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De cómo Panchito Mandefuá se fue para Anacoco

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“El gobierno venezolano no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en el Esequibo», dijo Chávez durante su visita de Estado a Guyana en 2004

Esequibo ¿está bien escrito así? O atiende mejor gramaticalmente con la “v” labiodental. ¡Esequivo! Todavía se abrigan dudas ante la palabra. Por el origen. Las inquietudes ante la “v” y la “b” en la escritura, para hacer referencia a ese territorio de 159.542 kilómetros cuadrados de superficie que reclama Venezuela como parte de su territorio acreditado constitucionalmente desde los tiempos de la Gran Colombia y que administra en usurpación Guyana; primero como colonia de la Gran Bretaña y luego como república cooperativa desde su independencia en 1966. Esos dilemas frente a ambas letras se han ido escurriendo por el uso hacia la B grandota y su aceptación ha convertido en una norma que refrenda que la palabra correctamente escrita es Esequibo. Norma que se mantiene en el tiempo con un valor consuetudinario a pesar de que Juan de Esquivel su descubridor en el tercer viaje de Cristóbal Colón en 1498 es quien le presta su apellido para bautizar el río que hace la frontera natural de ese territorio en reclamación.

Desde 1899, en un laudo arbitral decidido por las grandes potencias de ese momento, la Gran Bretaña como autoridad colonial del territorio, Estados Unidos como representante de Venezuela de facto en ese instante histórico y Rusia presidiendo el tribunal, se les adjudicó a los británicos el 94 por ciento del territorio en disputa. Desde entonces hasta 1962 cuando la aparición de nuevas evidencias que sostenían los vicios del laudo de París (Memorándum Mallet-Prevost) se puso el tema nuevamente frente al debate diplomático y público hasta que el Acuerdo de Ginebra suscrito entre Venezuela y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte el 17 de febrero de 1966, para resolver la frontera con la Guayana Británica abrió otro campo de posibilidades en la demanda venezolana. Tres meses después, su majestad Isabel II les concede la independencia a sus colonos al este del río en cuestión, los hace una república soberana e independiente, se desentiende de la controversia y baja el asunto de la reclamación y el conflicto desde Londres hasta Georgetown. Mientras tanto en Venezuela ese importante asunto de territorialidad y soberanía que se había diluido entre las disputas por el poder central entre botas y espadas desde 1899 hasta 1958, se había mantenido en un plano segundón y engavetado hasta que el interés se reavivó por la aparición de algunos de los papeles ocultos del abogado de origen mexicano que formó parte de la representación de Venezuela en el laudo.

El Acuerdo de Ginebra y la independencia de la Guayana Británica inicia un tiroteo declarativo y diplomático entre Venezuela y la nueva república de Guyana, entre el presidente Raúl Leoni y el primer ministro guyanés Forbes-Burnham. Lo que se había empezado a sembrar desde las escuelas desde las rayitas en nuestros mapas escolares con la caja de Prismacolor y meticulosamente supervisados por nuestras maestras de primaria con base en una resolución ministerial que señalaba desde 1964: “No se imprimirá, ni circulará en Venezuela, mapa o carta alguna del país, sin incluir la Guayana Esequiba o Zona en Reclamaciónempezaba a tomar cuerpo en la conciencia de los alcances del gentilicio en esa extensión del mapa similar a una gruesa cola geográfica. En ambos países se desata una fiebre nacionalista y patriótica. El gusanillo de la guerra se atiza y en los cuarteles venezolanos se ajustan los cordones de la media bota de campaña, se desengrasan los fusiles y se empiezan a revisar los planes, desplazando la vista de las apreciaciones desde el noroeste hacia el sureste franco de la cartografía.

