Cuando las alarmas sonaron ya era demasiado tarde.
El ataque combinado de las fuerzas de Egipto y Siria por dos frentes distintos sorprendió a Israel sin preparación y en un momento de especial vulnerabilidad: el día de Yom Kipur.
Siendo la fecha más sagrada del calendario hebreo, el país estaba paralizado. No había transporte público, ni transmisiones en los medios de comunicación, mientras los ciudadanos realizaban un ayuno absoluto y acudían a rezar a las sinagogas.
En cuestión de minutos, miles de reservistas abandonaron hogares y templos para movilizarse hacia el frente.
Muchos creían que sería una guerra corta y fácil como la de 1967, cuando en solamente seis días Israel derrotó a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria.
Pero esta vez, las cosas serían muy distintas.
La ofensiva que meticulosamente había planificado el gobierno del presidente egipcio Anwar Sadat junto al mandatario sirio Hafez al Asad, no solamente arrasaría con las líneas de defensa de Israel, sino que sería capaz de hacer sentir a los líderes israelíes que podían estarse jugando la supervivencia de su Estado, como en la guerra de Independencia de 1948.
Y, de hecho, con un saldo de 2.656 soldados muertos, unos 15.000 heridos y casi 1.000 capturados como prisioneros, este fue el conflicto en el que Israel sufrió el mayor número de víctimas después del de 1948.
Una sorpresiva guerra avisada
La guerra iniciada aquel 6 de octubre de 1973, hace medio siglo, era la cuarta que ocurría entre Israel y sus vecinos árabes.
Paradójicamente, era un conflicto esperado por la dirigencia israelí y sobre cuya preparación el gobierno de la entonces primera ministra Golda Meir había obtenido señales y avisos en los meses previos.
De hecho, aquella misma mañana el gobierno de Meir había recibido información sobre el inminente inicio de las hostilidades y había descartado realizar un ataque anticipado.
¿Por qué?
Las explicaciones hay que buscarlas en las guerras anteriores y, en especial, en la Guerra de los Seis Días.
Ese conflicto cambió muchas cosas, pues permitió que Israel multiplicara el tamaño del territorio bajo su control al quitarle la península del Sinaí y la Franja de Gaza a Egipto; los Altos del Golán a Siria; y Jerusalén Este y Cisjordania a Jordania.
Pero, al mismo tiempo, sembró la semilla de la confrontación siguiente pues ni Egipto ni Siria estaban dispuestos a aceptar esas pérdidas territoriales ni a quedar marcados indefinidamente por la humillante derrota.
El conflicto de 1967 también condicionó la estrategia militar de Israel y su respuesta ante las alertas recibidas antes de la Guerra de Yom Kipur (también conocida como la Guerra de Ramadán, porque coincidió con el mes sagrado para los musulmanes).
A partir de entonces, Israel concentraría sus esfuerzos en mantener la superioridad en el aire y en vehículos blindados -que le habían dado la ventaja en 1967-, descuidando otras áreas.
“Las Fuerzas de Defensa de Israel [IDF, por sus siglas en inglés] habían puesto todos sus huevos en dos canastas: dedicaron más del 75% de su presupuesto sólo a la Fuerza Aérea y a las ramas blindadas. Habían descuidado sus ramas de artillería e infantería, trasladando la mayoría de sus unidades de infantería regular y mecanizada a la reserva”, escribió Keith F. Kopets, entonces capitán del Cuerpo de Marina de EE.UU., en un análisis publicado en 2003.
“Aferrándose a la creencia de que sólo un tanque podría derrotar a otro tanque, Israel rechazó una oferta de Estados Unidos de suministrar el nuevo sistema de misiles antitanque TOW”, agregó.
Como quedaría demostrado, fueron errores muy costosos.
Un “concepto” equivocado
A partir de 1967, los militares israelíes también establecieron lo que se conocía como “el concepto”, que se basaba en la premisa de que Egipto no iniciaría una guerra antes de contar con un poder aéreo que le permitiera atacar bien dentro del territorio de Israel, para golpear sus aeropuertos y anular a su Fuerza Aérea.
“En retrospectiva, es obvio que esta suposición se basó en los éxitos operativos de Israel en la guerra de junio [de 1967] y en los cálculos y posturas estratégicas árabes”, escribió P.R. Kumaraswamy en la introducción del libro “Revisiting the Yom Kippur War” (Revisitando la Guerra de Yom Kippur).
