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¿Desincronización de esperanzas?

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Reconocía en mi anterior artículo que lo más sorprendente, para mí, del fenómeno insuflador de esperanzas que se ha generado a partir de la campaña admirable de María Corina (MC) era que el mismo se reprodujera como un proceso bottom–up, de abajo hacia arriba; desde los pueblos y ciudades medianas del interior de Venezuela hacia las grandes concentraciones urbanas; desde los más humildes y desprotegidos socialmente hacia la otrora clase media, en sus dos vertientes: la empobrecida y aquella que a pesar de las rigurosas circunstancias socio-económicas ha logrado ubicarse en un nicho de “relativa comodidad”.

La creciente onda de inusitada esperanza se alimenta mayormente de emocionalidad, lo que no debe tomar por sorpresa a nadie: el cerebro político es así. Su principal bujía, en este caso, es el hartazgo de la mala vida, o, como lo expresa un buen amigo: “El miedo a seguir viviendo esta calamidad existencial”. Este miedo ha comenzado a imponerse por encima del que el régimen ha venido utilizando todos estos años por la vía de sus herramientas de control social. Fundamentalmente, porque ya se ha agotado la confianza en que el chavismo pueda resolver algo. Esto puede ser el inicio de un tsunami político que, seguramente, estará concitando serias reflexiones en las cabeceras del régimen. En contraste, a juzgar sobre la base del comportamiento que continúan desplegando, no estoy tan seguro que se esté produciendo la correspondiente reflexión en el ámbito dirigencial de la oposición institucional.

Ahora bien, por múltiples mensajes que he recibido a raíz del citado artículo y conversaciones sostenidas con perseverantes seguidores de la política venezolana, todo pareciera indicar que esa onda emocional no está arribando a las grandes ciudades y estratos medios con la misma potencia. Reconozco que esto me produce una cierta frustración. ¿Cuáles pudieran ser las razones para que esta desincronización de esperanzas se esté manifestando de manera tan inoportuna? Encontrar respuestas a esta interrogante es clave para incrementar las probabilidades de éxito de un proceso que apenas comienza.

El espacio es limitado para intentar proponer una red argumentaría que abarque en su totalidad, o casi toda, las causales del epifenómeno resistente a la esperanza. En lo que resta de este texto colocaré el foco en los estratos medios, los cuales se caracterizan por disponer de mayor capacidad de acceso a la información política y de un superior nivel de razonamiento para escrutar la misma –siempre trufada por una muy amplia diversidad de mensajes contradictorios–. El fenómeno MC  (lo denomino con estas siglas a los efectos de simplificar el texto) demanda de cada ciudadano volver a abrirse ante la esperanza de cambio, pero esto también convoca, de manera simultánea, el temor a que la renovada expectativa  vuelva a fracasar.

Todo aquel que haya experimentado varios ciclos de esperanza y caída, ha construido en su cerebro circuitos neuronales que actúan, sin que la persona tenga conciencia de ello, como relés de protección. Te desincentivan el asumir nuevas esperanzas, como un mecanismo de protección que persigue reducir la probabilidad de un nuevo sufrimiento. Estas son las verdaderas lecciones de desesperanza que hemos aprendido a través de las ejecutorias de un proceso muy propio de nuestra naturaleza humana –es de hecho un nivel de aprendizaje muy elemental, similar al estudiado en el caracol marino Aplysia-. No interviene ningún proceso de racionalización en el aprendizaje, aunque sí es frecuente la conducta, a posteriori, de racionalizar mediante argumentos la decisión que el correspondiente circuito neuronal ha tomado por nosotros.

Es decir, en nuestro interior se toma la decisión en modo automático, siendo ella de naturaleza fundamentalmente protectora, pero luego en nuestras interacciones sociales nos vemos en la necesidad de construir los argumentos para soportar la defensa de esa decisión ante los demás. Esto está ocurriendo a nivel individual y, por supuesto, está teniendo su proyección en el dibujo de la psiquis colectiva. ¡Habrá que buscar una legión de psicólogos para que nos ayuden  a demoler esa coraza de desesperanza aprendida!  Yo no lo soy, simplemente en tiempos recientes por aquello de “aprender a conocerte a ti mismo” he incursionado en la neurociencia. Sin embargo, me voy a atrever a señalar un par de cosas.

Los venezolanos no tenemos otra opción. Nada va a mejorar de manera estable con ellos –el régimen–. Nuestras condiciones de vida van a continuar deteriorándose, monotónicamente, sin fin ni fondo. ¡Es como una guerra que nos han declarado sin que nosotros quisiésemos lucharla!  Si nos dejamos, ellos terminarán acabando con nosotros. En consecuencia, tendremos que levantarnos –permitirnos de nuevo inhalar esperanzas–, luchar y si fracasamos: volver a caer. Y estar dispuestos a repetir ese ciclo tantas veces como sea necesario. O ellos o nosotros. ¡No tenemos otra opción!

Esto es racionalizar nuestra realidad, me dirán. ¡Es verdad! Lo reconozco. Tenemos que convencernos de ello. Hacer ejercicios de introspección. Reconocer a ese angelito bueno que llevamos dentro y desea protegernos, hablarle, convencerle de que en realidad no está cumpliendo bien su tarea. Y hay una segunda cosa: no dejar entrar al revanchismo –ese es otro circuito que se ha construido en nuestro cerebro político-. “Es que cuando nosotros estábamos luchando, esos, los de los pueblos que ahora salen a recibir a MC con velones de la esperanza, eran apáticos a nuestro sacrificio”, versión casi textual de un argumento que he escuchado a los efectos de colar una “razonable justificación” a la desincronización  de las esperanzas.

Mi respuesta: ¡Magnífico que ahora apoyen el cambio! Lo hacen porque ya han llegado a la convicción de que no tienen otra opción. No procrastinemos nuestra obligación de retornar al activismo ciudadano sobre la base de la engañosa sensación de que disponemos de algún margen, de sobrevivencia e incluso de relativa comodidad –un lujo para los humildes del interior–. Vienen por nosotros también y, más tarde o más temprano, nos llegará nuestra hora de convicción.  Así que: ¡Excelente que ahora se nos unan! A luchar, a levantarnos y a caer cuantas veces sea necesaria. ¡Hasta el final!

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