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El educador y su transformación ante la complejidad de una realidad tecnológica

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Por Erica Muñoz

La tecnología cambia la forma en que se comunica y, por eso, se usan nuevos términos y código para crear un nuevo lenguaje. La utilización de términos tales como: «chatear», «wasap», «tuit», «selfi» y «guglear» constituye un nuevo vocabulario que evoca un cambio cultural, gracias al factor ubicuo que genera la era digital. Un claro ejemplo es precisamente la palabra digital, que se estableció en un principio basado en los datos binarios de numeración y su relación con los dedos de las manos. Razón por la que hoy se le dice digital a todo lo reducido sobre números.

En 1846 ingresó al diccionario de la academia la palabra “digital” como nombre de planta cuyas flores eran de forma dedal y sesenta años después en 1914 pasó a significar también lo relativo a los dedos. Hoy lo digital se atribuye al uso masivo de dispositivos digitales y de allí que se inscriba en la denominada era digital, que puede decirse comenzó en 1970 cuando los primeros procesadores iniciaron su comercialización. La generación de los llamados nativos digitales se infieren con una mente configurada para entender el mundo digital, donde los teléfonos móviles, las tabletas y otros aparatos portátiles nos permiten llevar la comunicación más allá de lo hablado cara a cara. ¿Qué lugar ocupa la educación en esta realidad tecnología que imprime en el educador su carácter lingüístico-social?

La educación es un proceso que se asimila al contexto sociocultural, por lo que no escapa a esta realidad tecnológica. El educador en este contexto identifica y selecciona las herramientas tecnológicas para el aprendizaje, lo que lo induce a la digitalización, adaptación y creación de contenidos, modelos de evaluación y metodologías. Su apropiación en Latinoamérica sin buscar el “dataísmo” requiere de profundizar en derechos digitales, regulación de Internet, huellas digitales, identidad digital o ciudadanía digital del educador. La “identidad” está en la “mente” decía Castells (1998), porque lo que hacemos se alimenta de la identidad, tanto en el plano personal como en el plano colectivo donde ciertos atributos culturales se resaltan para construir el sentido y de esta forma, la identidad.

Por tanto, la identidad digital también tiene ciertos atributos porque reúne toda la información sobre una persona en la Red. Esta identidad digital en el docente es esencial en esta realidad tecnológica, pero también lo es protegerla, por lo cual es importante ser conscientes de cómo gestionarla. La ciberseguridad es un concepto que emerge del plano tecnológico para evitar una mala gestión de su identidad digital que pueda ocasionar; Phishing o fraude informático que consiste en suplantar la identidad de una persona, el Groomin referido a cuando un adulto se hace pasar por un menor de edad para obtener información o el ciberbullying, que implica el acoso cibernético que afecta de múltiples formas a las víctimas. Un uso responsable de las redes sociales implica no interactuar con desconocidos, no compartir imágenes comprometidas y, en definitiva, no crear una personalidad virtual ficticia de lo que somos en realidad.

La ciudadanía digital en este mismo orden de ideas es un concepto propio del entorno tecnológico que se alberga en un espacio público conocido como internet. Implica deberes y derechos. Estas responsabilidades del entorno digital conjugan el vivir en un mundo que contempla lo real y lo virtual. La complejidad de este concepto es propia del momento histórico, se vincula al educador como otro de los retos para la función docente que requiere una actitud reflexiva, crítica y consciente de los nuevos derechos que emergen de las diversas esferas del acontecer social-tecnológico.

Hoy este entramado tecnológico coexiste en una cultura digital que puede ser entendida como el conjunto de prácticas, costumbres y formas de interacción social que se llevan a cabo a partir de los recursos de la tecnología digital en el internet. La educación supeditada al uso de la tecnología, desplaza la dimensión pedagógica que se fundamenta en el conocimiento científico y representa la acción didáctica del educador en la profundidad de los procesos mentales, para realizar prácticas o métodos de enseñanza. El conocimiento pedagógico no puede ser desplazado por la técnica por su carácter esencial en el significado de las dimensiones biopsicosocial para la comprensión del aprendizaje, el desarrollo humano, la ética y técnicas de motivacionales que se insertan en las diferencias culturales e individuales, para formar integralmente al aprendiz. La transformación del educador en este contexto tecnológico es de complementariedad al elegir con apoyo científico-humano la técnica a utilizar.

El reciente Foro Económico Mundial realizado este año con el lema “Cooperación en un mundo fragmentado” invita a una enseñanza centrada en brindar al aprendiz los conocimientos que requiere, vale decir, unir desde la integralidad, esto incluye la formación explícita de habilidades como; pensamiento crítico y creativo, resolver problemas, tomar decisiones, trabajar en equipo, sin ser excluyente de las competencias digitales. Un saber pedagógico que involucre además el saber implícito, un proceso que transforma al educador, ese hilo transversal en sus diferentes dimensiones como ser humano, estableciendo esta relación crítica ante el uso de las herramientas tecnológicas para evitar su desviación u oblicuidad.

¿Existen cambios en el pensar ante la realidad tecnológica? ¿Qué determina el cambio en el pensar ante la realidad y cómo se manifiesta? La acción de pensar desarrolla el pensamiento y este se manifiesta en el lenguaje que es el medio de expresión del pensar. El ser humano desarrolla este pensar relacionando sus ideas acerca del entorno, los demás con el mismo, sus creencias, valores, verdades ¿Para qué? Darle sentido, percibir, reflexionar y modelar el mundo en el que vive. Un educador ante la complejidad de una realidad tecnológica con una multiplicidad de incertidumbres expuesto a toda una exterocepción puede desorientarse por estímulos ocultos o el derrocamiento de esquemas mentales, aspectos indisolubles que lo conforman, el absoluto que hace del acto de educar el mundo en el que vive, que va más allá de la experiencia, un sujeto cognoscente, un sujeto que aprehende, un sujeto que crea, y cuyo pensar debe ser creativo y autónomo.

*Tesista Doctorado en Educación y Políticas Públicas

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