El Libertador Simón Bolívar llegó al Perú en septiembre de 1823 y encontró al país sumergido en un caos político donde gobernaban dos presidentes, además del Congreso Constituyente.
Escribe la investigadora Scarlett O’Phelan Godoy, egresada de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en su trabajo intitulado: Bolívar en los laberintos políticos del Perú, 1823-1826, que para el momento, el Libertador era el militar victorioso más sobresaliente del momento, «había anexado la audiencia de Quito a la Gran Colombia, luego de su sonado triunfo en la batalla de Pichincha y, además, había conseguido hacerse de Guayaquil ofreciéndole la protección de las armas con lo cual se posesionaba de uno de los puertos más importantes del Pacífico y, comercialmente, el primer productor de cacao».
28 de febrero de 1823, desde Guayaquil, Ecuador, Bolívar había propuesto a Chile y Buenos Aires formalizar una cooperación simultánea para destruir el ejército realista en América del Sur, cuestión que el general José de San Martín no desestimó.
No obstante, para comprender el proceso es necesario puntualizar porqué era imperante la libertad del Perú.
Perú, o propiamente Lima, no significaba un sitio más en el mapa de dominio realista. Lima era la capital española en América del Sur. Lima era enclave estratégico desde donde la corona española ejercía su control hacia el resto de los virreinatos: el virreinato del Río de la Plata, el de la Capitanía General de Chile, el de Nueva Granada (Colombia) y el de la Capitanía General de Venezuela. Por consecuencia, mantener el poder en Lima, significaba mantener el poder en América.
Cuando el grito de libertad comienza a minar la América y los movimientos revolucionarios ganan terreno en toda la región, José Fernando de Abascal, el virrey de turno en Lima organizó el Ejército Real del Perú y del virreinato peruano, consolidando una fuerza contrarrevolucionaria sobre el Alto Perú, Quito, Chile y el Río de la Plata.
Pese a esto, el general San Martín protagonizará una de las mayores hazañas militares de la historia del continente, al cruzar la Cordillera de los Andes en sólo 24 días, liberando a Chile junto al chileno Bernardo O’Higgins. Así, el 12 de febrero de 1818, San Martín partió con su Expedición Libertadora rumbo a su siguiente objetivo: liberar Perú, desembarcando en costas peruanas en 1820.
Para 1821 las tropas del virreinato habían abandonado la capital, rumbo a Cusco. Así, el 28 de julio de 1821, en Lima, San Martín proclamó la independencia de Perú ante miles de personas reunidas en la Plaza Mayor.
La autoridad de San Martín comenzó a debilitarse aceleradamente y el inicial apoyo que le brindó la élite limeña se fue enturbiando debido su política de persecución y deportación a la que sometió a los peninsulares y criollos realistas, a la par de confiscarles sus propiedades.
«A ello se sumó el decreto de abolición de la esclavitud que, si bien fue recibido con júbilo por los pobladores negros y castas de color, lesionó los intereses de los dueños de ingenios azucareros y haciendas vitivinícolas, que operaban a base de mano de obra esclava, generando anticuerpos entre las grandes familias. Por otro lado, su proyecto de monarquía constitucional —para lo cual necesitaba contar con el respaldo de la élite— había perdido fuerza a favor de la propuesta de un gobierno republicano y los realistas, con el virrey José de la Serna a la cabeza, se habían posesionado del sur andino, convirtiendo al Cuzco en el nuevo epicentro virreinal, desde donde seguían gobernando, fracturando de esta manera el territorio peruano», cita Scarlett O’Phelan Godoy.
El final del Protectorado
En 1822, específicamente el 26 y 27 de julio se desarrollaron las dos únicas entrevistas entre José de San Martín y Simón Bolívar -a puerta cerrada-, las cuales tuvieron lugar en el puerto de Guayaquil, Ecuador, que definieron el rumbo de la independencia del Perú.
San Martín se retiró a Lima en donde renunció a su plena autoridad civil y militar como protector del Perú; a su vez convocó al primer Congreso Constituyente del país, lo que devino en la elección del primer presidente peruano, José de la Riva Agüero, quien había presionado desde todos los ángulos hasta con el motín de Balconcillo, pero pronto traicionará los intereses de la República.
