El sector privado de la economía desempeña un papel fundamental en tanto y en cuanto contribuye al desarrollo del país, a la creación de puestos de trabajo, a la satisfacción de necesidades básicas de la población, a todo lo cual se añaden las posibilidades de canalizar y de aumentar las inversiones nacionales y extranjeras en áreas prioritarias de particular interés para los venezolanos. Se trata de cometidos no sujetos al control del Estado, aunque en sectores específicos (i.e. la banca y las telecomunicaciones) quedan sometidos a regulación y supervisión de la autoridad competente. Las organizaciones privadas sin fines de lucro también pertenecen a este mismo sector de actividad.
El surgimiento de nuevos hombres de empresa es un propósito que en todo momento incumbe al Estado y sus instituciones. Se trata de incentivar a quienes más allá de sus disponibilidades de capital y habilidades de gestión administrativa, están plenamente dispuestos a asumir los riesgos que entraña la innovación y la inversión en proyectos de desarrollo. En países avanzados como Estados Unidos no solo ha prevalecido la libertad de elegir de los agentes económicos, sino también la autonomía que les ha permitido realizar el sueño americano sin la intervención ni mucho menos el subsidio del Estado –hay excepciones, como el caso de la agricultura y la ganadería–. La estructura funcional, así como el equipamiento y la planta física de la empresa, suelen ser resultantes de un ejercicio de planificación que identifica las metas y concibe los medios para alcanzarlas. Hablamos del individuo hábil, intuitivo, aunque también dotado de cierta racionalidad al momento de tomar decisiones de importancia, que utiliza honesta y equilibradamente los factores de producción –la tierra, el capital y el trabajo– con la finalidad de proveer bienes y servicios a una comunidad determinada. Pero además el empresario está llamado a ser líder de su equipo humano, dando el buen ejemplo y siendo responsable y cumplido con la sociedad a la cual pertenece su empresa. En todo ello se distingue del mero emprendedor o el hombre solitario e independiente que igual juega un papel importante en el sistema económico, aunque de menor envergadura y limitados alcances. La organización empresarial no solo entraña mayores costos, sino además contingencias que solo podrá sortear una adecuada y competente dirección ejecutiva –la capacidad de anticipar y de afrontar inteligentemente los eventos sobrevenidos–.
En la Venezuela de nuestros días, como sucede con tantos otros conceptos, se ha degradado la noción del empresario para darle cabida a los afanados de la riqueza fácil, quienes se jactan de logros alcanzados en oscuras componendas con personeros del sector público. De allí proviene esa pasmosa laxitud que pretende apoderarse del significado y alcances de la función empresarial propiamente dicha; también se intenta desvirtuar los principios y valores que identifican a los genuinos creadores de riqueza. Así las cosas, en una sociedad que perdió el norte en las últimas dos décadas, aparecen nuevos hombres sin probidad, desprovistos de capital bien habido y de toda destreza para el negocio honrado, de disciplina en el trabajo y de cultura corporativa, quienes se hacen llamar empresarios y pretenden erigirse en modelos exitosos frente a las nuevas generaciones.
Lo antes dicho nos lleva a resaltar un hecho relevante y esperanzador que tuvo lugar en días recientes en el Paraninfo Luisa Rodríguez de Mendoza de la Universidad Metropolitana. La familia Cisneros Fontanals ha honrado con fineza, acierto y merecido reconocimiento la memoria de Oswaldo Cisneros Fajardo, desdoblada en una historia sencillamente de antología que de veras conmueve. Tanto la película divinamente bien realizada y ampliamente documentada por Cinesa en asociación con Mariela Cisneros Fontanals –incorporada a la serie Constructores de un País–, como las sensibles palabras a cargo de Ella y sus hijas, perfilaron la figura de Oswaldo, colocándola en el sitial que corresponde a los grandes empresarios de todos los tiempos. Quienes tuvimos el privilegio de su amistad y de atestiguar el impecable desempeño de su función empresarial, revivimos junto a todos los allí presentes, las imágenes de un Oswaldo intuitivo, arriesgado, honesto, innovador y ante todo incansable gerente y acerado líder de sus negocios. También relució su espíritu público, expresado en contribuciones puntuales a los programas de desarrollo social y económico de interés nacional, prescindiendo de consideraciones político-partidistas. Igualmente, la preocupación por el ascenso y bienestar económico de sus trabajadores, empleados y colaboradores quedó plasmada en el compendio biográfico que venimos comentando. Y lo más importante que para él fue su familia, relució a lo largo del documental como humana palpitación de amor y esperanza.
Oswaldo Cisneros sobresalió por mérito propio –en sus múltiples actividades no recalaban los acuerdos inconfesables con los gobiernos de turno–, sin descuidar el bien común de la empresa como trabajo en colaboración con su gente y su familia, quienes igualmente fueron beneficiarios de sus realizaciones. Como pocos supo aprovechar las oportunidades que le ofreció el país de sus sueños, desarrollando conocimientos, habilidades y virtudes trascendentes. No hay la menor duda de que su apuesta fue siempre por Venezuela y sus posibilidades, poniendo siempre por delante el bien común, sin el cual no es posible alcanzar el verdadero triunfo empresarial. Por ello Oswaldo es un auténtico referente venezolano, un ejemplo para sus colegas del sector privado de la economía nacional y un modelo a seguir para las nuevas generaciones de esta tierra de gracia que tanto admiramos.
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