En 1998, en un proceso electoral en el que tuvieron que convencerle de sus posibilidades de triunfo, entre otros, Luis Miquilena José Vicente Rangel, Jorge Olavarría y el presidente de Avensa, Henry Lord Boulton, alcanzaba Hugo Chávez el acceso al poder a través de elecciones generales.
El país había llegado al cansancio de los entredichos de los gobiernos de los cuarenta años y de sus dos principales soportes políticos, Acción Democrática y Copei. Era tanto el descrédito y el rechazo que hasta dos de sus principales figuras y expresidentes tuvieron que fundar nuevas organizaciones, obligados por las circunstancias internas que vivían sus partidos políticos.
La mayoría no supo valorar los logros democráticos y sólo vieron sus fallas y defectos, eligiendo una quimera mediática y con un macabro plan que se ocultaba en aquel flacuchento que prometió castigar a la corrupción y solo se encargó de magnificar las fallas y carencias construyendo el mayor sistema de complicidades que haya conocido República alguna en toda su historia.
Ahora las posibilidades se presentan tan evidentes que por lo mismo ellas en sí representan el mayor problema. El régimen sabe a ciencia cierta que su chance luce cuesta arriba, por eso inventa un consultivo como una manera de recuperar su deteriorada imagen, sin descartar, más bien acariciar una invasión contando con el apoyo de lo que ha sido su mayor aliado: el sector militar.
¿Lo lograremos? Todo parece indicar que si el régimen obstaculiza la salida electoral estaría abriendo las puertas del infierno, lo cual costaría un mundo cerrarlas.
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