No sabemos si somos o no exagerados al expresar que pareciera haber consenso, de que los pueblos y casi sin excepciones andan y con justificada angustia desencadenados con quienes les gobiernan. De allí el sentido de este ensayo.
La lingüista enseña que “gobernar” equivale a que alguien tenga a su cargo presidir y con la totalidad de sus atributos, pero sin sus desviaciones, tarea, por tanto, excesivamente complicada, como lo ilustra la larga existencia humana y desde su inicio hasta ahora. Pero lo que no deja de ser grave es que conlleva a no “infringir, vulnerar, quebrantar, sublevar y transgredir”. Y que de un lado y del otro nos ha tocado morar. Pareciera “una tipología de encadenamiento de sucesos necesarios y hasta fatales”. Esto es, nuestro destino.
Un resumen con respecto a la crisis del mundo revela que “una humanidad ordenada, pacífica, democrática y sometida a la Ley no se ha alcanzado”. Es más bien desordenada, violenta, sin una real democracia y distante de los pactos constitucionales y de las leyes. Sin temor ha de expresarse que a pesar de los esfuerzos individuales, mancomunados y colectivos, no ha logrado conseguirse, en niveles, por lo menos de una relativa igualdad, el bien común y la justicia social. Evidencias, entre otras: 1. El contrato social como metodología para que la sociedad se constituya y progrese lo más perfecta, aplicable y eficiente posible, superando el orden natural, está en una fase de revisión. El escritor y novelista británico Herbert George Wells, en “El Destino del homo sapiens”, conlleva a la reeducación de nuestra especie, pero poniendo énfasis, predeterminantemente, en “que es perentorio llevarla a cabo”: a) Adaptarse o perecer es siempre y ha sido la ley implacable para la vida, b) ¿Podrá el homo sapiens luchar en procura del dominio de un mundo más feliz y duradero?, d) ¿Rodará como un peñasco, al igual que se narra en “El Mito de Sísifo, de la intelectualidad de Albert Camus, por la pendiente del fracaso, anidando en fases catastróficas, hasta su extinción definitiva?, 3. La debacle golpea fuertemente, mirándonos los unos a los otros, en busca de respuestas, la cuales se pierden en el vacío, 4. Nos discriminamos en razón de la raza y del color de la piel, de la educación, las revoluciones, revueltas y rebeliones, la riqueza, las crisis financieras y hasta la insanidad sexual, 5. Una muy particular, la derivada de “la consagración demagógica de derechos humanos contraria a las duras y reales dificultades a fin de posibilitar presuntas situaciones subjetivas así escrituradas, 6. Los ubicados en el nivel más alto, como se lee, tienen poder y privilegios, mientras que los de abajo son oprimidos y discriminados y 7. Las tipologías de los gobiernos, pues los hay serios y eficientes, aunque muy pocos, pero, también, y en un determinante número comunes, ordinarios, usuales y hasta oprobiosos.
Son estas algunas de las consideraciones que nos inducen a preguntarnos ¿Qué sucederá en el mundo”. El optimismo, definido, gramaticalmente, como “la propensión a ver y a juzgar las cosas en su aspecto más favorable” y, asimismo, para algunos filósofos “la doctrina que atribuye al universo la mayor perfección posible”, será viable ante tantos problemas, dificultades y conflictos. El doctor en filosofía Juan José Sanguineti encontró en la obra de Karl Popper la denominación “el optimismo sobrio”, pues el pensamiento de este último, a juicio del profesor argentino, “se mueve entre el racionalismo seguro de sí mismo, que critica, y la fragilidad del “pensamiento débil”, que rechaza. En la ambivalencia humana alimentada por los optimistas y pesimistas, condiciones condesciendes antitéticas ha navegado la barca de la política y sus diversas corrientes para una sociedad que no únicamente otorga las mismas oportunidades a todos los ciudadanos, sino que las haga realidad, meta, como lo revela el mundo de hoy, muy remotamente alcanzadas.
Al “buen gobierno”, el anhelo de los pueblos y desde hace siglos, se le define como “el ejercicio del poder con eficacia, pureza y la rendición de cuentas. Pero, agregando, además, “la participación de la sociedad civil, el estado de derecho y el uso de los recursos que administra en procura de un armónico y lo más igualitario posible progreso económico y social”. El añorado es, como se escucha, “un gobierno de calidad, que mejore día a día a la sociedad superando a las esperanzas ciudadanas. Lo antitético, no puede negarse, es visible y sin hacer mayores esfuerzos.
El dilema que vivimos no es de reciente data, pues las fuentes evidencian que en la antigüedad ya se plantearon los escarceos para definir a “los gobiernos buenos”. En efecto se lee que “el duque de She” preguntó a Confucio por el significado del buen gobierno, a lo cual el maestro respondió “Los que están próximos se sienten felices y aquellos distantes atraídos”. En un escenario imaginario supongamos que “un país es el paraíso de los gobernantes y el limbo de la mayoría silenciosa”. Todo estaba previsto, incluso lo fortuito, todo era explicable. Pero de un tiempo acá estallan demasiadas dificultades: 1. El autoritarismo, 2. La politización de la justicia, 3. El olvido de los pactos sociales, 4. El afán intervencionista, 5. El secretismo y 5. La manipulación informativa. El analisis concluye con la sugerencia de que hay que leer a Confucio, partidario de que “la función de gobernar equivale a poner a cada quien en el lugar que le corresponde”. Se menciona, también, que “Platón quería al timón del buque del Estado a filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente». Con razón se escucha que “en política hay que leer las letras chiquitas”. Y para otros, que no la inventó Dios. Más bien, el diablo.
Si de la “Madre Patria” bajamos a las tierras por ella conquistadas encontramos menciones repetitivas de un viejo, largo y conocido cuento “Los populismos latinoamericanos están marcados por fuertes líderes que convencen masas a través de la retórica, herramienta que no apunta a que los ciudadanos usen la inteligencia para guiar sus vidas, opuestamente, mantenerlos en la ignorancia para fines políticos personales. De ahí que cada vez que veamos a “un retórico”, nos mostremos suspicaces, en criollo “enseñemos los dientes”. Los ciudadanos, si los hubiere en el sentido real de la palabra, han de desplegar, más bien, un pensamiento crítico a fin de alcanzar a tener una real democracia. (Camilo Pino, Centro de Reflexiones Públicas, julio, 2020).
A la luz de estas consideraciones, pareciera cuesta arriba poner en duda de que “Se solicitan presidentes, legisladores y jueces”. Y que esta demanda es rigurosamente perentoria si deseamos morar en democracia.
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@LuisBGuerra
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