Los militares israelíes estimaban que Egipto no llegaría a alcanzar esa capacidad aérea antes de 1975.
Por otra parte, apostando a sacar provecho de que sus enemigos ahora estaban más lejos debido a los territorios que habían perdido en 1967, Israel construyó una serie de estructuras fortificadas -conocida como línea Bar Lev- a lo largo de la orilla oriental del Canal de Suez para hacer imposible o, al menos, retrasar cualquier intento de Egipto de ingresar al Sinaí.
Un último elemento que -según muchos analistas- impidió a Israel prepararse para la Guerra de Yom Kipur fue el hecho de que tras el éxito de 1967, la jerarquía militar israelí se había vuelto “soberbia”, menospreciando la amenaza que podían representar las fuerzas árabes.
En una charla ofrecida el 9 de agosto de 1973, el entonces ministro de Defensa de Israel, Moshe Dayan, presumió de las ventajas que tenían ante los árabes.
“Nuestra superioridad militar es el resultado doble de la debilidad árabe y de nuestra fuerza», dijo ante oficiales de la Escuela de Estado Mayor del Ejército israelí.
“Su debilidad surge de factores que no cambiarán pronto… bajo nivel de educación, tecnología e integridad de sus soldados… desunión entre los árabes… y el peso decisivo del nacionalismo extremo”, agregó.
Pero como ocurre con aquel general que, según el famoso aforismo, siempre está combatiendo la última guerra y no la próxima, la visión de Dayan estaba anclada en el pasado.
Una ofensiva “brillante”
En torno a las 2 de la tarde de aquel 6 de octubre de 1973, las fuerzas de Egipto iniciaron un ataque contra Israel en el que participaron 240 aviones, 2.000 tanques, unas 1.000 piezas de artillería y unos 2.000 cañones y lanzamisiles antitanques.
El bombardeo aéreo duró unos 20 minutos, pero la artillería siguió durante otra media hora.
Egipto debilitó las defensas desplegadas por Israel en la orilla oriental del Canal de Suez y puso en marcha una operación para cruzarlo.
Los estrategas israelíes habían estimado que para atravesar esa vía marítima con armamento pesado, Egipto requeriría de al menos 48 horas y que en ese plazo ellos podían detener el ataque. Se equivocaban.
En apenas 10 horas, las fuerzas egipcias lograron desplegar los puentes sobre el Canal de Suez, facilitando el cruce de 500 tanques. Y a las 24 horas de iniciada la ofensiva, ya tenían dos divisiones mecanizadas y dos de infantería en el Sinaí.
La línea Bar Lev cayó en cuestión de horas y la mayoría del medio millar de soldados que la defendían habían muerto o habían sido capturados.
Fue una operación que los expertos militares suelen calificar como “brillante”.
Las fuerzas terrestres que Israel había enviado hacia el Canal de Suez en respuesta al ataque fueron aplastadas, mientras su Fuerza Aérea resultó duramente golpeada al acudir a combate sin antes haber deshabilitado las defensas antiaéreas de su adversario.
El 8 de octubre, Israel lanzó un contrataque fallido que se saldó con un gran número de bajas: 180 tanques fueron destruidos por las defensas antitanques y la artillería egipcia.
A los errores en la planificación de la defensa israelí y al hecho de que estaban siendo atacados por dos frentes simultáneos se unía un tercer problema: la falta de armas y suministros suficientes para llevar adelante una contraofensiva exitosa.
Haber renunciado a lanzar un ataque anticipado estaba teniendo un costo militar y humano importante para Israel.
Esta decisión se había basado tanto en las equivocadas estimaciones de los jefes militares -incluyendo a Dayan, quien era considerado como un héroe nacional-, así como en el cálculo correcto hecho por Golda Meir de que Israel tenía que evitar a toda costa ser percibido como el agresor para tener alguna oportunidad de recibir ayuda externa, en caso de necesitarla.
La primera ministra, además, se había comprometido con el gobierno de Estados Unidos a no atacar primero.
