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España

Foto: Pierre-Philippe MARCOU / AFP

La pregunta puede sonar alarmista, pero resulta crucial: ¿Estamos sufriendo en España un deterioro de la democracia que puede llegar a comprometerla, o sostener eso supone una hipérbole sin sentido? Vamos a intentar responder.

En 2018 se publicó Cómo mueren las democracias, de Levitsky y Ziblatt, dos sociólogos de Harvard. El libro, de notable éxito y excelentes críticas, puede servir como prueba del algodón para evaluar la salud política de un país. Para un español actual, leerlo resulta un ejercicio tan esclarecedor como deprimente, pues lo que se deduce es que en España estamos viviendo un caso de manual de subversión de la democracia.

De Chávez a Putin, pasando por Erdogan y otros ejemplos, los autores observan que las democracias ya no se destruyen con golpes y tanques en la calle, sino lentamente y desde dentro del propio sistema. Al principio ni siquiera se deroga la Constitución. Lo que hace el moderno autócrata es actuar como si no existiese, y cada vez con mayor osadía. La erosión de un modelo de derechos y libertades puede ser muy sutil en sus inicios: «El asalto a la democracia empieza lentamente y para muchos ciudadanos al principio es imperceptible. Frecuentemente el gobierno va subvirtiendo la democracia con un barniz de legalidad». (En efecto, usted está pensando exactamente en el mismo político que yo).

Los autores detallan cómo opera un proyecto de tirano: «Los autócratas electos subvierten la democracia controlando los tribunales y otras agencias del Estado, intimidando a los medios de comunicación privados y reescribiendo las normas políticas para inclinar la cancha de juego contra sus oponentes. La gran paradoja es que los asesinos de la democracia usan sus instituciones sutilmente para matarla». (Sí, de nuevo está usted acordándose de idéntico mandatario que yo).

Otro interesante libro, El pasillo estrecho, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, nos avisa de que las instituciones pueden convertirse en papel de fumar si no existe una sociedad activa que las defienda. En ese sentido resultan alentadoras las protestas cívicas que han comenzado en España. También nos recuerdan que la libertad política no es el estado natural de la humanidad, hay que mimarla y defenderla.

Los autores de Cómo mueren las democracias señalan algo que se suele olvidar, y es que la Constitución y las instituciones no bastan si no se observan comportamientos democráticos. Para que una democracia siga viva se requiere observar ciertas reglas no escritas que la oxigenan. Se señalan dos fundamentales: la primera es la tolerancia mutua, el respeto del derecho a existir del adversario político; la segunda es la autocontención en el ejercicio del poder para no llevar al límite todas sus prerrogativas. Paradójicamente se puede romper la democracia sin romper la ley (y sí, continuamos pensando en el mismo personaje).

Un gobernante con límites sabe que lo que es beneficioso para él en el corto plazo puede ser malo para su país en el medio y largo plazo. Pero el proyecto de autócrata no se detiene ante tales consideraciones, pues a lo que aspira es a gobernar para siempre. El mandatario autoritario se distingue por romper las normas y por abusar de las prerrogativas constitucionales. Tener una hermosa Constitución no basta para salvar una democracia.

Tras la exposición anterior, pasemos a aplicar el test de la democracia al actual presidente del Gobierno de España. Veamos los resultados:

  • ¿Tolerancia hacia el adversario y respeto a su derecho a existir? Cero. Sánchez y el PSOE ya están negando incluso el derecho de la oposición a criticar al Gobierno y manifestarse contra sus decisiones. Además, Sánchez se niega a reconocer a un partido al que han votado 3 millones de españoles, Vox, mientras mantiene alianzas con los separatistas y con el partido de ETA.
  • ¿Autocontrol en el uso de las prerrogativas del poder? Cero. Sánchez ha abusado del decreto-ley, ha convertido instituciones estatales como el CIS y RTVE en arietes del PSOE, ha sido multado por la Junta Electoral por utilizar un Consejo Europeo para criticar a la oposición y ha sido doblemente condenado por el TC por una aplicación inconstitucional del estado de alarma. Sánchez es también el político que ha roto la norma no escrita de la democracia española que establecía que gobernaba el país el candidato más votado.
  • ¿Respeto a las instituciones? Cero. Entre otros ejemplos, ahora mismo lleva cinco meses eludiendo el control del Parlamento y según destapaba ayer este periódico prepara una reforma para limitar algunas potestades del Senado, por la única razón de que el PP ha obtenido la mayoría absoluta en esa Cámara. Sánchez ni siquiera tuvo a bien intervenir en el debate de la investidura fallida de Feijóo, un desprecio inédito al juego parlamentario. Sánchez se ha distinguido además, por hacer de menos a la Corona y por su alergia a la transparencia. En el plano personal presenta ya algunos rasgos típicos de un autócrata, como la abultadísima escolta de la que se rodea para evitar al público, insólita en un mandatario supuestamente democrático, o el uso caprichoso y partidista del avión oficial del Estado.
  • ¿Respeto a la libertad de información y opinión? Bajísimo. Es el primer presidente español que solo ofrece entrevistas en medios de su cuerda. Además, en sus ruedas de prensa, que concede a cuentagotas, se priva de su derecho a preguntar a los medios críticos con el gobierno. Por último, el modelo televisivo de la España de hoy no refleja la pluralidad política, pues está claramente dominado por la ideología de izquierdas que manda.
  • ¿Respeto a la separación de poderes? Cero. Ha trabajado por todos los medios para acogotar a la justicia y ha logrado el control político del Tribunal Constitucional, con el que está reescribiendo la Constitución por la puerta de atrás y rompiendo de hecho el modelo del 78.

Volvemos a la pregunta del principio: ¿Estamos asistiendo en España a un deterioro de la democracia que puede comprometerla? Si no es así, se le parece bastante.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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