En un par de días se celebrarán las elecciones que ha convocado la dictadura a través de su asamblea particular y del organismo electoral de su propiedad. En esas elecciones la inmensa mayoría de quienes integran la diáspora está excluida de hecho. Solo un reducido número de votantes podría participar: 100.000 y pocos inscritos. La razón que explica este hecho es que el gobierno se ha dedicado, con particular saña, a impedir de mil modos y maneras el ejercicio del derecho al voto de los venezolanos en el exterior
Ese pequeño número contrasta con el que arrojó la multitudinaria participación que produjo la consulta que promovió la Asamblea Nacional, hace apenas 9 meses: cerca de 800.000 votos, que representa más de 10% del total de los votos de esa jornada. La cifra de votantes, sin duda alguna, ha aumentado de manera significativa y exponencial a la par del incesante incremento de la diáspora en los últimos meses. No es descabellado calcular que ese número se ha duplicado, cifra cuyo impacto en los resultados globales no se puede desconocer ni minimizar. De allí la importancia de depurar y actualizar cuanto antes el registro electoral del país. Forma parte de las exigencias de los países democráticos que demandan la realización de elecciones limpias y transparentes con el fin de superar la crisis humanitaria sin precedentes que padece Venezuela.
El régimen se empeña en erigir obstáculos para impedir el derecho de elegir de los venezolanos en el exterior. Esa perversa actitud y su capacidad para la trampa es lo que crea “dudas razonables y absolutamente justificadas” que permiten pensar que podrían utilizar los registros de los electores, a quienes negaron su derecho de cambiar de domicilio, para beneficio del partido que hoy ejerce el gobierno.
Cuando la información es opaca y cuando no hay testigos en las mesas y en los centros, la cantidad de sufragios a favor del régimen aumenta de un modo desproporcionado, como ocurrió con el resultado de la elección de la “asamblea particular” que el gobierno ha creado para dirigir el país. Más de 8 millones de votos, lo que supera a aquellos que obtuvo su difunto líder en su momento más descollante. La desvergüenza de las representantes del régimen en el ente electoral fue tal que, en un contexto caracterizado por calles vacías cual cementerio en día de mantenimiento y de centros de votación sin colas de personas, no les resultó indecente administrar la trampa y sumar votos con ritmo frenético.
La estafa electoral fue tan evidente que hasta la empresa contratada para llevar adelante el proceso se desmarcó del resultado que anunció el gobierno a través de la vocera del organismo electoral, al que denunció como un fraude monumental. El mundo contempló estupefacto el descaro con el que se mentía. Más recientemente, los mismos personajes, ante la denuncia de Andrés Velásquez, que con actas en mano denunció el fraude, desconocieron las evidencias de la ratonería e impusieron un gobernador con datos falsos. La conclusión de estos fraudes es que “tecla y acta matan voto” y que la trampa no admite discusión ni siquiera con acta en la mano.
En el caso de la diáspora, la trampa es previa al acto de votación; sencillamente se le niega su derecho de participar en las elecciones a centenares de miles de venezolanos, cuyos votos son decisivos para inclinar el resultado en una u otra dirección. No se trata de porcentajes raquíticos, por el contrario, al día de hoy podrían representar 15% o más del total de los votos. La exclusión de los votos de la diáspora otorga al régimen una considerable ventaja sobre los demócratas en cualquier contienda electoral.
La dictadura venezolana tiene plena conciencia de que la migración venezolana votaría en su contra, pues huye del modelo de la barbarie, “el socialismo del siglo XXI”, que solo ha traído penurias al país. Saben que la diáspora es la evidencia del fracaso de ese sistema, como les consta a los ciudadanos y gobiernos de los países que acogen el masivo éxodo de venezolanos. Consciente de ello el régimen venezolano los desconoce, les niega el derecho humano y remata su desprecio mofándose de ellos. Dudan hasta de los votos de los enchufados y testaferros que hoy viven en el exterior. Se acabó aquello de lo que se jactaban, la democracia participativa. Ahora, cuanta menos participación y más sumisión, mejor.
Un proceso plagado de obstáculos, triquiñuelas y trampas que revelan el menosprecio del candidato Maduro por los venezolanos, allí donde haya alguno. Se burla por igual de quienes integran la diáspora y de quienes han decidido permanecer en el país. A los primeros se refiere con una mueca de preocupación, “no saben cuánta gente está limpiando pocetas en Miami”. Para los demás venezolanos el sarcasmo es mayor y continuado.