San Martín abandonó el Perú y nunca más regresó, lo que supuso era parte de la agenda acordada durante la famosa entrevista entre ambos libertadores. Y así lo expresó más adelante: “Mi viaje a Guayaquil no tuvo otro objetivo que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar, para terminar la guerra del Perú”. Argumentaba el protector del Perú la falta de refuerzos militares, pero a su vez, deslizaba no haber aplicado una estrategia política más convincente.
Sucre y Bolívar toman Perú
Bolívar dio instrucciones a Antonio José de Sucre, su colaborador más cercano para embarcarse rumbo al Perú, dejando atrás su cargo de intendente de Pichincha. Llegó a Lima en mayo de 1823 —a poco menos de un año después de haberse producido la famosa entrevista de Guayaquil— y, al mes siguiente de su llegada, en junio, confrontó y derrotó a una columna realista que había intentado recuperar la capital limeña.
El Libertador había indicado con antelación que no iba a imponer su presencia en territorio peruano, sin embargo, por su investidura como presidente de la Gran Colombia fue recibido bajo estricto protocolo el 1º de septiembre de ese año 23. La verdad fue que Bolívar llegó al Perú a imponer -a sangre y fuego- la Independencia, según versados historiadores de la talla de Inés Quintero y Reinaldo Rojas.
«Ingresó a Lima escoltado por las tropas de guarnición. En las calles de la capital había un despliegue de banderas de Perú y Colombia la grande, y los balcones también estaban engalanados con coloridos tapices para recibirlo», apunta O’Phelan Godoy, adicionando que las noticias poco halagadoras que recibió Bolívar de parte de Sucre sobre la situación crítica por la que atravesaba el Perú, bien pudo predisponer al Libertador contra el país.
A la llegada del Libertador, el Congreso destituyó a Riva Agüero de la Presidencia, marchándose a Trujillo con varios de sus funcionarios de confianza desde donde disolvió el Congreso.
Se nombró entonces un nuevo presidente: el marqués Bernardo de Torre Tagle, quien había sido intendente de Trujillo, pero Riva Agüero se negaba a reconocerlo. El Perú sucumbía en una crisis intolerable para el Libertador, pues el país no solo tenía dos gobernantes, sino dos “godos”, como se refería a ellos.
Es imperativo añadir una cita de la investigadora O’Phelan Godoy, donde afirma que apenas el Libertador hiciera su entrada a Lima, ponía de manifiesto, en forma categórica, su posición antimonárquica, marcando así la distancia con el proyecto de su predecesor, San Martín.
Dictador y venezolano
Cuando Bolívar llegó al Perú, este ya era un país fragmentado, sostiene la historiadora O’Phelan Godoy, no solo por las facciones que respaldaban a cada uno de sus dos presidentes —electo y depuesto— sino porque también estaba territorialmente fracturado. El general venezolano se encontró con un Perú donde el norte era patriota y el sur realista. Si bien San Martín había declarado la independencia en la capital en julio de 1821, esta división espacial lo que demostraba era que Lima no era el Perú. «Bolívar no dividió al Perú, el país ya estaba dividido y con la anuencia de San Martín».
El 6 de febrero de 1824 ocurrió un suceso que acelerará el proceso de independencia del Perú cuando se sublevó la guarnición del Callao poniendo en jaque la plaza. Esto provocó no solo la entrada de los realistas a Lima, sino la asunción de Bolívar como dictador del Perú el 10 de febrero de 1824, permitiéndole al Libertador la suprema autoridad política y militar del país con miras a recuperarlo. Se suspendió entonces al presidente Torre Tagle y el Congreso entraba en receso. Para la élite peruana, Bolívar era un venezolano y su ejército, un invasor.
Convaleciente Bolívar en Pativilca, se develó que el marqués de Torre Tagle confabulado con Juan de Berindoaga y Palomares, conde de San Donás, conspiraban para devolver el Callao y Lima a los realistas.
Otro de los contratiempos que tuvo que sortear el Libertador, fue la denuncia del Congreso gran-colombiano al declarar la incompatibilidad de las funciones ejercidas por Bolívar, como dictador y, a la vez, jefe del Ejército Colombiano, provocando airados desencuentros y encendidos debates entre los parlamentarios.
