El pasado 5 de diciembre se celebró el Día del Profesor Universitario, aunque lo de celebrar suena un poco forzado, vistas las duras condiciones dentro de las que los docentes realizan sus actividades, las cuales claramente han quedado fotografiadas en diversas encuestas.
El presidente de la República, Nicolás Maduro Moros, mencionó el aniversario en un lacónico post en el que comunicaba: “Mi reconocimiento a las profesoras y profesores universitarios en su día, quienes con vocación y compromiso forman a las y los profesionales del futuro con el más alto nivel académico, al servicio de las necesidades de la Patria. ¡Gracias por tanta dedicación! ¡Cuentan conmigo!”.
Huelgan los comentarios de mi parte, solo diré que me parece que hubiese sido mejor que guardara silencio.
I.
Ciertamente no fue un día que no dio motivos para volverse un festejo. Doy testimonio personal de ello. Recuerdo haber escrito hace algún tiempo que soy profesor universitario gracias a una casualidad, al igual, por cierto, que han ocurrido muchas de las cosas que forman parte de mi historia personal. Sumando mis años de estudiante y de profesor caigo en la cuenta de que, aunque no he hecho lo que se llama una carrera académica, más de la mitad de la vida la he pasado caminando en los pasillos ucevistas, por los que me asomo un día a la semana. Conozco de cerca, por tanto, las precariedades que la han marcado a lo largo de las dos últimas décadas, en buena medida derivadas de la incomprensión y dejadez del gobierno (digámoslo así para no entrar en detalles), e igualmente, aunque en un grado menor, por la débil resistencia interna de la propia comunidad universitaria.
II.
Afortunadamente han empezado a soplar vientos favorables gracias a la reciente elección de las nuevas autoridades universitarias, convencidas, así lo han afirmado, de que la situación de la institución hay que evaluarla en sus actuales circunstancias, pero simultáneamente auscultando los cambios que nos depara el siglo XXI, marcado netamente por transformaciones disruptivas y rápidas en todas las áreas académicas y más allá de ellas, que se hicieron parcialmente evidentes entre nosotros en los tiempos de la pandemia, pero que son ahora mucho más notorios, visto que ya hace un rato que el futuro llegó.
III.
Dicho lo anterior hay, entonces, que entender y atender la presente situación de nuestras universidades, sin dejar de avizorar el horizonte. Sólo desde esta perspectiva es como puede calibrarse su presente crisis y empezar a dibujar las rutas que se deben seguir con el propósito de modificarla a fondo, tomando en cuenta el amplio menú de transformaciones tecnológicas que se están creando efectos importantes en el escenario educativo en general, pero sobre todo en el universitario.
Pero más allá del contexto académico, numerosas y distintas investigaciones han coincidido en determinar, como consecuencia de la revolución tecnológica, un cambio general en el mundo, descrito por la globalización, las crisis que se multiplican y potencian mutuamente, la masificación, la diferenciación, la virtualización, la multiculturalidad, la multiplicidad y diversidad de los actores académicos, la multi e interdisciplinariedad, factores estos que aunados con otros más dan pie a la orientación y uso del conocimiento, perfilando así una institución que se debe ir constituyendo bajo otra concepción, tejida alrededor de otros valores y pautas éticas.
IV.
De más está decir que se trata de un ambiente que modifica también las funciones esenciales del profesor universitario, dado que el aula se vuelve múltiple en herramientas, espacios, esquemas institucionales y modos de hacer las tareas.
Ello es así porque, de acuerdo con lo que se señala en los estudios antes aludidos, el conocimiento deja de ser estable, escaso y lento; la institución educativa pierde el monopolio como canal para entrar en contacto con el conocimiento y la información; el texto escrito y la palabra del docente dejan de ser los únicos soportes de la comunicación educacional, así como otros factores que indican rumbos semejantes.
En síntesis, la universidad es una institución que se está repensando en todos lados, a distintas velocidades y maneras, pero siempre bajo el entendido de que lo que no puede es no transformarse. Es esta una tarea obligatoria en estos tiempos marcados por la producción masiva y acelerada de conocimientos en varios formatos, con diferentes objetivos. Vivimos, ya se sabe, en medio de la volatilidad y complejidad de la Sociedad del Conocimiento que, a la par, es la Sociedad del Desconocimiento, no siendo esto último una paradoja.
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