Meir no estaba desencaminada. De hecho, aunque Israel no inició la guerra, la mayor parte de las naciones europeas se negaron a darle asistencia por temor a las represalias de los países árabes, mientras que Estados Unidos solamente pudo ser persuadido después de que la Unión Soviética pusiera en marcha una operación para reabastecer de armas y equipos a Egipto y Siria.
En respuesta a la decisión de Washington de enviar ayuda a Israel, los países árabes productores de petróleo iniciaron un drástico corte en la producción y un boicot en el envío de crudo hacia Estados Unidos y otros estados como Países Bajos, Portugal y Sudáfrica.
Eso hizo que estallara la conocida como «crisis del petróleo», haciendo que EE.UU. experimentara por primera vez una escasez de combustible y que para 1974 el precio del barril se hubiera cuadruplicado, lo que tuvo fuertes efectos en la economía global al alimentar una ola inflacionaria que derivó en estancamiento y desempleo en los países importadores de crudo.
El “tercer templo” en peligro
Los primeros días de la guerra fueron aterradores para Israel: sus defensas habían sido arrasadas por unas fuerzas mucho más numerosas que las suyas, su apuesta por la superioridad aérea no había funcionado, no tenía aliados y los necesitaba con urgencia porque -al tratarse de una guerra en dos frentes- estaba agotando rápidamente sus armas y municiones. Estas eran importantes no solamente para defenderse sino también para contraatacar y así mantener a sus enemigos lejos de sus ciudades y centros de población.
Al día siguiente del inicio de los combates, Dayan visitó el frente y regresó devastado, convertido en un profeta del desastre.
“Subestimé la fuerza del enemigo, sobreestimé nuestras propias fuerzas. Los árabes son mucho mejores soldados de lo que solían ser. Mucha gente morirá”, se lamentó en una de las reuniones que sostuvo con la primera ministra, Golda Meir, y otros miembros del gobierno.
De acuerdo con P.R. Kumaraswamy, la euforia que había seguido a la Guerra de los Seis Días se había transformado repentinamente en la peor pesadilla.
“Por primera vez desde su creación, se vio a Israel al borde del colapso. Cuando fracasó la contraofensiva inicial contra Egipto el 8 de octubre, algunos temieron la caída del Tercer Templo”, escribió el experto.
La expresión “Tercer Templo” es una referencia al moderno Estado de Israel.
“Dayan tuvo una crisis nerviosa. Todo lo que él había planificado o pensado había fallado. Y comenzó a hablarle a la gente en su entorno sobre el peligro por la posible caída del Tercer Templo, deprimiendo a todo el mundo a su alrededor”, le dice a BBC Mundo Abraham Rabinovich, autor de un libro sobre la guerra de Yom Kipur, quien cubrió ese conflicto como periodista para el Jerusalem Post.
Tal era la preocupación de Dayan que, de acuerdo con testimonios, llegó a sugerir que Israel iniciara los preparativos para una “demostración” de sus capacidades nucleares, una opción que fue rechazada de plano por la primera ministra Golda Meir, según ha contado Avner Cohen, investigador de la Universidad de Maryland y autor del estudio “Israel y la bomba”.
Pese a ello, la preocupación por lo que podría ocurrir con Israel también caló profundamente en la primera ministra, quien llegó a contemplar la posibilidad del suicidio en el segundo día del conflicto, según se supo años más tarde.
El escenario que pintaba Dayan era catastrófico, por lo que Meir consultó al comandante general de las IDF, general David Elazar, quien confirmó que la situación era muy peligrosa para Israel, pero recomendó esperar reportes desde el campo de batalla antes de decidir -como había propuesto Dayan- una retirada del Canal de Suez y de los Altos del Golán.
“En el primer día de la guerra, Elazar dijo a su gente cercana: ‘No podemos ganar esta guerra”, comenta Rabinovich.
Explica que eso no significa que creyera que iban a perder, sino más bien que iba a requerir de mucha sangre y esfuerzo.
“Había miedo por lo que podría ocurrir. No veían una salida, mientras sus fuerzas eran debilitadas cada día”, agrega.
Para el 9 de octubre, Israel pudo contener la ofensiva en ambos frentes. Y, gracias a que Egipto optó por consolidar su posición en lugar de seguir avanzando, las IDF concentraron sus limitados recursos contra las fuerzas sirias en el Golán, logrando ponerlas a la defensiva aunque a un elevado costo material y humano.
