Finalmente, todo indica que las primarias van a realizarse este domingo 22 de octubre, como estaba previsto. No ha existido quizás en el mundo un proceso de este tipo tan accidentado y amenazado, reflejo sin duda de esa mezcolanza de democracia con autoritarismo que es el régimen que nos rige desde hace dos décadas largas. Por eso puede considerarse una pequeña proeza que el evento llegue a su conclusión, cual Ulises regresando a Ítaca. Proeza, sin embargo, que no es accidental o simplemente afortunada, sino -amén del esfuerzo denodado de la CNP- fruto también de los acuerdos que aparentemente se han venido produciendo entre el régimen, la oposición y el gobierno de Biden, según las informaciones que circulan a última hora.
Estas negociaciones realmente no deberían agarrar a nadie por sorpresa. Pese al abandono formal de la Mesa de México, varias decisiones y acontecimientos durante el año, y especialmente en el segundo semestre, permitían elucubrar que Maduro y sus emisarios no habían dejado de negociar por debajo de cuerda con la potencia del norte algunos de los puntos tratados en el país azteca, incluyendo los que generalmente se consideran los más sensibles y urticantes: las elecciones presidenciales y las sanciones. Sin ser exhaustivos, en mayo se renovó, por ejemplo, la licencia a la Chevron y otras empresas para realizar operaciones. Y luego llamó mucho la atención que la directiva del CNE elegida en agosto, conservó una relación 3 a 2, dejando por fuera a la oposición de la ahora disuelta Alianza Democrática, contra todo pronóstico.
Más recientemente, el régimen liberó a 8 de los militares inculpados en la supuesta rebelión contra Maduro en las elecciones de 2018 (una cifra minúscula de los más de 300 presos políticos que contabiliza Provea, pero que no deja de ser significativa) y se llegó a un acuerdo que permite los vuelos directos para la deportación de migrantes venezolanos ilegales. Y apenas hace unos días el CNE decidió abrir 500 puntos para el registro electoral, una de las peticiones más sentidas de la oposición democrática desde hace tiempo, que había sido reiteradamente postergada. En el momento que redactamos estas páginas, se está anunciando la reanudación formal de las negociaciones entre gobierno y oposición.
Aunque el solo hecho de que las primarias se lleven a cabo ya es un logro, es importante una buena asistencia a las urnas para que haya la percepción de un éxito contundente. Los últimos estudios de opinión indican un pequeño ascenso en la intención del electorado a asistir, pero no se pueden pasar por alto las limitaciones que existen en el número de centros electorales, las dificultades varias interpuestas por el régimen (que ante la inconveniencia de utilizar a la vía judicial optó por jugar al sabotaje), y las mismas limitaciones -financieras, logísticas, etc.- de los candidatos en sus campañas. En vista de estas condiciones, algunos han aventurado que una cifra de un millón de votantes sería bastante aceptable, y quizás no les falte razón.
Ahora bien, tanto las encuestas como las movilizaciones de calle sugieren un triunfo amplio de María Corina Machado. El retiro de Capriles -independientemente de sus razones o motivaciones exactas- la ha dejado sin su competidor más abierto, el único que en cierta manera le hacía sombra. Aplicando la pura lógica-política electoral, cabría esperar que Carlos Prosperi sea su más cercano seguidor, apoyado en la buena campaña que ha hecho, apuntalado por la famosa maquinaria adeca, la cual, sin tener las proporciones de antes, ha demostrado que está viva y presta para protagonismos en cualquier espacio donde la dejen colarse.
El eventual triunfo de María Corina se traduciría en una nueva etapa dentro de la oposición, llena de otros retos y otras amenazas. La espada de Damocles de la inhabilitación sigue pendiendo sobre ella y el campo opositor de la Plataforma Unitaria. Hay rumores de que sería uno de los puntos principales en la nueva ronda negociadora y solo queda esperar que sea así, aunque tampoco hay que hacerse grandes esperanzas.
De cualquier forma, faltan muchos puntos por despejarse. El retiro de Capriles y el sibilino rumor de que Manuel Rosales no habría descartado lanzarse más adelante, dejan la sombra de un quiebre unitario, que sería devastador. De la misma manera, no se sabe cuál sería la reacción de Machado en caso de no levantarse, finalmente, su inhabilitación: ¿se transaría por consensuar un sucesor o sustituto, como esperan muchos en la Plataforma Unitaria?, ¿llamaría a la abstención? ¿O -como sugirió alguien cercano a su candidatura- empezaría un nuevo juego político llamando, por ejemplo, a una Constituyente?
De concretarse el triunfo de María Corina, todos los factores opositores tienen que reconocer que el soberano sencillamente se pronunció, y que por tanto hay que acompañarla, independientemente de las reticencias que pueda haber con algunas de sus posturas políticas e ideológicas. En lógica, es de esperar que todos los candidatos se resteen con ella, así como los demás partidos de la Plataforma Unitaria, empezando por Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo.
Los proyectos políticos y presidenciales alternativos -veladamente planteados- deberán cancelarse hasta un hipotético y forzado nuevo aviso, y sumar fuerzas y voluntades para tratar de conformar un punto de intensa presión nacional e internacional, que obligue al régimen a aceptar su candidatura, aunque no será nada fácil y dependerá de importantes concesiones que habría que hacerle, y que tienen que ver, entre otros puntos, con la certidumbre de que las cabezas de los principales líderes no serán cortadas por una guillotina, y con la garantía del reconocimiento a la beligerancia política del chavismo en el corto y mediano plazo. Ese es el toque infernal que tiene la política desde siempre, donde nunca se trata de elegir la mejor opción, sino la menos mala y más viable.
María Corina, por lo pronto, sería únicamente la candidata del conjunto más importante de la oposición, no su líder. El liderazgo es algo más complejo, y tendrá que ganárselo a pulso, y eso implica consensuar posturas en puntos álgidos, sobre todo en el plano ideológico y programático, sin que ello implique renunciar a su credo liberal, así como reconocer el papel y la posición de los demás líderes y organizaciones, vitales para la dura batalla que se viene en 2024.
Viene, en otras palabras, una dura e histórica prueba para el liderazgo opositor en general, donde se comprobará si tiene alguna inmunidad contra el virus del personalismo político que ha invadido a la política mundial en las últimas décadas, sin importar las ideologías o las creencias. Ojalá que el ejemplo de Rómulo Betancourt -que detestaba incluso que lo llamaran caudillo- sea el señuelo a seguir, porque los líderes, en definitiva, deben ser vistos siempre como un medio y no como el fin último de las luchas políticas y sociales.
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