En uno de los mítines el candidato afirmó: “Todos los días voy a llamar al carnet de la patria, a todos los carnetizados, esto es dando, yo los apoyo, y ustedes apoyan la constitución y la democracia, dando y dando, ¿verdad?”. La desfachatez con la que lo dijo, viniendo de quien viene, no causó asombro alguno y pone de relieve su más absoluto desprecio por los ciudadanos. La expresión es, además, un irrespeto a la convivencia, a la Constitución, a los ciudadanos y juega en un terreno opuesto al de la decencia y la humanidad.
Cuando lo leí pensé que el candidato se había vuelto millonario de manera súbita, que había ganado un gran premio en la lotería de Estados Unidos o Europa, en divisas, porque el bolívar, al que ha convertido en una moneda miserable, ha perdido todo su atractivo. Lo que han hecho con el bolívar merece un nuevo cartel: “Cuidado, destructores en la vía”. Me dije: este señor se fue al mercado y con recursos propios está dispuesto a gastarlos en comprar votos como quien compra leche o pan, cuando hay. Esa disposición a transar en el mercado derechos humanos básicos es un remedo de gobierno y el lector puede colocar el término que mejor define a un régimen de esta naturaleza. Su visión del ser humano se reduce al refrán “dame tanto y dime tonto”.
Pero la realidad es peor de lo que en principio pensaba. No se trataba de recursos propios, era algo más grave, estaba transando (dando) recursos que no le pertenecen. De un lado miente porque ofrece como propio algo que no es suyo y del otro lado porque utiliza lo que es propiedad de todos los venezolanos para fines personales. Y para colmo excluye a la gran mayoría, pese a que les quita lo que les toca por derecho para otorgárselo a quienes dan su voto al régimen.
A lo dicho se añade que emplean recursos, provenientes de los préstamos que ha contraído el país o previamente asignados a programas y proyectos específicos, que destinan al logro de sus fines personales lo que es un signo de todo menos de una transparente y honesta administración. Supone un desconocimiento de las instituciones del Estado y más bien sirven para parafrasear la frase que se atribuye a Luis XV: “El Estado soy yo”.
Por si fuera poco, lo expresado por el candidato Maduro encierra una muy baja estima del ser humano y de su derecho de elegir. El voto, ahora sí, es una mercancía cuyo valor es el de una bolsa de racionamiento CLAP. Una mercancía para “transar en el mercado del hambre” que el socialismo ha creado. Un “voto o mercancía” o un “ser humano”¿?, que vive en un contexto de racionamiento permanente de agua, electricidad y en medio de una severa escasez de alimentos y medicinas: el mercado de la miseria.
Se aprovechan del hambre que han creado para negociar con ella o dicho de otra manera, “si no votas por mí no tendrás tu bolsita de racionamiento de comida”, tendrás más hambre y padecerás más escasez, y entérate de que lo que te damos lo hemos adquirido con lo que te pertenece, con tus exangües recursos. Valerse de la precariedad del otro, amén de desprecio, es un abuso arrogante e inhumano, pero además castigar a quien disiente en un contexto de escasez es una modalidad de tortura que hace recordar la mentalidad de quienes dirigieron los campos de exterminio. El colmo del desprecio es la pésima calidad de los productos que la bolsa contiene y que, además, se han hecho negociados con el hambre de los venezolanos. La frase “dando y dando” es la negación del derecho humano y en sí misma revela la profundidad de la herida causada al país.
El carácter “participativo y protagónico” del que se jactaban ha desaparecido. Ahora solo esperan sumisión. Mientras el candidato busca votos en la jungla del hambre, la miseria y la escasez, estas cobran la vida de los venezolanos que engrosan las estadísticas de la muerte por violencia, falta de medicinas o de alimentos.
Las elecciones que se avecinan encuentran a los demócratas divididos y en esas condiciones resulta cuesta arriba derrotar a un régimen que es minoría, que carece de apoyo social y político en el país y en el mundo. Una dictadura que todos rechazan y cuyo único mérito es su capacidad ilimitada de destrucción y en este terreno los países, desafortunadamente, no conocen fondo. Parece que ha llegado el momento de construir una estrategia unitaria que incorpore y sume a todos los demócratas, que de manera descarnada analice los aciertos y logros, así como los errores que asuma las responsabilidades para poder desplegar una estrategia que permita recuperar la democracia y dar inicio al proceso de reconstrucción de un país que ha sido devastado.
@tomaspaez
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