“El socialismo, en su esencia más profunda, no solo promueve la equidad en la distribución de la miseria, sino que la convierte en su logro más destacado. Encuentra su grandeza en el arte de igualar la penuria y difundir la carestía, lo que se convierte en un sombrío testamento de su influencia en la sociedad, invitándonos a reflexionar sobre las consecuencias de la tal búsqueda de la igualdad”
El socialismo ha cautivado la imaginación de generaciones de idealistas con la promesa de crear una sociedad perfecta a través de la propiedad colectiva y la distribución igualitaria. Sin embargo, como brillantemente declaró Sir Winston Churchill, el socialismo es la «filosofía del fracaso» que en la práctica conduce a la ruina material y espiritual, no a la utopía.
Acertadamente, el brillante economista Thomas Sowell ha dicho que “el argumento más sólido del socialismo es que suena bien y, a su vez, el argumento más sólido del socialismo es que no funciona”. Esta contundente afirmación nos sumerge de inmediato en el debate que ha marcado el panorama político y económico a lo largo de la historia. El socialismo, con sus promesas de igualdad y justicia social, ha enamorado a millones de personas. Sin embargo, su implementación en la práctica ha dejado solo a una elite enriquecida gracias a la corrupción, un rastro de pobreza y hambre, fracasos económicos, opresión política y escasez generalizada.
A pesar de los repetidos desastres del socialismo, desde la Rusia zarista hasta la Venezuela chavista, sus cantos de sirena continúan hechizando a los jóvenes desprevenidos. Un asombroso 70% de millennials en Estados Unidos ha manifestado que votaría hoy por un líder socialista. Mientras tanto, en el Sur del continente americano, la juventud, que ha vivido las crueldades del socialismo, es ahora la gran defensora de los enunciados libertarios y han surgido líderes polémicos, pero con argumentos sólidos como Javier Milei que, sin diplomacia, han desenmascarado al socialismo con epítetos duros, pero acertados y con muchos datos económicos y he ahí su gran sintonía y éxito con las masas. Javier Milei, según la consultora Taquion, tiene el apoyo de mayoritario de jóvenes argentinos trabajadores de nivel socioeconómico bajo. Mientras tanto, en Venezuela, el rechazo a Nicolás Maduro, representante del “socialismo del siglo XXI” es del 76% y el apoyo a María Corina, líder que dice que va a erradicar el socialismo de Venezuela, es de 43,2%. Además, en un enfrentamiento hipotético en las elecciones presidenciales de 2024, Machado obtendría el 50,1% de intención de voto, mientras que Maduro obtendría solo el 12,1%3.
Para entender por qué esta ideología fracasa inevitablemente, debemos analizar críticamente sus mitos.
El mito de la justicia social
“La justicia social es robarle el fruto de su trabajo a una persona y dárselo a otra”, esta frase utilizada por Javier Milei en su campaña para la presidencia en Argentina no puede ser más acertada. El socialismo y sus promesas de igualdad y equidad han cautivado a muchos con la visión de una utopía de justicia social. Sin embargo, la realidad histórica muestra resultados muy diferentes, con grandes desigualdades e injusticias inesperadas.
Un ejemplo histórico del fracaso de la justicia social es la colectivización forzada de tierras y granjas bajo Stalin en la Unión Soviética. Millones de granjeros, conocidos como kulaks, fueron despojados de sus tierras y propiedades, que fueron entregadas a granjas colectivas administradas por el Estado. Esto se hizo en nombre de la «justicia social», pero el resultado fue una hambruna masiva y la muerte de alrededor de 5 millones de personas entre 1932-1933.
La ilusión de la igualdad absoluta: ¿una utopía o una pesadilla?
La promesa de alcanzar una igualdad absoluta, una quimera que el socialismo abraza con fervor, merece un análisis crítico. Esta premisa, que sugiere que podemos eliminar toda desigualdad económica y social de un plumazo, es simplista y, en última instancia, destructiva.
Observemos el caso de Venezuela como un ejemplo palpable de cómo esta ilusión puede llevar al empobrecimiento generalizado. Tras un cuarto de siglo de políticas socialistas bajo la bandera de la «igualdad de resultados», el país ha experimentado un dramático deterioro. Hoy en día, el 94.5% de los venezolanos lucha contra la pobreza, mientras que el 76.6% enfrenta la pobreza extrema, según el índice de pobreza multidimensional de la Universidad Católica Andrés Bello. El salario mínimo ronda los irrisorios $4 dólares mensuales. En este escenario, es innegable que la búsqueda obsesiva de una igualdad utópica ha logrado igualar a todos, pero en la miseria.
