El pasado viernes 15 de septiembre, Fedecámaras Táchira hizo un tributo muy emotivo al R.P. José del Rey Fajardo sj. Rector-Fundador de la Universidad Católica del Táchira (1982). Decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCAB (1975-1979). Investigador de la generación fundadora -y único con vida- del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB. Conocido por su semblante historiadora de fuste y de meticulosa escrupulosidad en el manejo de las fuentes bibliohemerográficas y los más completos y complejos archivos mundiales. Identificado a toda prueba como hombre de fe que ha sabido conjugar a lo largo de más de medio siglo sus deberes eclesiásticos con aquellos que impone la vida científica. Admitido tanto por Ases y Vanes, Güelfos y Gibelinos, Jacobinos y Girondinos, como un piadoso cristiano que muy a pesar de los hipotéticos fueros falsificados por los imaginarios criollos a las personas de cierta edad; no escatima ni un minuto para atender como un humilde servidor, las almas requeridas de la asistencia divina y de la palabra sincera de un pastor de la grey de nuestro Señor Jesucristo. Institucionalista a toda prueba, para quien las ideologías, las idolatrías y los discursos enardecedores sólo son meros balbuceos de quienes han sido incapaces de manejar sus propias efemérides.
Hombre de letras que no se cansará en enarbolar las banderas de los más prístinos y genuinos humanismos, conjugados con la gloria de Dios; recibió un nuevo premio en reconocimiento al desafío más acuciante para todo ser humano moderno: nunca dejar de ser quien se es. No falsificarse. Ese es José del Rey Fajardo, que como sacerdote jesuita, también ha recorrido millones de kilómetros vitales, “solo y a pie”, con las manos vacías pero con el corazón lleno de las más simbólicas experiencias, emulando a San Ignacio en la biografía escrita por el padre Tellechea Idígoras. Pero, más allá de todos estos méritos cincelados por el padre Del Rey a lo largo de seis décadas al servicio de la Nación venezolana y su historia, el Táchira, la Iglesia y la Universidad; como hijo de Loyola se ha caracterizado por señalar un sentido de horizonte, futuro y esperanzas para los que hemos tenido el privilegio de trabajar y compartir con él tanto las horas gratas como las ingratas, tanto el asentamiento como el destierro, con la lacerante espada del dolor blandida por una cegadora intolerancia.
Del Rey fue enfático en mantener su mensaje de doce lustros: luchar por los grandes ideales y morir con las botas puestas. Dar guerra a muerte contra la mediocridad y la improvisación. Más allá de entenderse como un homenajeado, Del Rey Fajardo asume el galardón otorgado por el empresariado tachirense como una responsabilidad crucial, lo cual, se maximiza al encontrarnos frente a la más grave crisis en nuestra historia republicana. Crisis que paradójicamente comenzó a gestarse por el abuso de la palabra y la mixtificación del idioma, por quienes trajeron como estandarte una estruendosa del
fragmentado siglo XIX venezolano, que usó a los más pobres para engordar el villazgo de una nomenclatura política excluyente y depredadora.
Con Del Rey en sus homenajes ocurre siempre un doble efecto, que más que sentirse elogiado, implica también dar lustre a quien lo hace, en este caso al empresariado del Táchira, en especial, del industrial Irwin Lobo y su tesoreno equipo. También merece un sincero agradecimiento el Dr. Yovani Castro, que desde la Javeriana en Bogotá, nunca dejó de mostrar preocupación porque el evento se realizara impecablemente. Ruego indulgencia a quien no pude mencionar, pero, hacerlo implicaría llenar no menos de 1000 páginas de quienes han rendido homenaje permanente a don José del Rey.
Muchos creyeron, invocando al rostro más oscuro de Némesis, que al entrar Del Rey en el invierno de sus años se apagaría su llama vivificadora. Pues resultó todo lo contrario. El padre Del Rey, para la molestia de caifases, anases y truhanes, sigue batallando en el esfuerzo por hacer institución, por edificar y evolucionar donde otros sólo han dilapidado o destruido el legado. En la actualidad, con sus 89 años de vida, sigue dirigiendo la eximia embajadora editorial, como director, la Revista Montalbán de la UCAB. El año pasado cumplió medio siglo editorial, de reputada fama como gran instrumento en la investigación de las humanidades y sus disciplinas conexas.
En estos tiempos donde el totalitarismo fragmentario del pensamiento débil muestra su fortaleza en regímenes como los de Nicaragua, donde la orden jesuita fue literalmente “clausurada y confiscada”, cual mal recuerdo de 1767 (expulsión de los jesuitas por Carlos III), la obra sobre el papel de la orden fundada por Ignacio de Loyola en la educación venezolana lleva su historiografía en la pluma prolífica del padre Del Rey. Prosigue el padre con su titánica obra de escribir la historia de los jesuitas, sobre todo, los precursores que llegaron durante la colonia y sirvieron como plataforma para que Venezuela fuera significativamente reconocida como un territorio con potencialidades atractivas para las metrópolis europeas. Nominativos como Gumilla, Gilij, Vega, Schabel y Aguirre, nos recuerda la estirpe de hombres, que mencionaba Ganivet, que por sus grandes obras y dedicación serán considerados parte esencial de la edad de oro humana, forjadoras de la territorialidad venezolana y los rudimentos de la venezolanidad.
Celebremos este nuevo lauro de quien ha dado el mejor de los ejemplos a favor de la República, y en especial del Táchira, como es saber asumir su verdadera naturaleza y construir dentro de sus fuerzas y convicciones, el hito institucional. Felicitaciones, padre Del Rey Fajardo sj.
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