Fue entonces cuando el Libertador nombró a Sucre comandante general del Ejército Unido Libertador, y una vez sorteado este percance, dedicó su tiempo a la empresa pendiente que lo había llevado al Perú. «El 26 de marzo de 1824 asignó a Trujillo el rango de capital de la República, mientras se liberará de enemigos Lima».
Junín y Ayacucho sellaron la libertad
El 6 de agosto de 1824, Simón Bolívar pasó revista a las tropas del Ejército Unido Libertador de Perú formadas por 7.900 soldados de infantería y unos 1.000 de caballería, 90% de los cuales eran colombianos, venezolanos y ecuatorianos; y al día siguiente emprendió la marcha para confrontar a las tropas virreinales. Estos últimos se encontraban en el Valle del Mantaro y sumaban 11.595 hombres a órdenes del general de origen francés José de Canterac, quien verificó a sus tropas en Atopa, partiendo el 30 de julio con dirección a Carhuamayo, adonde llegó el 5 de agosto.
La primera avanzada la protagonizó el ejército realista, cargando con su caballería, lo cual fue efectiva, pero no suficiente, toda vez fue rechazada por las lanzas -instaladas a modo de picas-, del regimiento Granaderos de Colombia. Desde una colina, Bolívar observa la batalla y ordena replegar a la caballería para dar tiempo a la infantería que avanzaba con ímpetu. Pronto las tropas monárquicas se confiaron en su ventaja creyéndose vencedores, desorganizándose, permitiendo que la estrategia del Libertador funcionara en los blancos expuestos. Desmoralizados, el ejército de Canterac, fue derrotado y puesto en fuga, retirándose al Cuzco. Perdieron 254 hombres y 80 fueron capturados. Las tropas colombianas sufrieron 154 bajas.
La batalla que selló la independencia del Perú, la consolidación de la independencia en América y definitivo destierro del imperio español se produjo en la pampa de la Quinua, en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824 a las 10:00 de la mañana.
En Ayacucho, las tropas colombianas contaban sólo con 6.000 soldados y los realistas con cerca de 10.000, el Ejército patriota logró que los españoles, con su estandarte de Viva el Rey capitularan en menos de 6 horas de combate, concluyendo la batalla a las 2:00 de la tarde con la derrota y prisión de la élite de la oficialidad peninsular, entre ellos el virrey La Serna, herido en batalla, además del general Canterac y los mariscales Valdéz, Carratala, Monet y Villalobos, entre otros.
La capitulación fue firmada el mismo 9 de diciembre de 1824 por el mariscal Antonio José de Sucre y el jefe de Estado Mayor realista, José de Canterac.
Este tratado disponía que el ejército realista renunciaba a seguir la lucha y fijaba la permanencia de los últimos soldados realistas en las fronteras de la Provincia Constitucional del Callao, ciudad situada en el centro-oeste del Perú.
Igualmente, fundaba que la República del Perú debía saldar la deuda económica y política a las naciones que ayudaron militarmente a su independencia.
El Congreso del Perú, reunido en sesión extraordinaria, otorgó el reconocimiento del Gran Mariscal de Ayacucho y Benemérito del Perú en grado eminente a Antonio José de Sucre, por la actuación que tuvo en aquel campo donde se celebró la batalla.
Sobre el acontecimiento histórico, Bolívar aseguró, celebrando la victoria: “Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho semejante a Waterloo, que decidió el destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas”.
Como dato revelador: En la Batalla de Ayacucho, 95% de los efectivos que componían las tropas del virrey La Serna, eran de origen peruano. Por otra parte, 80% de los soldados de Antonio José de Sucre eran colombianos, venezolanos, ecuatorianos, chilenos, argentinos y peruanos. Durante la contienda independentista de la América española, fallecieron un poco más de 150.000 personas en 10 años. Durante el proceso para la libertad del Perú solo murieron 5.000, de los cuales en su mayoría fueron de origen colombianos (neogranadinos, venezolanos, ecuatorianos, y en una proporción inferior argentinos, chilenos y peruanos).
Fuente: Scarlett O’Phelan Godoy. Bolívar en los laberintos políticos del Perú, 1823-1826. Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, N.º 53 (enero-junio 2021)
@LuisPerozoPadua
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