La invasión de malezas en América Latina causa problemas crecientes a la biodiversidad –al desplazar a la flora y fauna locales–, la seguridad alimentaria y el desarrollo económico, porque puede generar pérdidas de cultivos superiores al 30 por ciento.
Con vistas a contener ese peligro, los métodos de biocontrol apelan a organismos vivos –por lo general, insectos u hongos nativos– que atacan a las plagas, reduciendo su impacto negativo sobre las especies locales.
Se trata de estrategias “sostenibles, amigables con el ambiente, efectivas y con una buena relación costo-beneficio”, explica en un correo electrónico Marion Seier, líder del equipo de Gestión de Especies Invasoras en Gran Bretaña de CABI, organización matriz de SciDev.Net dedicada a proveer información científica para la resolución de problemas agrícolas y ambientales.
Estas técnicas [de biocontrol] “requieren estudios ecológicos específicos (para identificar y estudiar a los enemigos naturales de las malezas)”
Eric Scopel, coordinador de investigación agroecológica de CIRAD, Francia
A pesar de contar con una larga tradición, esos métodos están relegados en nuestra región debido a la falta de personal especializado y de infraestructura, en especial de laboratorios que mantengan en cuarentena a los agentes necesarios para el control biológico.
Por otra parte, estas técnicas “requieren estudios ecológicos específicos (para identificar y estudiar a los enemigos naturales de las malezas)” y suelen desarrollarse para especies y entornos también puntuales, lo que conlleva riesgos de desequilibrio al exportarlas a otros ámbitos, agrega Eric Scopel, coordinador de investigación agroecológica de CIRAD, organismo francés de investigación y cooperación agrícola que trabaja por el desarrollo sostenible de las regiones tropicales y mediterráneas.
Atenta a la complejidad del panorama, CABI avanza en dos proyectos regionales. En el ecosistema de Caatinga, al noreste de Brasil, la invasión de la enredadera de caucho púrpura –nativa de Madagascar– amenaza a dos especies nativas: el armadillo de tres bandas (Tolypeutes tricinctus, mascota de la copa mundial de fútbol FIFA 2014) y la palma carnauba.
Sus densos matorrales impiden que las comunidades locales sigan cultivando la cera de las hojas de palma, cuyas exportaciones superaron los USD 40 millones en 2019.
Un equipo de CABI recolectó en Madagascar muestras del hongo Maravalia cryptostegiae, capaz de infectar a la enredadera. Su aplicación podría derivar en “una reducción de su población, con un impacto positivo sobre el ecosistema, la biodiversidad y el sustento de aquellas comunidades”, apunta Seier.
El organismo tiene otro proyecto en las islas ecuatorianas de Galápagos, donde busca combatir la sobrepoblación de la mora, que desde su introducción en 1968 ha cubierto una superficie equivalente a 21 mil canchas de fútbol, afectando tierras de cultivo y evitando la regeneración del bosque nativo.
Esta vez la solución podría llegar desde las estribaciones del Himalaya en Asia, probable origen de las moras, donde su presencia no causa problemas a otras especies. De acuerdo a las conclusiones preliminares, los hongos del género Phragmidium resultan especialmente prometedores.
Un proceso de testeo de al menos tres años buscará confirmar que su implementación no ponga en riesgo a otras especies. Aunque Galápagos es un territorio aislado, los investigadores deberán tener en cuenta las consecuencias derivadas de la capacidad de viajar grandes distancias de las esporas del Phragmidium.
Un método con historia
En las últimas siete décadas las iniciativas de biocontrol regionales “se han dirigido a 14 especies, con la liberación de 24 agentes: 20 insectos, dos ácaros y dos hongos”, precisa Seier.
En 1953 empezaron los esfuerzos exitosos contra la hierba de San Juan, en Chile, donde dos décadas más tarde se avanzó en la contención de las rosáceas, también invasoras.
Desde entonces, ese país ha implementado otros diez proyectos, mientras que Argentina lo hizo en 19 ocasiones (entre 1974 y 2014) y México en 16 (de 1976 a 2018), según el catálogo mundial Control Biológico de Malezas.
También se registran ejemplos recientes en Brasil, con el uso de microorganismos para reducir el consumo de fertilizantes sintéticos, y en Uruguay, donde se lanzaron cápsulas de avispas contra plagas de la soja y un producto basado en hongos para combatir a las hormigas cortadoras.
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Para afianzar estas estrategias en Latinoamérica, sugiere Seier, es importante que los procesos legales y regulatorios de cada país presten especial atención al abordaje de riesgos que supone la potencial introducción de agentes de biocontrol.
Las falencias de infraestructura podrían salvarse mediante la adaptación de los laboratorios ya existentes para el manejo y monitoreo de parásitos, sugiere otra investigación.
Con vistas a la reducción de costos, también es aconsejable apelar a tecnologías que ya demostraron su éxito en los países líderes en la materia, como Australia, Estados Unidos y Nueva Zelanda.
Desde CIRAD, Scopel recuerda la efectividad de otros métodos agroecológicos, como el uso de herramientas en momentos estratégicos, la generación de cultivos de cobertura que impidan la invasión de especies y la investigación en nuevas generaciones de bioherbicidas.
El manejo integrado de ese abanico de opciones promete ganar relevancia en los próximos años. De acuerdo al último Atlas de Pesticidas, los productos sintéticos de uso masivo deterioran la salud, la biodiversidad, el agua y el suelo, a tal punto que cada año enferman por contaminación 385 millones de personas, 95% de ellas en el hemisferio sur.
Por: Pablo Corso
Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net
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