial. Fue un eterno preocupado del progreso material de la ciudad, lo que le lleva a ser el principal propulsor de la construcción del teatro local, el Templo Nuevo y muchas otras obras de ornato, pero también impulsor de la educación y todo aquello que contribuyera a alimentar el intelecto.

¿Y por qué decimos que estamos ante un impresor de gran valía? Eso intentaremos explicarlo en las líneas a continuación. Como periodista, Segrestáa lo ejerció apegado a estrictos principios éticos, como lo demuestran sus innumerables escritos aparecidos en los diferentes órganos de prensa que salieron de su taller por espacio de cuatro décadas, no menos de veintiún títulos, uno de ellos –El Diario Comercial– con dieciséis años de circulación. La aventura intelectual que junto a Simón Calcaño emprende con la publicación de El Iris, adelantada en medio de la contienda federal, tenía como objeto en palabras de los editores “hacer conocer en el extranjero las buenas producciones de los ingenios venezolanos, y detener en su rápido descenso nuestra afición a la literatura que amenaza hundirse para siempre en el mar de sangre que ha anegado la república y donde tanto noble sentimiento ha naufragado”. Esta publicación, por cierto, es considerada por el historiador Luis Alfredo Colomine como la primera revista literaria de Carabobo, y al igual que sucedería con La Abeja Literaria fueron proyectos en los que nuestro impresor tan solo buscaba ilustrar al público en general, sin ningún beneficio económico a cambio.

Desde su primera incursión literaria, la que inicia con la traducción de Los Misterios del Pueblo (1854), serán muchos los proyectos en que se involucra como traductor, vertiendo al castellano del francés, inglés e italiano importantes obras entre las que se pueden mencionar Los Mohicanos de París, de Alejandro Dumas; Historia Filosófica de la Frac-Masonería, de Kauffmann y Cherpin; Los Tiradores en Méjico, de Mayne Reid; y La Familia, lecciones de filosofía moral, de Pablo Janet (en colaboración con Miguel Picher). Mención aparte merece su edición de Los Miserables, que verá luz en 1862 apenas meses después de que lo hiciera en Francia, pues de la comparación de los textos traducidos por el español Fernández Cuesta en 1863, y aquellos corregidos por Segrestáa para su edición guardan marcadas diferencias, imprimiéndole a la edición de este último un extraordinario valor por su apego al texto original en francés. Si a lo anterior se agrega el hecho de que revisadas las distintas traducciones al castellano que de esta novela se hacen durante el siglo diecinueve, no encontramos ninguna que coincida con la impresa por Segrestáa, no resulta aventurado afirmar que, después de todo, se trata de su propia traducción. En otras palabras, una traducción castellana integral de la famosa novela hecha en el puerto, por este personaje.

Como editor le corresponderá a Segrestáa introducir en Venezuela a los principales autores españoles del drama y la comedia, entre ellos, Juan de Ariza, Juan de Belza, Federico Maciá, Juan Palou y Coll y Ceferino Suárez Bravo. Jugará Segrestáa, igualmente, papel fundamental en la divulgación de los grandes autores franceses como Eugenio Sue, Alejandro Dumas (padre), Víctor Hugo y Alfonso de Lamartine. Otro aspecto de especial atención es la cooperación que mantuvo nuestro impresor con los editores caraqueños Rojas Hermanos y Alfred Rothe para quienes imprimió un importante número de libros. Lo propio hizo con Méndez Hermanos, reconocidos libreros de Valencia.

Bien como periodista de estrictos cánones éticos, traductor incansable o inquieto editor, como se verá la actividad de Segrestáa fue descollante en todas sus facetas. Su Imprenta y Librería se convirtieron en el más importante negocio de su tipo con asiento en la provincia, y contrario a lo que sucedería con otros talleres tipográficos, el suyo adquiere relevancia nacional como lo revelan los numerosos encargos que recibe venidos de la capital y otros lugares del país.

A pesar lo anterior, su trayectoria e importantes impresos no lograron captar la atención de los estudiosos sobre el tema en Venezuela. Estas lamentables omisiones, sin embargo, serán subsanadas por el historiador Ramón J. Velásquez quien no solo colocará el nombre de Segrestáa junto al de Espinal, Herrera Irigoyen y Guruceaga, sino que al hacer referencia sobre la labor editorial de don José Agustín Catalá ubicándolo en la lista de los grandes impresores y de los grandes editores de la historia venezolana, cuenta a Segrestáa en el número muy escaso de quienes en el siglo XIX decidieron gastar energías en la empresa de las ediciones —llamándole el milagro editor— que realiza la primera edición de una colección venezolana que por su precio podía llegar a todos los lectores.

En fin, una vasta obra es la de Segrestáa entre hojas sueltas, folletos, libros y periódicos cuyo catálogo por nosotros elaborado, en todo caso parcial, comprende 257 impresos a la presente fecha.

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