Sánchez, el más débil de los presidentes de la democracia, el hombre que menos apoyos recibió de los españoles ocupando la Moncloa, tiene el dudoso mérito de haber sido el político que más enfrentamiento ha generado entre los españoles y de haber agitado como pocos la violencia verbal. Su sentido del humor, por otro lado, nos presenta un inquietante perfil de su personalidad. Ha demostrado ser un político que no cree en nada y ha decidido llevar a España al abismo por pura ambición personal. Esa es la síntesis de todo lo que ayer se escuchó. Poco tiempo se dedicó al asunto trascendental de esta investidura, a la clave de bóveda de este proceso: el acuerdo entre el PSOE y Junts para amnistiar a delincuentes, incluidos corruptos, y cargarse el Estado de derecho.
Por eso titulo este astrolabio como «La democracia achatarrada». Días pasados, Juan Luis Cebrián, uno de los referentes intelectuales del PSOE felipista, en un memorable artículo, le auguró a Sánchez que terminaría en la chatarra de la Historia. No tengo ninguna duda de que será ahí o un nivel inferior. Él decidió cargarse la división de poderes, atacar a los jueces, manipular el TC, poner en marcha una igualación a la baja, no escuchar a la sociedad que clama estos días y ahondar en el enfrentamiento entre los propios españoles. En Europa y Estados Unidos muchos medios comienzan a hablar de las inclinaciones dictatoriales del personaje, que se aprovecha del propio sistema democrático para cargárselo.
Uno de los síntomas más evidentes que ayer se demostró de cómo el Congreso de los Diputados de España se desliza hacia el chavismo fue el comportamiento de esa antorcha del pensamiento político occidental llamada Francina Armengol. Su grado de sectarismo y violación de las normas del debate no tiene precedentes. Su censura a Abascal es profundamente antidemocrática. Francina, tal vez, antes de que te nombren presidenta del Congreso deberías pasar por un curso intensivo de primero de democracia. Para ilustrar cuanto aquí escribo, solo había que prestar atención a la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, a cuyas barbaridades no se le opuso la censura de Armengol. El mismo paraguas legal que acoge a Nogueras lo hace con Abascal.
Lo peor de todo del día de ayer y, por tanto, de los próximos cuatro años, es que no se abordó la cuestión palpitante de que para ser investido presidente ha decidido cargarse la democracia española.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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