Sin embargo, Israel aún carecía de las armas y municiones requeridas para lanzar un contraataque en toda ley.
La ayuda indispensable
El 10 de octubre, persuadido tanto por las pérdidas sufridas por Israel como por el abierto apoyo material que brindaba la Unión Soviética a Egipto y Siria, Estados Unidos inició el envío masivo de ayuda militar que haría posible ese contraataque.
Israel recibiría -en el lapso de un mes- 24.000 toneladas en equipamiento militar y logístico, incluyendo municiones, misiles y tanques.
El 14 de octubre, atendiendo a los llamados de Siria, más fuerzas egipcias cruzarían el Canal de Suez y avanzaron por el Sinaí, quedando sin la protección del escudo antiaéreo y antitanque que habían desplegado cerca de la línea Bar Lev.
Pero Israel los estaba esperando. Entonces, se enzarzarían en una de las mayores batallas de tanques desde la II Guerra Mundial. Egipto perdería unos 250 blindados.
Aprovechando el cambio de circunstancias, Israel haría una maniobra que sellaría el rumbo de la guerra. Aprovechó una pequeña área no bien protegida junto al Canal de Suez para cruzar hacia Egipto y, desde allí, destruir la artillería y las defensas antiaéreas que habían estado protegiendo a las fuerzas egipcias en el Sinaí.
Estando en la orilla occidental del Canal de Suez, en días posteriores las fuerzas israelíes avanzarían hasta unos 100 kilómetros de El Cairo, colocando al gobierno de Sadat en una situación muy comprometida de la que se libró gracias al cese el fuego decretado por el Consejo de Seguridad de la ONU el 22 de octubre y reiterado en resoluciones posteriores los días 23 y 25 de agosto.
Así, con ambas capitales árabes al alcance de sus tropas, Israel había logrado darle la vuelta a la “guerra que no podía ganar”.
El camino hacia la paz
La victoria, sin embargo, no sería medida tanto en términos militares, sino políticos.
Desde esa perspectiva, Egipto y Siria se habían apuntado un importante éxito al haber roto la imagen de invencibilidad de Israel y haber borrado la vergüenza con la que cargaban desde su derrota en la Guerra de los Seis Días.
“La guerra de 1973 redimió la dignidad y la autoestima árabes, permitiendo al presidente egipcio Anwar Sadat utilizar su recién adquirida preeminencia para desvincular a su país y, como consecuencia, a gran parte del mundo árabe, de su fatídico encuentro con el Estado judío”, escribió el historiador Efraim Karsh.
Para Israel, el conflicto significó una sacudida emocional y política que en el corto plazo llevó a la caída del gobierno de Golda Meir.
“Israel quedó profundamente humillado. La complacencia que se había apoderado de la psique israelí tras la asombrosa victoria de 1967 quedó irrevocablemente destrozada. Por primera vez desde el establecimiento de su Estado, los israelíes sintieron que su existencia estaba en juego”, apuntó Karsh.
“El Israel que surgió del trauma de 1973 era una nación diferente: sobria, moderada y marcada de muchas maneras con cicatrices duraderas. Todavía desconfiaba de sus vecinos, pero estaba más atenta a las señales de moderación regional; muy preocupada por los riesgos de seguridad que conllevan las concesiones territoriales, pero consciente de que [el control de] la tierra no podía comprar seguridad absoluta”, agregó.
La experiencia llevó a importantes cambios en la opinión pública israelí que, de forma creciente, empezó a respaldar la idea de cambiar territorios por paz que décadas más tarde dio sustento a los Acuerdos de Oslo con los palestinos.
Sin embargo, el cambio más inmediato y duradero se dio en la relación con el gobierno de Sadat quien, gracias a un acuerdo de paz que firmó en 1979 con el primer ministro israelí Menachem Begin, logró recuperar la soberanía plena sobre el Sinaí y convirtió a Egipto en el primer país árabe en reconocer a Israel como una Estado legítimo y soberano.
Ese acuerdo ha permitido mantener durante más de cuatro décadas una paz duradera entre Israel y la principal potencia militar árabe en el mundo. Un logro no menor si se considera que ambos países se habían enfrentado en cuatro guerras en un plazo de apenas 25 años.
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