El mito del bien común
El ideal del bien común ha sido el caballito de batalla del socialismo. Según sus acólitos, esta ideología busca únicamente el bienestar colectivo y la armonía social. Decir que el socialismo logra el bien común es como afirmar que el Titanic zarpó exitosamente a Nueva York. Veamos las pruebas.
La «utópica» Alemania Oriental comunista era un “paraíso” con un PIB per cápita de apenas un tercio de su contraparte capitalista. Y ni hablar de su envidiable sistema de salud, donde la mortalidad infantil triplicaba a la del vil Alemania capitalista del Oeste.
Podemos también poner de ejemplo a la “idílica” República Socialista de Rumania de Ceaușescu, donde prevalecía el culto enfermizo al líder y la policía secreta Securitate, de manera brutal, violaba sistemáticamente cualquier vestigio de derechos individuales. También, dada su capacidad para infiltrarse en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos, generaba un clima de miedo y desconfianza constante en la sociedad rumana. Durante este régimen socialista, se creó una red de instituciones de internamiento que se cree llevó a la muerte de más de 20.000 niños, ya que para los socialistas los niños son del Estado.
El legado del socialismo en cuanto al bien común es tan “majestuoso” como un gulag siberiano. Pero claro, el típico argumento de los “camaradas” siempre será que «eso no era verdadero socialismo».
El único éxito del socialismo: la batalla cultural a nivel global
El socialismo ha extendido su influencia más allá de la política y la economía, adentrándose en la cultura global. Se ha infiltrado en la música, el cine y la literatura, donde artistas a menudo expresan simpatía por sus ideas, promoviendo la narrativa de igualdad y lucha de clases. Además, el sistema educativo en varios países ha sido moldeado por ideologías socialistas, presentando al socialismo como una solución justa a los problemas sociales y criticando el capitalismo desde una edad temprana. Los medios de comunicación también han jugado un papel importante al promover ideas de igualdad y justicia social mientras critican el libre mercado, lo que influye en la percepción pública negativa del capitalismo.
El socialismo moderno ha incorporado elementos de política identitaria en su narrativa para atraer a una audiencia diversa, abogando por la igualdad de género, la justicia racial y la inclusión, especialmente entre grupos minoritarios y jóvenes. A pesar de los numerosos fracasos económicos del socialismo en la práctica, el éxito en la batalla cultural es contundente, introduciendo la idea de que la igualdad material es la máxima virtud y que el capitalismo es la fuente de todas las desigualdades. Esta narrativa ha ganado tracción y ha polarizado a la sociedad en muchas partes del mundo, influyendo en la percepción pública sobre sistemas económicos y políticos.
Conclusión
Desmontar los mitos del socialismo significa exponer la cruda realidad detrás de sus promesas huecas. Ha demostrado ser un sistema que, en lugar de igualar a todos en la prosperidad, tiene un talento excepcional para igualar a todos en la miseria. Su legado, desde la Unión Soviética hasta Venezuela, está marcado por la opresión, la pobreza, la represión y la pérdida de libertad. Y, sin embargo, como un fénix que se niega a ser consumido por las llamas, el socialismo resurge una y otra vez, atrayendo a una nueva generación de incautos con su canto de sirena.
La ilusión de la igualdad absoluta, el mito de la justicia social, el engaño del bien común y la batalla cultural que ha librado con éxito son parte de su estratagema. Pero no podemos dejarnos engañar, debemos recordar que los hechos importan más que las supuestas buenas intenciones y que la igualdad forzada solo conduce a la miseria. En última instancia, debemos resistir este resurgimiento del socialismo en todas sus formas, porque, como bien dijo el polémico, pero preclaro Donald Trump, «el socialismo promete prosperidad, pero produce pobreza. Promete unidad, pero genera odio y división. Promete un futuro mejor, pero siempre entrega el mismo fracaso miserable. En todas las partes donde el socialismo y el comunismo se ha intentado, ha traído sufrimiento, corrupción y decadencia”. Y la historia nos ha demostrado que no hay excepciones a esta regla.
Y como dijo Fidel Castro: socialismo es comunismo
Holocausto Comunista:
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