Afirmar que el mundo no anda bien es de perogrullo. No es que haya alcanzado, desde que existe, una absoluta perfección, pero de que ha estado mejor que ahora, es muy cuesta arriba negar. Determinar si será el actual su peor momento pareciera no tener sentido por las complejidades que suponen saber a ciencia cierta lo que “el infinito es”. A sabiendas de no poderse negar que “imaginario”. Y por lo menos en la mayoría determinante de sus aspectos.
De allí el título de este ensayo, pues una opción pareciera que Jesucristo regrese como “el constituyente”, pues estuvo por estos lares, enviado por Dios, con el encargo de que reinase la justicia (Georges Chevrot, Simón Pedro). Esa carta magna mantiene su vigencia, a pesar de sus maltratos, por lo que provoca expresar, ante el desastre por la mano del hombre, que como que fuese, cuanto menos, útil que el Señor envíe nuevamente a su hijo, en aras de rescatar las pautas que dejara establecidas. No tenemos dudas de que nos dirá como al actual Rey de la Iglesia que: 1. “No debe mandar lo que le place, sino decidir conforme a la verdad y a la justicia, teniendo en cuenta la misión confiada y el bien de aquellos sobre quienes posea autoridad”; 2. Prescindir de toda impresión subjetiva y no guiar a los discípulos a su capricho. Finalmente, “Cefas” ha de rendir cuentas de su obediencia, falleciendo de la misma muerte que su maestro. O es que acaso “el evangelio” está, también, en aguda crisis.
Es difícil predecir si el colapso humanitario tiene su fuente mayormente en los estremezones de la propia naturaleza o de quienes la integramos. Nos inclinamos por afirmar que nuestra responsabilidad como que sobrepasa “los movimientos vibratorios, rápidos y violentos de la superficie terrestre”. En los que pudieran calificarse propios de los humanos las evidencias son unas cuantas: 1. La economía mundial se enfrenta al riesgo de un largo periodo de bajo crecimiento, ya que siguen sin resolverse los efectos persistentes de la pandemia COVID-19 y 2. Asimismo, han sido determinantes el impacto cada vez mayor del cambio climático (por la obra del hombre) y los retos estructurales macroeconómicos (ONU). Y con respecto a aquellos países calificados todavía “menos desarrollados” (hasta hace poco del tercer mundo), se afirma que estarían “muy por debajo del crecimiento del 7% establecido en la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible”. “El riesgo de una recesión en 2023”, aparentemente, es posible. Así leemos.
Una acotación de otros síntomas de nuestra propia responsabilidad revela: 1. Cada día, en todo el mundo, hay personas que deben abandonar su hogar en busca de una vida mejor, 2. Son migrantes o refugiados, pues huyen de sus países ante los riesgos de sus propias vidas. Un análisis objetivo y quizás la más significativa evidencia es “la guerra”. Guterres, el presidente de la ONU, afirma: “La de Ucrania es una crisis que nos afecta a todos”, hasta el extremo de que puede llevar a 1.700 millones de personas, más de una quinta parte de la humanidad, a la pobreza, la indigencia y el hambre”. El último conflicto mundial, ya evidente, corrobora las apreciaciones del expresidente de Portugal.
A estas manifestaciones se agregan “las implosiones constitucionales”, derivadas por un lado de aquello que la “Ley de Leyes” estatuye, lo cual deriva de los constituyentes y por el otro de los destinatarios de sus preceptos. Cuando ambas circunstancias están presentes, con más frecuencia de lo que creemos, implosiona la carta magna. Se lee que “la teoría constitucional se ha visto alimentada por “el constitucionalismo popular”, el cual ha puesto contra la pared al “clásico”, lo cual fuerza al principio de “la soberanía popular”. El quid de las democracias modernas, se dice, no es quién gobierna, sino “cómo se gobierna”, o sea, cuáles son los límites que observar para hacerlo. La Constitución, debe entenderse, constituye un límite al absolutismo (en el cual el poder reside en una sola persona sin rendir cuentas a un parlamento ni a la sociedad en general, vigente hasta la primera mitad del siglo XIX). Esa nueva tendencia se ha expandido en Estados Unidos y en Latinoamérica, particularmente, en Venezuela, Ecuador y Bolivia, consecuencia de modificaciones políticas, en principio, alimentadas por la calificación de la Constitución como mecanismo limitador del poder del pueblo (Jorge Alberto Diegues, Argentina). “La fórmula” concibe al pueblo como el llamado a hacer y por tanto a interpretar y a aplicar la Constitución, respaldada por “la amenaza de la aplicación popular”. La última palabra en la interpretación constitucional no la tiene poder judicial alguno, “por más supremo que sea”. Por el contrario, “corresponde a los propios ciudadanos”. Aceptar lo primero es incurrir en “la supremacía o imperialismo judicial”. La apreciación, ha de recordarse, cuenta con destacados académicos, de Harvard y de Yale. Se disputa la representación política, pues ella hace más conservadora a la democracia, “obstaculizando cambios deseados popularmente”. A las democracias clásicas se les distingue como “el gobierno exclusivo de las mayorías”, caracterizadas por alimentarse en una obscura desconfianza por la gente común, así como un abultado sentido de la responsabilidad y un menosprecio por los valores populares. El riesgo, los valores institucionales diferentes a los propios de la cultura popular y hasta opuestos. Raúl Gustavo Ferreyra, profesor, también, argentino, en “Constitucionalismo de ciudadanos”, enumera que la Constitución es una invención humana “hecha por varones y mujeres que, muchas veces con ilusiones exageradas y detallistas, intentan encerrar el porvenir por medio de fórmulas normativas (Infobae, abril, 2013).
En la academia la postura del “Constitucionalismo popular” ha conseguido una fuerte oposición, fundamentada, también, en los sustentadores del régimen de Estados Unidos: 1. La mayor parte de los padres fundadores que sustentaron las doctrinas más sanas para el perfeccionamiento democrático. No provino de la clase popular, 2. Jefferson, Madison, Hamilton, Washington, Adams, Stuart Mill gozaban de elevadas posiciones, 3. En igual status Juan Bautista Alberdi, filósofo, político, diputado y diplomático argentino, 4. Ello no fue obstáculo para que hayan sido creadores de una democracia moderna, 5. Ha de tenerse claro que lo más significativo es la pureza de su corazón y no aparentar pertenecer al pueblo. Lo determinante es estar a su lado, 6. La tensión entre constitucionalismo y democracia cede si se les equipara para asimilarles y en su justa medida. A contrapelo, comprueba que la ambivalencia persiste. Se examina, también, que cuando “el protector del pueblo llega al poder no se aquieta en su poderío”. Opuestamente, “se convierte en tirano”. ¿Será una manifestación de un dilema entre clases? Respuesta, difícil.
En la denominada “ola rosa”, en la cual suelen identificarse los regímenes latinoamericanos de hoy, ese conflicto no existe. Las asambleas constitucionales están dominadas por “seudo representantes” de “un presunto pueblo”, del cual se deshacen apenas terminan de ser electos. Moran con la doble cara de apoyar al pueblo, pero, al mismo tiempo, al gobierno, a pesar de que sea desastroso.
A la luz de las consideraciones expuestas, si todavía respetamos al Señor, tal vez, debamos rogarse que envíe nuevamente a Jesús, pues sus lecciones hacen falta, tanto como en su primera aparición. Y que venga con “Cefas” y los demás apóstoles.
Comentarios, bienvenidos.
@LuisBGuerra
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