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De la desesperación y otros votantes más

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“Cuando el pobre va de espalda, no hay barranco que lo ataje”  Refranero popular

Sandra es madre, esposa y ciudadana ejemplar. Vive en Barcelona y es militante socialcristiana. Ha confrontado el dilema de la militancia que consiste en votar o no votar. En medio de sus dudas se echó a andar en su circunscripción electoral para saber qué piensa realmente la gente humilde, pues ya sabe lo que la clase media dice.

¿Qué es eso de la desesperación? Un sentimiento extremo, de fatal vacío, de agotamiento, de impotencia irreparable. Se lee así en el diccionario, aunque la literatura abunda y asiste para mejor comprender el alcance semántico y semiológico del vocablo. Angustia, desamparo y desesperación reunía Sartre en la glosa de un capítulo del existencialismo, desnudando el drama personal, solitario, que nos traslada de la tristeza a la ira, al rechazo racional inclusive, la evidencia de la vida sin otra trascendencia que lo que cada cual ose por sí mismo asumir.

Desesperado anda el que ya no espera, no cree, no sueña. Y en Venezuela, muchos transitan ya por ese sendero, caminan, hablan, simulan en la normalidad, pero, fuera de ella, internamente trabados, turbados, superados por la coyuntura que los afligió, sometió, desinfló. Salen a diario a exhibir su humanidad ante una presión que compromete su espíritu, su actitud, sus valores, sus emociones.

La rutina del criollo conoce a veces una novedad en las formas, pero una continuación en el fondo. Cada día es igual pero peor. Lo conocido desmejora como si el péndulo vital no trajera otro contraste, sino una repitencia ofensiva ante la cual la reacción solo evidencia la espantosa parálisis de la crisis. El cuerpo social pareciera alcanzado de una esclerosis múltiple.

Visita Sandra un barrio y tropieza una madre que por callada y hosca le costó sintonizar. El diálogo es corto pero impactante, la interroga Sandra así: “¿Votará usted el 20 compatriota?”. No la había logrado sincronizar con la mirada siendo que la dama joven y de rostro moreno la evitaba.

El encuentro se produjo en las afueras del mercadito y siguió así: “¿Quién es usted para preguntarme, coño, para hablarme?”. Sin detenerse, sin embargo, y como si hablara consigo misma, acota entre dientes: “¿Qué más puede hacer una pendeja cómo yo?”.

La oposición le ha fallado a Venezuela. La unidad representaba su más valioso capital y no la quisieron o supieron conservar. De nada valieron las advertencias que muchos hicimos sobre la significación de esa unidad, sin la cual, difícilmente, podríamos hacer la fuerza necesaria para derrotar al Frankenstein ideológico que nos cayó encima, como un anatema, por culpa de los que invocando constantes la antipolítica terminaron derrotando a la política y hundiéndonos en esta dictadura ominosa.

Señalarán a algunos votantes como ingenuos o casi bobos. Dirán que no ven el megafraude, la grosera trampa en ciernes, tal vez tengan razón, pero ojalá vieran además de la paja en el ojo ajeno, la viga en el ojo propio. Hemos fallado en la conexión con el Estado civil, nos recreamos en la amargura y dejamos de buscarnos como nación para cumplir el deber de la unidad.

Hay un pueblo resignado, vencido, enajenado. Otro se fue en cuerpo y algunos en alma porque si siguen acá no es por mucho tiempo y con poco arraigo si acaso permanecen. Otro rostro de ese pueblo espera por un mesías llamado intervención internacional o por un milagro que realice la faena de quitarnos de encima, como dijimos la semana anterior, esta tonelada de perros muertos atropellados en la autopista de nuestra historia por el chavismo-madurismo; y algunos se abstienen no solo de votar, no hacen más nada, como si eso afectara al régimen que sigue allí a pesar del desastre, pero aducen razones morales y desde luego, salvo el pragmatismo de ocasión, la ética no puede ser objeto de negociación, aunque no siempre sería así, diría Maquiavelo, como por ejemplo si estuviera en juego el poder.

Todas esas actitudes descritas en el párrafo anterior son comprensibles, como lo es también que, en su desesperación o en su candidez, ciertos conciudadanos no vean la tramoya que borda el CNE o el Plan República que no respeta a la República, ni esperen de los países vecinos una actuación conjunta y eficiente y vayan y voten, aun a sabiendas de los riesgos que esa conducta implica, debiendo nosotros, los otros, con humildad franciscana, aceptar a los que lo hagan.

Que nos quede, sin embargo, claro que la unidad es el bien que todos debemos tutelar y no entenderlo, o no asumirlo, es una prueba monumental de torpeza política y un clásico de la estupidez humana. Y esto lo veremos, tarde ya muy probablemente, este domingo próximo.

@nchittylaroche

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