Entre la ocupación de la isla de Anacoco (12 de octubre de 1966) y el movimiento conocido como la rebelión de Rupununi (2 de enero de 1969) mediaron 15 meses. La ratificación de nuestra soberanía por Venezuela y el ejercicio de la territorialidad por parte de nuestras Fuerzas Armadas Nacionales (FF.AA.NN) en la isla de 8 kilómetros cuadrados ubicada en el norte de la confluencia de los ríos Cuyuní y Venamo, con el respaldo de una decisión del comandante en jefe de la institución militar el doctor Raúl Leoni intensificó las tensiones diplomáticas y militares entre Venezuela y Guyana en ese entonces, que llegaron a una importante escalada cuando un grupo de habitantes amerindios del área en reclamación iniciaron un movimiento separatista invocando la nacionalidad venezolana y pretendiendo crear un Comité Provisional del Gobierno de Rupununi. La pólvora y la adrenalina operacional contenidas cuando se clavó el tricolor nacional en Anacoco en 1966 se apagó por el momento político que se estaba viviendo en Venezuela y cuando se inició el movimiento integracionista en la actual región de Alto Tacutu-Alto Esequibo. Entre la proclamación del presidente electo (Rafael Caldera) y la salida del viejo gobernante (Raúl Leoni), el país se paraliza. La república claudica entre la rompedera de documentos de la anterior gestión, la Constitución Nacional se arrincona ante la redacción de las actas de entrega, los altos intereses de la nación se engavetan ante los intercambios de las comisiones de enlace y nada se resalta como urgente ni como importante en los despachos de las altas magistraturas del Estado. El que se va no toma decisiones porque se va y el que llega tampoco, porque llega. Las mochilas de combate se guindaron en los escaparates, los fusiles regresaron al parque y se pasó a una situación de apresto administrativo en los cuarteles. Esa fue la desgracia de Rupununi y de los líderes separatistas que tenían simpatías para anexarse hacia el norte, pero también fue la desventura de Venezuela en una oportunidad histórica y desperdiciada de avanzar frente al Esequibo. Con B de bellaquería.

Después vino lo del Protocolo de Puerto España en 1970, en una manera de congelar diplomática y políticamente la reclamación por 12 años mientras la nueva República Cooperativa de Guyana avanzaba políticamente y se posicionaba estratégicamente en las relaciones y en la identificación con otros países para fortalecerse y consolidarse como una nación soberana y con sus intereses claramente establecidos.

La llegada de la revolución bolivariana le echó otras paletadas a la tumba del reclamo con una famosas declaraciones del teniente coronel Hugo Chávez Frías en una visita de Estado a Guyana donde expresa el 20 de febrero de 2004, entre otras linduras de su proverbial y tradicional logorrea, mucho cuidado con esta palabra que el inconsciente puede jugarles una travesura: “El gobierno venezolano no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en el Esequibo…”. Era una suerte de identificación y seguimiento de la línea geopolítica oficial roja rojita ya trazada desde Cuba en 1981 por su mentor y titiritero mayor Fidel Castro cuando se acusa a Venezuela de “una política expansionista y de sostener posiciones neoimperialistas.” ante la demanda y el reclamo.

De manera que no hay nada de retumbar tambores de guerra en estos momentos en los cuarteles rojos rojitos, ni de las zarandajas esas que se venden en los saludos de los camaradas uniformados desde Fuerte Tiuna con eso de que el sol de Venezuela nace en el Esequibo. Así, con B de traidores que no tiene la B incluida en el idioma español pero si la tiene con V corta en alemán (Verräter) y en inglés (Betrayer), que es el idioma principal donde se redactó el Acuerdo de Ginebra.

El fantasma de la guerra es eso, un fantasma al que se está apelando en este momento político electoral como se apela a La Llorona, a El Silbón o a La Mula Manià desde los tiempos escolares de las rayitas trazadas oblicuamente en los dibujos del mapa de Venezuela. Y de allí, de la tumba del reclamo y del cadáver del Acuerdo de Ginebra se está sacando el tiroteo verbal entre Nicolás Maduro y el presidente de Guyana, Irfaan Ali.

¿Dónde entra en este texto del Esequibo el protagonista del cuento de José Rafael Pocaterra? Panchito Mandefuá frente al Esequibo es como los venezolanos cada vez que se desempolva el reclamo. Y entonces nos hacemos ilusiones y dibujamos mentalmente invasiones militares hacia esos 159.542 kilómetros cuadrados, y recordamos gratamente el Rupununi, la isla de Anacoco, nos arrechamos con el Laudo arbitral de 1899, con Severo Mallet-Prevost, con los ingleses, con Leoni, con Caldera y con todos los presidentes que han engavetado el tema, con los jefes militares de la cuarta y de la quinta, con todos los gobiernos desde 1899 hasta 1958, con la planta insolente del extranjero y soñamos nuevamente que clavamos la bandera nacional en algún punto más allá del río Esequibo, hasta que un cornetazo, un frenazo poderoso y tracatatlàn; deja exánime contra la acera de la calzada, entre el pavimento, el harapo sangriento y el cuerpecito destrozado de los sueños venezolanos de recuperar ese territorio, llenos de tierra y de sangre, como el de Panchito Mandefuá.

Así ha sido el tratamiento oficial del tema del Esequibo (con B de traición) a lo largo de la historia de Venezuela, como cuando Panchito Mandefuá subió al cielo a cenar con el Niño Jesús.

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