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UCAB septuagenaria

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En 2003, cuando se celebraron los primeros 50 años de la Universidad Católica Andrés Bello, quien suscribe, referenciaba la frase de Erik Satie: “(…) Cuando joven me decían: ya verás cuando tengas 50 años. Tengo 50 años y no he visto nada (…)” [Véase diario La Nación, San Cristóbal, edición del 6 de noviembre de 2003]. Hoy, tras cuatro lustros de nuevas historias, la UCAB cumple 70 años. Lo cumbre de la celebración no es tanto ir acumulando, cual simple adición, años y años para blasonar que no han sido pocos días de trayectoria institucional. Tampoco sus bien labrados y rutilantes éxitos, pues, ninguna institución con base sólida, puede contentarse con los logros del presente para hacerlos trofeos de viejas glorias, que solo encantan a los que escuchan historias de áureos pretéritos. Lo significativo de arribar a su séptima década estriba en la consolidación de su identidad y la renovación de su compromiso con el ser humano, con las ciencias, con el ethos comunitario y con Venezuela. He allí lo relevante de la UCAB, máxime, en estos tiempos de acidia social y donde vale más obtener con meteórica rapidez ciertos beneficios materiales que construir el delicado mecanismo de hacer una vida plena y repleta de motivos para luchar.

En estos 70 años la UCAB ha aprendido a lidiar con aquellas sombras, que, como cualquier sociedad, acechan para dejarnos un dolor de cabeza y nos asaltan para probarnos permanentemente en el crisol de las virtudes. El espíritu inquebrantable contra toda forma de servilismo, así como el amor a la verdad, hacen de la UCAB un espacio más allá de lo físico para acumular esperanzas.  Como en alguna oportunidad expresara el entonces rector, RP. Luis Ugalde sj. (1990-2010), una institución no debe “(…) arrodillarse servilmente al poder de turno, ni silenciarnos ante realidades desgarradoras (…)”, ambas cosas, propias de un Estado miope que asume como banderas la obediencia sumisa y cuartelaria. Y al ser libre la universidad, deslastrada de falsos agradecimientos y vasallaje, la transforman en una casa que no se suma a ninguna confesionalidad política terrenal ni mucho menos ante militancia ideológica. La universidad libre siempre estará a un paso para ser silenciada, pues, para quienes buscan someter a los ciudadanos bajo un borreguismo inducido de tinieblas, la libertad genuinamente ejercida se torna en un faro candoroso que marca el camino para salir de cualquier esclavitud.

Pero, ¿existe algo más allá de lo explicitado en el párrafo anterior? Sí, y creemos que es el desafío para la próxima década, cuando en 2033 cumpla los 80 años. Los dos próximos lustros implican cuatro grandes retos para toda la comunidad ucabista que la tensarán más allá de lo conocido en estos 70 años. Por ello, nada más queda para quienes conformamos a la UCAB, aunque sea de adopción, que prepararnos para un nuevo cambio de era que sucederá entre 2026-2028, cuando, termine por digitalizarse toda la economía desapareciendo aquellas formas que habían sido habituales desde la irrupción de la modernidad en el siglo XVIII. La necesaria disposición interna, aunada a limpias convicciones, nos sustentarán ante las batallas de los próximos años donde las más resaltantes, aunque parezca paradójico, no serán contra un gobierno o régimen político, sino, contra aquello que lucirá íntimo y benéfico para las nuevas generaciones pero que traen consigo nefastas consecuencias.

El primer gran reto de la UCAB se circunscribe a la capacidad para leer la realidad y distinguir entre aquel conocimiento vacío del útil y esencial. Las nuevas tecnologías y su aplicación no se considera un problema asumirlos, pues, no pueden representar jamás la finalidad última en la formación universitaria sino el medio para hacerlo. Sin embargo, estas tecnologías distraen por su potencia en llamar la atención de las nuevas generaciones, que, si no se apuesta por enfatizar en la esencia de la persona humana, tendremos una población joven que se contentará con el solo estar “conectados”. Las más recientes investigaciones en las sociedades del primer mundo, arrojan su preocupación por los déficits que van acumulando los de menos edad, para quienes el mundo fuera de las redes luce como obsoleto y de otra época. La UCAB jugará un papel indispensable en generar conciencias en dicha juventud, pues, por mucho que la tecnología me permita oir la mejor clase vía Zoom, la presencialidad universitaria es la que facilita en la persona las bases internas para tejer la socialización y la capacidad para relacionarnos.

El segundo reto es saber apostar en la formación de profesionales que se caractericen por su profunda conciencia moral, donde, esté al servicio de paradigmas y no de ideologías. El futuro no puede hipotecarse bajo ninguna consigna ideológica, ni bajo ninguna de las corrientes que hoy luchan descarnadamente en las diferentes arenas públicas. La UCAB debe construir e identificar paradigmas y modelos conceptuales que son los que permiten edificar sociedades. El mundo, tras las guerras que hoy lo asolan, será otro. Los atlas que sirvieron para nuestra formación pronto serán recuerdos de tiempos pretéritos. El modelo conceptual de la posguerra (1945) ha llegado a su fin. Esto implica prepararse en una nueva lengua económica, política, social, cultural, hasta ahora, desconocida en Venezuela.

La tercera de las apuestas que la UCAB deberá hacer es a la reconfiguración del proceso educativo. Todos hoy consideran que el futuro es la educación en línea y el uso de Internet. Resulta que esto es apenas una manifestación externa de lo que realmente será la educación ante un mundo virtualizado. Y todos sabemos que la virtualización achica las fronteras entre la verdad y la posverdad, entre lo genuino y lo aparentemente valioso. En fin es un mundo que se debatirá entre un profesional que sabrá como aplicar las herramientas de su ciencia o arte para resolver problemas reales, o las nuevas categorías de personajes como los “influencers”, donde, lo más importante es aparecer siempre en ese mundo y ser trending topic. Y en estas tendencias, la primera víctima es la verdad y el profesionalismo.

Por último, la universidad no puede olvidar su papel de generadora de nuevos conocimientos, por más que estos últimos, en este tiempo, tiendan a avanzar un promedio real de 60 años por cada año calendario. Por muy frenética que sea la velocidad de reproducción del conocimiento, la UCAB siempre ha apostado por la investigación que hoy labra buena producción científica en todos sus centros de saber. Y todos saben que hacer énfasis en la investigación universitaria trae consigo frutos no sólo de prestigio científico a la UCAB, sino a sus propia capacidad para ser autogestionada, y la autogestión es la piedra angular de la genuina autonomía universitaria. Por ello: ¡Larga vida a la UCAB!

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