El dinero, lo que debe estar hecho “para ayer”, la competencia desleal y el multiempleo son cuestiones que han transformado nuestra sociedad en una peligrosamente rápida y estresada. Se sabe que alrededor de 90% de las enfermedades se originan en el estrés. No solo afecta a la mente, sino que destruye el cuerpo, las relaciones familiares, la pareja y finalmente a nosotros.
La prisa y el estrés se encuentran detrás de la mayoría de los infartos, derrames cerebrales, divorcios, disfunciones sexuales y un gran etcétera. Leí esto en un artículo que me envió un gran amigo: “Al ser humano de este nuevo siglo, que vive bajo estos eslóganes, lo bautizo con el folklórico nombre de correcaminos”. Es un animalito muy simpático. Su característica principal es la rapidez con que se desplaza de un lugar a otro.
El hombre y la mujer correcaminos viven cada día en un presente que ya le es obsoleto. En un mundo globalizado e interconectado, que marcha a gran velocidad, uno se pregunta: ¿A quién diablos le interesa detenerse? ¿Tiene algún significado? ¿Es útil? Y si es útil, entonces la pregunta es ¿útil para qué?, dijo Joaquín Disla.
Mi amigo nos habla de la importancia de detenernos. No solo quiere que paremos de hacer tanta actividad o movimiento, sino de detenernos para pensar y reflexionar. ¿Hacia dónde vamos? ¿Es que vamos a vivir con la obsesión de lo urgente, dejando de lado lo importante? Como dice Covey en su gran libro, Primero lo primero.
Ya lo decía Freud, el que no ama, se divierte y trabaja, termina mal de la cabeza. Hay personas que solo vienen a trabajar a este mundo, son adictas. Por lo general, son tremendos empleados, y muy exitosos, pero no disfrutan su dinero y pierden a sus seres queridos.
Nadie invita a un adicto al trabajo a una fiesta. No baila, no disfruta, solo sigue hablando más de lo mismo, de dinero, trabajo, negocios. Sexualmente se va desgastando. No hay peor enemigo del sexo que el estrés, la prisa, la ansiedad. Se torna irritable, depresivo.
Sin ese tiempo, termina “quemando” su creatividad. Sus destrezas más preciadas comienzan a desaparecer, ya no puede concentrarse ni leer, no sabe disfrutar la vida, oír música, compartir con sus seres queridos. Sus hijos están muy molestos con él o ella, se sienten abandonados.
Lo peor es que nuestra sociedad fomenta esto cada día más, premia y reconoce a esas personas. En un mundo de compra compulsiva, de valores chuecos, de medicina, seguros y casas impagables, me pregunto: ¿fomentamos el crecimiento y desarrollo de las personas o las usamos? Se lo dejo de tarea.
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