El maravilloso libro de Ovidio ha resistido el tiempo con esas narraciones de mitos, esas historias de transformaciones condensadas en quince libros que van de la cosmogonía más temprana de la cultura occidental hasta los tiempos de Julio César mitificado. Siglos después, Franz Kafka hace su versión en la que lleva a Gregorio Samsa a convertirse en una cucaracha. Más recientemente, hemos conocido nuevas historias de metamorfosis…
Ciudadanos de a pie, ciudadanos del mundo, ciudadanas también comunes y corrientes que uno percibía y hasta creía que eran personas y hasta en su decencia alcanzaban la condición de buenas personas. Pero que, precisamente, en el transcurso de sus metamorfosis, no alcanzaban después ni siquiera la condición de gente porque es que se transformaban en unas especies de garabatos inentendibles.
Podría tratarse del vecino de al lado o la vecina del frente a quien uno había visto crecer, que habían decidido meterse a políticos de la noche a la mañana por generación espontánea o por el súbito recuerdo amoroso de algún bisabuelo o alguna abuela que había tenido alguna militancia alguna vez. Entonces se convertían en políticos o en coaches políticos y empezaban a mandar más que un dinamo, a rodearse de personas adulantes y a adular a otras de supuestas altas posiciones. Así, trepando, de cambur en cambur, de guanábana en guanábana, de rojo en rojo, o de gueto en gueto, llegaban a ser alcaldes de Tucusiapón o gobernadores en Barquisimeto y así la metamorfosis les convertía en burros enzapatados, en gato enmochilado o en gata encerrada.
No les importaba mucho la manera en cómo y por qué habían sido nombrados viceministros o ministras; no les interesaba saber las razones del ascenso; no les importaba mérito ni nada parecido. Nada de eso, lo importante era haberse convertido, haber hecho la metamorfosis, haber hecho el cambio y terminar engañando a la gente que le había acompañado en las campañas, a olvidarse hasta de la abuela o el bisabuelo de las causas nobles de otros tiempos. Delatar, transgredir, traficar, matar esperanzas, eliminar adversarios políticos, se convirtieron en su práctica habitual.
Se sabe que toda esa especie de políticos amanecieron un día como Gregorio Samsa y ya nada ni nadie pudo salvarles, al día siguiente hubo fumigación en toda la región.
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