Después de unas semanas de silencio en estas páginas de Opinión, vuelvo al ruedo. Trataba de encontrar la musa inspiradora, cuando recordé una vieja leyenda que representa muy fielmente nuestro duro quehacer venezolano. Es la fábula del helecho y el bambú, conocida como «La Fábula de la Esperanza».
Esta narración versa sobre un personaje innominado que, desencantado de la vida, renuncia a todo y se va al bosque a buscar a un anciano sabio para que le ayude a comprender su desesperanza y cómo recuperar la fe hasta en sí mismo.
El anciano le hace ver a su alrededor, que le preste atención a la naturaleza, tan docta en sus enseñanzas y le pide que piense en los helechos y en los bambúes. «¿Por qué este señalamiento?», piensa nuestro personaje. El viejo sabio le cuenta que una vez sembró un helecho y un bambú. Al poco tiempo, el helecho había echado raíces y crecía con rapidez y con un colorido atrayente; mientras que el bambú no echaba raíces. Así pasaron varios períodos; pero él nunca se dio por vencido y de la misma manera como cuidaba del helecho, lo hacía con el bambú; hasta que un día, apareció un pequeño brote y este fue creciendo vertiginosamente, al extremo de alcanzar unos veinte metros de altura.
¿Qué había sucedido? Pues que el bambú estuvo cinco años echando raíces; necesarias para que lo sostuvieran, eran indispensables para sobrevivir. Con esta analogía, el anciano le mostró a quien le había pedido ayuda que durante todo el tiempo de luchas que había sostenido y que consideraba improductivas, ciertamente estuvo echando raíces. Tanto el bambú como el helecho son necesario en el bosque, dijo el sabio, pero poseen objetivos diferentes. El helecho puede servir de ornamento, pero también como sustrato de otras plantas; el bambú, por su parte, puede ser materia prima para obtener alimento, ropa, se usa en la construcción, captura el bióxido de carbono. Podemos hacer símiles con la vida y recordar que tanto el momento de alegría, de felicidad, como el de tristeza forman parte de la existencia. Si no logras lo que aspiras, no te desesperes, tal vez solo «estás echando raíces».
Esta fábula nos brinda una visión muy peculiar de la esperanza, muy distinta a la que se puede leer en la mitología griega, donde es más bien un mal. Y ese mal, atrapado en la famosa caja de Pandora, de donde salen todos los males del mundo, quedó para que el ser humano desee lo que no tiene y se sienta siempre insatisfecho.
También existe la visión de la esperanza como virtud teologal, por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna.
Es así como la esperanza la relacionamos también con la perseverancia, con la resiliencia. Y es en este punto donde establezco la semejanza con nuestro acontecer sociopolítico venezolano.
Durante esta etapa, veinticinco años, hemos esperado que el bambú creciera, pero no le veíamos ni brotes, ni raíces. Creímos que la semilla no había germinado, perdimos la paciencia, cambiamos los caminos, e incluso, hubo momentos en los que apareció la inacción, la desesperanza.
Esa apatía fue nociva y permitió que desapareciera en muchos la voluntad de seguir adelante. Como el personaje de la fábula, varios renunciaron a continuar en la búsqueda de la recuperación del país.
Sin embargo, hubo quienes creyeron en una nueva posibilidad y hace un año, en un acto muy concurrido a pesar del recelo, fue nombrada una comisión, cuya misión consistía en organizar y llevar a cabo unas elecciones primarias que condujeran a conseguir una candidatura unitaria. Se retomó el camino electoral.
Por esas mismas fechas, 15 de noviembre de 2022, escribí en esta columna un artículo que titulé «¡Utiliza el barro que te arrojan para salir adelante!». Allí, en el último párrafo, cité el Génesis, (18:24-32): «Cuando Dios decidió destruir a Sodoma y Gomorra, por causa de sus muchos pecados, se lo notificó a Abraham. Este, solidario con el pueblo de esas ciudades, dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos» (…) «Quizá sean solamente diez. En atención a esos diez, respondió, “no la destruiré»». Y finalicé diciendo: «Podría parecer pedante, atrevido, pero ¿acaso no tenemos a diez justos trabajando para buscar el camino que nos permita saltar del pozo? ¡Utiliza el barro que te arrojan para salir adelante!».
Doce meses después, no fuimos diez, quedamos ocho. El bambú empezó a dar señales de brotes y de pequeñas raíces. Al cabo de once meses y una semana, el bambú creció y alcanzó una altura inimaginable meses atrás, llegó el 22 de octubre de 2023. Contra los vaticinios pesimistas, contra los detractores, germinó la semilla.
¿Qué pasó? Se habían echado raíces y esos miembros de la Comisión de Primaria, acompañados por unos cuantos miles de ciudadanos, juntas regionales, voluntarios y ciudadanía acudieron a responder al compromiso que requiere el camino a la democracia, el camino a la libertad. Se sobrepasaron las expectativas y se alcanzó el objetivo.
Nos queda ahora, como ciudadanos, recorrer aún un trecho muy escabroso; pero, la esperanza, no como mal, sino como símbolo de la confianza en nosotros mismos renació. Logramos percatarnos de algo muy importante, invisible a los ojos de algunos, ¡habíamos estado echando raíces!
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